“…Los extremos siempre coinciden en la necesidad de imponer, a costa de lo que sea, sus ideas. No solo se atacan y agreden entre sí, sino piensan que toda posición moderada y centrista es disidente. Solo aceptan a los que comulgan con sus ideologías y en ese proceso de confrontación se va perdiendo la ecuanimidad…”
Jorge Puigbó
Leyendo, como todos lo hacemos cuando investigamos acerca de un tema en particular, me encontré en el diario El Colombiano un artículo del periodista Ernesto Ochoa Moreno del cual, pienso, puede ser un buen comienzo para este artículo copiar las palabras que lo inician: “Una sociedad no es violenta porque dispara armas, sino que dispara armas porque es violenta. Existe, pues, antes que el acto violento una actitud anímica que origina y nutre la violencia. Y esa actitud es la intransigencia, que no es otra cosa que la negación del otro, su no aceptación como individualidad, como persona con sus cualidades y sus defectos, con su inalienable derecho a ser él mismo…Los violentos matan o persiguen porque condenan la manera de ser o de pensar de los demás. Rechazan y condenan los defectos y pecados de los demás y llegan a la conclusión de que para corregir y borrar del mapa esos pecados y esas formas de pensar diferentes no hay otro camino que suprimir a quienes los encarnan…”, lo anterior es aplicable a todos los que de una u otra forma comulgan con posiciones extremas, independientemente de sus ideologías.
Hace un tiempo escribí: “…La voz del chavista solicita un diálogo, un acercamiento entre venezolanos, pero no se vislumbra en su discurso el menor arrepentimiento, el menor indicio de rectificación, de asumir sus errores y condenar los delitos, el costo político lo impide. La voz que oigo deja entrever preocupación. Tenemos entonces, por un lado, una oposición que es mayoría apabullante e irrefrenable, y por la otra un monstruo de la exclusiva creación de un sector político, una mezcla de militarismo, corrupción e ilegalidad, sustentada y amalgamada por una conjunción incongruente de ideologías extrañas, que creció al amparo de ellos mismos y ahora es incontrolable. Tenemos que separarnos de eso, es la consigna que se les capta (a ellos) entre líneas. Es un axioma que todos los enfrentamientos humanos terminan en una mesa, al hombre le cuesta aprender, olvida la historia con mucha rapidez. El diálogo es una calle de dos vías, habría que agregar que ellas deben ser iguales, no una lisa y la otra llena de obstáculos. Algunos sostienen que la buena fe se presume, los juristas y también los que no lo son. Nosotros añadimos, que esa presunción, la cual en ningún caso es certeza, se colorea con los antecedentes de quien negocia…”. La necesidad obliga, tiene cara de hereje, eso impulsa a factores y grupos del gobierno a buscar vías de entendimiento, pero lo curioso es que en la realidad continúan con sus prácticas ilegales y represivas. Hannah Arendt, en la “La Mentira en Política”, expresa: “…El historiador sabe lo vulnerable que es el tejido de hechos sobre el que construimos nuestra vida diaria, que siempre corre el riesgo de quedar perforado por mentiras aisladas o reducido a jirones por mentiras organizadas y controladas por grupos o clases; o bien negado, distorsionado, perfectamente cubierto a veces por toneladas de falsedades o, simplemente, abandonado al olvido. Los hechos necesitan testimonios para permanecer en el recuerdo, y testigos fiables que los coloquen en lugares seguros dentro del ámbito de los asuntos humanos…”, esas palabras parecieran escritas para describir nuestro acontecer político.
Las ideologías políticas extremas, en la búsqueda de su predominio y de la conquista del poder, terminan con el equilibrio que proporcionan los moderados del centro, lugar donde se busca la coincidencia, donde se decanta el debate. El centro como sabemos es una entelequia, una simple creación virtual, un lugar ficticio donde es posible la convergencia. Las ideas políticas se repiten y mantienen a través del tiempo, se reciclan expresadas con palabras diferentes, el énfasis, o la violencia, puesta para imponerlas a otros establece la diferencia. Claro está que ese centro es de naturaleza evolutiva y por tanto cambiante, como todo lo humano. Los pensamientos extremos son los agentes de la inestabilidad, son asimismo los inductores de cambios en la sociedad, buenos o malos. Los extremos siempre coinciden en la necesidad de imponer, a costa de lo que sea, sus ideas. No solo se atacan y agreden entre sí, sino piensan que toda posición moderada y centrista es disidente. Solo aceptan a los que comulgan con sus ideologías y en ese proceso de confrontación se va perdiendo la ecuanimidad, la comprensión, la aceptación, la negociación y el acuerdo, es el reino de la intolerancia. Esta verdad la constatamos diariamente. Si analizamos con una perspectiva histórica y sumamos a ese proceso, o fenómeno, la evidente aceleración, inmediatez y sobre saturación de la información que nos golpea, y cómo la recibimos, a través de tecnologías que se encuentran dispuestas en nuestras manos constantemente, se consolida entonces como factor multiplicador de una realidad que tiende al caos, o por lo menos, a la inestabilidad como cotidianidad. No hay tiempo para pensar, razonar o meditar. Se vive en una crisis de revisión permanente. El pensamiento es acosado constantemente y la verdad no se sostiene. Términos como sindéresis, diálogos, tolerancia, cohabitación, coincidencias, negociación se repiten hasta el cansancio, perdiendo inclusive su verdadera naturaleza y significado. Al final del período casi nunca hay una suma, un resultado; solo el tracto de los sucesos, un camino sin final, una sensación de incertidumbre.
Hay innumerables estudios publicados y debatidos que tratan de explicar nuestros fracasos para instaurar una verdadera y perdurable democracia, no solo en Venezuela sino en América Latina, unos concluyen que es nuestra historia, nuestro pasado turbulento, lo cual produjo la incapacidad de desarrollarnos a la par de otros países del mundo occidental y alcanzar la estabilidad política, es una tesis pesimista, pero no por eso deja de tener cierta razón. Otra de las teoría que se ha expuesto es la intervención de ideologías importadas por las élites dominantes e impuestas en innumerables experimentos político- sociales y las cuales, muchas veces, entraban en contradicción con el pensamiento y cultura política de sectores de la población. Sea cuales fueren las causas que han ocasionado estos fracasos lo único claro son sus resultados y la necesidad de lograr desprenderse del pasado e instaurar un sistema político-económico que nos conduzca al desarrollo y al bienestar. En un magnífico ensayo denominado “Ideología y cultura política en Juan Carlos Rey”, nuestro amigo el doctor y miembro de la Academia, Gabriel Ruan Santos, presenta unas conclusiones que creemos acertadas acerca de otra de las causas que contribuyeron a la degeneración de nuestra democracia: “…Sin embargo, creemos que su decadencia tuvo su causa en la corrupción de su liderazgo y en el estancamiento de sus instituciones, pero sobre todo en la mentalidad rentista nacional originada por el ingreso petrolero y por el predominio aplastante de políticas distribucionistas por encima de las políticas productivas, que tuvieran sentido de autodeterminación y creatividad, según la expresión de Aníbal Romero, requeridas por el desarrollo independiente del país…”. Buscar salidas racionales es un imperativo que de no cumplirse compromete nuestro futuro inmediato, con el predominio de la intransigencia y la pugnacidad no se puede esperar nada positivo.
Jorge Puigbó