Un día Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan a una excursión al Monte Tabor. Y al llegar al tope, se puso a orar. Y, de repente, los Apóstoles vieron a Jesús con un brillo que ellos nunca le habían visto.
Y como si fuera poco, una nube los envolvió y se oyó una Voz. ¡Qué impresión! Era la voz de Dios Padre, diciéndoles que Jesús era su Hijo y que debían escucharlo.
Jesús le muestra a estos discípulos que Él no es meramente humano, sino que también es divino. Así fue el misterio de la Transfiguración.
¿Y qué será la Parusía? Es la segunda venida de Cristo. ¡Nada menos! Y ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?
Veamos lo que dice la Oración Colecta de esta fiesta de la Transfiguración: “nos dejaste entrever la gloria que nos espera como hijos tuyos; concédenos seguir el Evangelio de Cristo, para compartir la herencia de tu reino”. Aquí está la relación entre Transfiguración y Parusía. Y también las instrucciones: seguir el Evangelio de Cristo.
¿Y qué hacen, entonces, los Apóstoles? Era ¡tan bello! lo que veían; era ¡tan agradable! lo que sentían, que querían quedarse allí.
Esa gloria que nos refiere el Evangelio sobre este episodio, es la gloria que veremos y que viviremos cuando ese mismo Jesús vuelva con todo el esplendor y el poder de su divinidad en la Parusía. Y esa gloria será nuestra si aquí en la tierra nos hemos ocupado de escuchar a Jesús –como pidió la voz del Padre- y de seguirlo en sus consejos e instrucciones. ¿Qué nos ha pedido Jesús? ¿En que consiste seguir el Evangelio? En resumen Jesús nos pide imitarlo a Él y hacer la Voluntad del Padre.
Ahora bien, ¿por qué es importante destacar esto de la gloria divina en la Parusía? Por el engaño con que vendrán los que quieran hacerse pasar por “cristos”.
He aquí lo que Jesús nos anunció al respecto: “Se presentarán falsos cristos y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar a los mismos elegidos de Dios. ¡Miren que se los he advertido de antemano!… Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, será como el relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt 24, 23-28).
Los falsos cristos y falsos profetas no podrán venir como vendrá Jesucristo en la Parusía, pues jamás podrán lucir la gloria de la Transfiguración, que vieron los Apóstoles en el Monte Tabor. Podrán realizar grandes prodigios y engañarán a muchos. Pero ni el mismo “anti-cristo” podrá mostrar el fulgor y el poder de la divinidad que Cristo nos mostrará cuando, como rezamos en el Credo, “venga con gloria para juzgar a vivos y muertos”.
Y a los que sigamos a Cristo cumpliendo la Voluntad de Dios nos espera la gloria de la Transfiguración para vivir en ése, su Reino, que no tendrá fin.
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