#OPINIÓN Gaveta azul: Esperando cuentas de la Naturaleza #11Sep

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En el empeño de los científicos de alertar a la humanidad sobre los riesgos del futuro cercano – lo que ha permeado hasta el discurso político actual – en razón de la explosión demográfica, la explotación irracional de los recursos del planeta y la degradación del ambiente, se cae a menudo en exageraciones. Claro que es importante señalar la naturaleza de varios problemas enfrentados en el área ecológica y sus connotaciones inmediatas, pero no debemos perder la perspectiva justa y caer en el catastrofismo, que de todas formas se haría presente, pero desde otra vía. Veamos cómo se resuelve esta aparente contradicción.

Hasta ahora, la naturaleza ha sido siempre su propia y única reguladora y conservadora . Es muy reciente la historia del hombre sobre la Tierra y quizás han sido muy pocas las oportunidades que han tenido de alterar significativamente el medio ambiente; en términos de tiempo y comparación con la edad de la tierra, y más evidente aún con la aparición de la vida, que ocupa probablemente unos dos tercios del tiempo total del planeta, medido éste desde las primeras manifestaciones unicelulares más simples. Sobre este particular recordemos que hacia el final de la edad plutónica, conocida también como precámbrica o azoica, se encuentran indicios fósiles muy escasos, pero reveladores de la aparición y existencia de vida organizada y asentada totalmente en la superficie del globo. En este orden de ideas es donde enfatizo el hecho de la aparición del hombre sobre la tierra en muy recientes fechas, y aunque los últimos descubrimientos en el Rift africano hacen retroceder la partida de nacimiento del bípedo humanoide, hasta de cerca de 4 millones y medio de años, esto no es más que un segmento muy breve de tiempo, en términos de comparación cósmica con las edades precedentes. Para comparar con propiedad la juventud del hombre sobre la faz terráquea, bastará situar un animal superior de los últimos en aparecer, el caballo, cuyo más inmediato antepasado es el Eohippus, cuya existencia se ha fijado en los pasados 58 millones de años a partir de estudios muy específicos. 

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El problema entre el hombre y su medio surge en su más crítica situación, al observar que en muy breve tiempo, apenas el ultimo soplo del siglo XIX se dan las condiciones que rápidamente llevan al ser humano a provocar alteraciones significativas en el medio físico que antes solo se dieron naturalmente en el curso de milenios. Ahora bien, ya dijimos que la naturaleza es autorreguladora; siempre lo ha sido. Cuando una condición climática se hizo insostenible por sí misma, o por alguna concatenación de hechos de incidencia cíclica en algún entorno, un bioma o alguna serie de parámetros físicos; se desencadenó la transformación que recreó un lugar, rehizo un ambiente, barrio a una especie o estableció una tabla rasa y el reinicio desde un medio diferente y bajo distintos indicadores vitales. Fue así en el transcurso de las edades con la desaparición de aquellos reptiles gigantescos de las diversas glaciaciones, de los mares interiores que hoy son praderas, los cataclismos que dieron origen a gigantescas cadenas montañosas y reacomodaron otras, etc.

No me explico por qué debemos pensar que la “acomodación” de la Tierra, cual la hemos conocido nosotros, es inmutable. De una u otra forma será diferente, y si tal variación pudiera ser de tipo catastrófico no tenemos por qué excluir la posibilidad. Lo que sí debe preocuparnos es si estaremos precipitando ese cambio de forma más violenta aún… eso no podemos saberlo. Lo único cierto es que las glaciaciones han sido periódicas en la última era y debemos estar cerca de un cambio más o menos similar.

Lo vital será medir dentro de la más justa perspectiva la influencia que ejercemos en la época actual con nuestro endiablado ritmo de vida. Determinar qué grado de daños irreversibles podemos estar causando en segmentos muy breves de tiempo, que hacen imposible un ritmo recuperador que restablezca las condiciones primarias. Corregir cuanto antes las actitudes,  modos y costumbres que aceleran la degradación del ambiente, al par que hurgar con prontitud en una denodada investigación analítica que nos permita desentrañar la clave de los mecanismos reguladores del clima y el entorno, con énfasis particular en los últimos milenios. De otra manera, sino nosotros, la naturaleza por sí misma hará lo que corresponda : “sin aviso y sin protesta”.

No podemos cerrar los ojos a un problema que hemos constituido hoy día a título de primer orden, y tampoco perder de vista que estamos muy lejos de manejar debidamente las complejas leyes generales que han determinado la evolución del planeta hasta nuestros días. Por cuanto corresponda a la calidad de vida posible para una población 5. 10 o 20 veces mayor que la actual, pienso con “relativo” optimismo que no llegaremos a ese punto. Antes, mucho antes, la misma naturaleza nos frenaria.

Hasta hoy ninguna especie ha puesto en grave peligro la vida de los demás seres de la biosfera en forma impune. Cuando así ha sucedido, no ha tardado en desaparecer de la faz de La Tierra. No veo razones para que el “Homo Sapiens”, ahora un “ Homo Detritus Contaminatiorum” después de haber robotizado su espíritu por el mal uso consumistico de su inteligencia, escape a la ley general y se convierta en excepción.

Pedro J. Lozada

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