#OPINIÓN Edgar Rivero Castillo: Fiesta del color en el semiárido larense venezolano #14Ago

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Cuando mi amigo pintor Edgar Rivero Castillo me pide amablemente unas letras que anuncien su próxima exposición pictórica en Copenhague, Dinamarca, no puedo menos que pensar en Paul Gauguin, quien, como mi coterráneo caroreño, decide abandonar las finanzas y el cálculo dinerario e ir tras las paletas y caballetes. Edgar no se marcha a las lejanas islas del océano Pacifico, como decide el pintor parisino, sino que se refugia en su terruño, vasto erial de Carora, para ofrecernos una colorida pintura que ha llamado la atención del malogrado filosofo Ludovico Silva y al no menos importante humanista Luis Beltrán Guerrero, lo cual es muy digno destacar.

Conozco a Edgar desde la niñez trascurrida en las aulas de primaria. El recordado docente Hernán Prieto Castillo nos ponía a dibujar a creyón en aquel memorable sexto grado en el Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza, donde hacíamos unos ejercicios de creación dibujística, mágico momento que se ha soldado a mi memoria. A veces pienso que he debido seguir la senda tomada por Castillo Rivero, pero el destino me condena a la ciencia de Clío y a los teclados.

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Pues bien, ha ido bastante lejos Edgar con su arte, pues hasta en la remota ciudad de Macao, viejo enclave portugués en China, se han deleitado los oblicuos ojos orientales con los lienzos del caroreño en el pasado año de 2019. Lo que igual sucederá con Estados Unidos, España, Alemania, Puerto Rico, Italia.  

No es cosa sencilla dedicarse a los pinceles en la ciudad del semiárido de Carora. Es una urbe que se ha distinguido aplastantemente por las artes del pentagrama y las notas musicales. En nuestro pasado pictórico apenas brilla el incomprendido pintor Julio Teodoro Arze, quien muere en la pobreza en los años treinta del siglo pasado. Deben, en consecuencia, rivalizar amablemente nuestros pintores con el soberbio movimiento orquestal y guitarrístico encabezado por los Maestros Alirio Díaz y Rodrigo Riera, que ha echado hondas y generosas raíces acá.

 Hasta que llegó a Carora desde la distante Hija Predilecta de Bolívar el extraordinario pintor boliviano con pasantías en Europa, el magnífico Gustavo Riveros Tejada. Bajo este inusual magisterio, salpicado de Sócrates, quechua y aimara, comienza a desarrollar Edgar su idiosincrático “alarde de colores” que nos sorprende, pues es el semiárido larense una tierra más bien monocroma bajo el reverberante astro rey, dominante atmósfera que explota hasta el delirio Armando Reverón. Es una marcada influencia que recibe del peninsular pintor Joaquín Sorolla (1863-1923). Es la pupila del Mediterráneo sorolliana la que cultiva por bastante tiempo Rivero Castillo.  Me dice que hogaño transita por una nueva etapa que “va más allá del impresionismo”, valora.

 Forma parte Edgar del llamado “Grupo de los ocho” junto a Ramón Chirinos, Armando Villalón, Wladimir Chumasko, Eduardo Correa, que son puros paisajistas. “Me adjudicaron, adiciona Rivero Castillo, un número impar: el nueve”, un lugar que le llena de mucho orgullo, asienta. pintura”, sentencia.

Considera Rivero Castillo que su obra ha transitado por cuatro periodos: el paisaje, los bodegones, la amazonía de bosques lluviosos, y por último el expresionismo. Ludovico Silva escribió de él: “tu alma cromática nos impregne a todos como una música de Juan Sebastián Bach y que tus líneas rayen el infinito”. Y el guitarrista universal Alirio Díaz dijo: “lleva al lienzo eternos asuntos de la vida del hombre y de la Naturaleza con magistral pincel e inspiración”.

Desde el país nórdico le piden recientemente a Rivero Castillo algo inusual. Cuando me dijo que tenía que ver con la condición de género LGBT no pude menos que pensar en la llamada “Ventana de Oberton”, pues lo que ayer se consideraba una misa negra es hogaño tendencia admitida y orgullosa. Es que la tierra de Soren Kierkegaard y de Hans Cristian Andersen ha sido pródiga en lo que se refiere a la libertad individual y a las opciones de género diversas.

Y se trata de participar en una Exposición de Diversidad de Género que le piden desde Copenhague al discípulo de Ramón Chirinos y Trino Orozco que es Edgar Rivero Castillo, autor de unos 1.500 lienzos donde el protagonista destacado será el “Segundo Sexo” como dijera la filósofa feminista Simone de Beauvoir.

Le deseo mucho éxito a mi amigo de la infancia que se adentrará en los escenarios casi pictóricos del film La fiesta de Babette, allá en la península escandinava que lo convoca. Considero que desde esta inusual experiencia se consolida en su madurez pictórica nuestro orgullo del color y el azul violeta que es Edgar Rivero Castillo. Tratará de vencer esa profunda huella del carácter latinoamericano que tanto daño nos ha hecho: el machismo. Muchos éxitos y reconocimientos aspiro consigas en esas brumosas y a la vez cálidas latitudes nórdicas.

Luis Eduardo Cortés Riera.

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