Rafael Arévalo González, el apóstol de la civilidad y las libertades ciudadanas #2Sep

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Un cabito de vela servía para iluminar el trabajo literario de Rafael Arévalo González, desde su fría celda en La Rotunda. Por supuesto, no estaba permitida esa práctica para los presos políticos, menos para un confinado de su estatura moral. 

Restos de un creyón de grafito favorecía los apuntes de sus pensamientos en aquellas líneas póstumas luego de más de tres décadas de encierro tras encierro.  

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Ese día escribió una carta, una especial. Pese al contenido de la epístola ‑el cual lo afligía‑, no cedió un ápice frente a la barbarie gomecista que intentó por años quebrar su espíritu. 

Rafael Arévalo González fue el primer periodista que desafió personalmente al despiadado dictador Juan Vicente Gómez. Una vida valiente, pues no entraba inconsciente en el peligro. Tenía los pies firmemente plantados sobre una tierra peligrosa. Lo han apodado el Apóstol de la Libertad de Expresión, otros: El Mártir de la Libertad, por su atrevida postura frente a la tiranía.

A todas luces Rafael Arévalo González fue un civilista, un empedernido demócrata en tiempos cuando esa palabra era un anhelo en Venezuela, además de estar proscrita.

Contrariamente su vida intensa es poco conocida. Nació el 13 de septiembre de 1866, en Río Chico, hoy estado Miranda. Sus padres Demetrio Arévalo y Águeda González, le inculcaron, a él y sus cinco hermanos, la pasión la literatura y la escritura, escenario que lo impulsó a estudiar en el Colegio de la Paz y más tarde en el Colegio de la Ascensión, de Caracas, ciudad lejana de casa.

Su inicio profesional será como telegrafista, pero su hazaña, aparte de plantarle cara a la crueldad de los regímenes de turno, se afinca en la fundación de El Pregonero, primer diario venezolano impreso en rotativa y vendido en las calles en voces de pregón en tiempos cuando hablar de libertades, era castigado con horrendas prácticas de tortura y muerte. Allí era redactor y director.

Desafiado a duelo

El periodista y columnista Álvaro Montenegro Fortique, dibujó con rigurosa precisión a nuestro biografiado, revelando una interesante anécdota casi desconocida: «… Arévalo fue retado a duelo en El Calvario, y le hicieron varios disparos en la esquina de Las Gradillas, por haber denunciado en sus páginas corrupciones administrativas. En su trabajo como subdirector del Telégrafo, se opuso con éxito a que los ministros destituyeran a los operarios por chismes, injusticias, o para complacer compromisos. Había prometido a sus subalternos removerlos solo “Por su voluntad o por su culpa”, no por caprichos de un superior».

Preso político como oficio

Rafael Arévalo González, aparte de periodista y editor, era padre de una honorable y honrada familia, pero también tuvo como singular oficio, ser un preso político porque era considerado un firme conspirador y desestabilizador tras las opiniones que nunca calló.

El principal pecado de Arévalo González fue precisamente opinar siempre en favor de las libertades ciudadanas, lo que le valió 14 prisiones, desde de Raimundo Andueza Palacios, Joaquín Crespo, Ignacio Andrade, Cipriano Castro, y Juan Vicente Gómez, con residencia permanente en el Castillo San Carlos en el Zulia, en La Rotunda en Caracas y en el Castillo Libertador de Puerto Cabello. Todas por contrariar el régimen de turno. En total pasó 27 años detrás de los barrotes, o sea, el 40% de su vida preso.

Sus amigos y compañeros de luchas afirmaban que Arévalo González tenía una maleta siempre dispuesta con un grabado que rezaba: “Rafael Arévalo – La Rotunda”.

Su apoyo a la Generación del 28 fue contundente y abierta, y también lo encerraron por ese desafío. Encarcelado no vio nacer ni morir al último de sus diez hijos. Un celador le dijo una vez: “allá va el entierro de tu esposa” y así se enteró de su viudez. 

La periodista Carolina Jaimes Branger, destaca que su esposa, Elisa Bernal Ponte ‑que por cierto era prima del Libertador Simón Bolívar- y sus hijos, padecieron las penurias que significaban tener al sostén de la familia preso. Jamás se quejaron. Elisa fue mujer de gran guáramo: se encargó de la Revista Atenas y con esa escasa ganancia mantuvo a sus 10 hijos. Murió unos meses antes de que Arévalo González saliera de su última prisión. 

En una carta escrita poco después de su liberación: “Para mi Elisa”, él le expresa su infinita gratitud: “No obstante la inmensidad de tu infortunio, nunca tuviste para mí un reproche, ni una queja siquiera por haberte arrastrado a los horrores de mi negra suerte…Te encaraste con la desgracia, la frente erguida y el corazón sereno. Te reíste de la pobreza…”. Elisa de Arévalo nunca se cansó de abogar por la libertad de su marido.

Rafael Arévalo González, jamás se doblegó, ni cedió sus principios a las pretensiones de los regímenes de turno. Su compromiso fue siempre las libertades ciudadanas, pese a su largo martirio. Falleció finalmente, en Caracas el 20 de abril de 1935. Sus Memorias fueron publicadas por primera vez en 1977.

Injustamente su recuerdo se ha tratado de echar al olvido por esa cultura militar heredada desde la Guerra de Independencia. Hoy más que nunca estamos llamados a desenterrar a estos héroes civilistas como Rafael Arévalo González; es nuestra obligación como honra a un pueblo que resiste y lucha en contra del oprobio de la barbarie y el rescate de la decencia, los valores y el civismo pisoteados por la abominable bota militar.

Luis Alberto Perozo Padua

Periodista y cronista

[email protected]

@LuisPerozoPadua

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