#OPINIÓN 90 años del ascenso del nazismo al poder #4Sep

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Cuando al mariscal francés Ferdinand Foch se le preguntó sobre el Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial, humillando terriblemente al derrotado Imperio Alemán, dijo que ello era solo un armisticio de 20 años. Se equivocó apenas por un año, pues en 1939 estalla la segunda conflagración mundial cuando la Alemania de Hitler invade a su atribulada nación vecina, Polonia. ¿Cómo fue aquello posible, que el país germano se recuperara de tal manera, se armara hasta los dientes pese a la prohibición de hacerlo por los vencedores, y atacar inclementemente a sus vecinos de manera fulminante?

En 1933, hace 90 años sube al poder el nazismo alemán, un movimiento que inspirado en la Italia de Mussolini, quiere vengar la humillación a la que Estados Unidos, Francia e Inglaterra le propiciaron duramente a Alemania en 1918. Su líder máximo –Adolfo Hitler– ni siquiera era alemán, pues era natural de un país vecino germano hablante: Austria. Frustrado pintor y sargento durante la guerra del 14 quiere vengarse de lo que considera una conspiración judeo bolchevique para destruir al país.  Intenta un golpe de estado frustrado en Múnich durante la República de Weimar y es llevado a prisión, allí escribe el libro que le hará famoso: Mein Kampf o Mi Lucha, publicado en 1925. 

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La República de Weimar que se instala luego de la derrota, es una nación prolífica en arte y literatura, Gropius, Brecht, La Bauhaus, el Archivo Goethe y Schiller, pero muy débil institucionalmente. Su presidente es un anciano militar cubierto de gloria, Paul von Hindenburg, quien  fallece en funciones en 1933.  Adolfo Hitler, que ya era canciller, asume la presidencia ante aquella terrible eventualidad. El espectáculo más macabro de la historia humana está montado.

Parece mentira que una nación tan culta como Alemania se dejase atrapar por un lenguaje incendiario y plagado de insensatos mitos de superioridad de la raza aria o la infame teoría del espacio vital germano. El recientemente fallecido pensador George Steiner dice que los empleados de los campos de concentración oían música de Beethoven y Mozart por las mañanas para ir a trabajar por las tardes en estos crematorios de seres humanos. 

Veamos lo que escribe Steiner de la muy educada nación germana que comete los peores y censurables delitos del siglo XX: “La educación, la cultura filosófica, literaria, musical, no lograron impedir el horror. Buchenwald está a algunos kilómetros del jardín de Goethe. Parece que en Munich, durante la Segunda Guerra Mundial, desde la entrada de la sala de concierto donde se ofrecía un soberbio ciclo de Debussy, se alcanzaban a oír los gritos de los deportados que eran embarcados en los trenes que los conducirían a Dachau, situado muy cerca. No se vio a un solo artista que se pusiera de pie y dijera: «No voy a tocar, porque sería un ultraje para mí mismo, para Debussy y para la música». Y ni por un instante decayó el nivel de la interpretación. ¡La música no dijo que no!”

Y en otro lugar dice el filósofo hebreo George Steniner (1929-2020) algo tanto o más terrible: “Las bibliotecas, los museos, los teatros, las universidades, pueden prosperar perfectamente a la sombra de los campos de concentración. Ahora lo comprendemos: la cultura no nos vuelve más humanos. Incluso puede insensibilizarnos a la miseria humana.”

Mi opinión es que la nación germana fue humillada de manera despiadada en Versalles, no pudo ella pagar las inmensas reparaciones de guerra a los vencedores, lo que desató una hiperinflación horrorosa que relata de manera dramática Bertold Brecht, le fue arrebatada la cuenca industrial del Ruhr, el hambre y la guerra civil eran unas constantes. Es que el resentimiento, que es más poderoso que la lucha de clases, según afirma Marc Ferro, atrapa al espíritu germánico. El resentimiento, agrega Ferro, es una fuerza más poderosa que la lucha de clases, contradiciendo al mismísimo Karl Marx, porque la lucha de clases existió sólo cuando hubo clases sociales. En cambio, en todas las sociedades ha habido gente humillada que se ha querido vengar.

 La Diosa Razón se va de paseo entonces de Alemania. El Siglo de Las Luces sufre un dramático eclipse en la nación de Kant, Einstein y Goethe, cosa menos que increíble. Es que Alemania, a diferencia de Francia, dice mi mentor Reinaldo Rojas, no experimenta algo parecido a la Revolución Francesa de 1789, proceso que derriba inútiles mitos y supersticiones de toda laya. La nación germana no experimenta tan refrescante y necesaria ablución. 

Alemania y Japón, vencidos en la segunda guerra mundial, pronto se recuperarán de manera pasmosa. El capitalismo nipón, apadrinado por los Estados Unidos, parece superar al de su maestro en eficacia, dice Morris Berman (Belleza neurótica. Un extranjero observa Japón). La Alemania de posguerra supera el inmenso dolor moral de la derrota y, conducidos por Konrad Adenauer, logran el milagro alemán, proceso monitoreado desde el otro lado del Atlántico con el Plan Marshall. Las magníficas universidades, una sólida moneda en el Marco Alemán, la investigación científica de avanzada, las intensas jornadas de trabajo, logran este milagro. Paulatinamente dejaron de sentir vergüenza al llamarse germanos. Una enorme y eficaz catarsis colectiva. 

Empero, el país alemán tendrá hogaño sus inocultables problemas y desafíos. Hace meses hubo un conato de golpe de estado abortado. El rebrote nazi parece indetenible. Serio desajuste demográfico sufre Alemania al convertirse en un país de viejos.  La enorme inmigración turca y polaca. La dependencia del gas ruso. Y ahora, cosa previsible, el rearme germano por la guerra de Ucrania.

 Ojalá que el horrendo pasado nazi haya sido sepultado de una buena vez de esta magnífica nación centro europea, la que se ha creído con una misión universalista, enunciada en 1808 por el filósofo Johan Gottlieb Fichte: llevar la cultura a las demás naciones del orbe. 

Luis Eduardo Cortés Riera

 [email protected]

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