“… Microplásticos se han encontrado en lugares reconocidos del planeta, como el Círculo Polar Ártico o el Everest, pero también en el estómago de tiburones o pingüinos y en heces humanas y placenta. Ahora, un estudio demuestra por primera vez que también pueden hallarse en el torrente sanguíneo de personas…”
Jorge Puigbó
Un amigo me comentaba acerca de los artículos que denunciaban los inmensos problemas y daños ocasionados a la naturaleza por el crecimiento y desarrollo de la humanidad, los mismos generalmente no presentaban posibles soluciones. Tenía toda la razón, pero en descargo de los que escribimos acerca del tema sin ser científicos, ni profundamente versados en la materia, hay que mencionar lo diverso y terriblemente complejo de las soluciones, no solo por tratarse de innumerables elementos contaminantes del medio y sus cantidades exorbitantes, sino por ser en su mayoría substancias de difícil remediación.
Hoy nos referiremos a una de las poluciones más preocupantes por cuanto está extendida a todos los hábitats de acuerdo a lo que recientemente han venido constatando los científicos e investigadores, se trata del plástico, un material que hoy nos acompaña desde que nacemos y el cual masivamente, desde los años cincuenta del siglo pasado, ha trasformado nuestra existencia de forma tal que todas las sociedades, del tipo que sean, subdesarrolladas, desarrolladas o en vías de serlo, agrícolas o industriales, independientemente de su situación geográfica, disfrutan de sus beneficios, tanto es así que algunos piensan que nuestra era es la “era del plástico”.
Ningún otro material se ha desarrollado tan rápido, ni cubierto tantas necesidades, compitiendo con la piedra, el bronce y el hierro en nuestra historia. “La nuestra será recordada como la era de los polímeros”, dijo el premio Novel Paul Jhon Flory. Para hacer el cuento corto podemos resumir que, el primer polimérico del que se tiene noticia fue producido por Charles Goodyear en el año 1839; Alexander Parkes, británico, en 1850, inventó la parkesina, para algunos la materia plástica primigenia a partir de la cual se desarrolló la industria de los polímeros.
Un señor llamado John Hyatt, en 1868, inventó un material llamado celuloide ganándose el premio ofrecido a quien pudiera sustituir el marfil para hacer las bolas de billar y de paso dio origen a la industria cinematográfica o del celuloide; En 1907, Leo H. Baekeland perfeccionó descubrimientos anteriores y obtuvo una sustancia que denominó Baquelita, el primer plástico termoestable que, por ser oscuro y no admitir coloraciones está siendo sustituido por otros. Se popularizó tanto que impulsó el desarrollo de los polímeros modernos en los años treinta del siglo pasado.
Todavía nos acordamos de los teléfonos fijos hechos de baquelita negra, los botones, las fichas, las tapas de los distribuidores de los vehículos, culatas de armas de fuego, utensilios de cocina, guitarras eléctricas, etcétera. Por cierto, la palabra plástico se deriva del griego «plastikos», algo que se puede moldear.
Desde la década de 1950, como dijimos, los polímeros inundaron nuestra sociedad. A partir de allí, se nos han hecho comunes palabras como: polietileno, poliestireno, polipropileno, policloruro de vinilo (PVC), poliamidas (nylon), acrílicos, metacrilato, y muchas otras. Los plásticos son materiales sintéticos obtenidos del petróleo por polimerización, proceso en el cual intervienen otros productos y aditivos.
Desde el año 2000 hasta el año 2019 se duplicó la producción de plásticos, alcanzando la cifra de 460 millones de toneladas anuales y por tanto se duplicaron sus desechos. La contaminación por plásticos se ha producido de una forma explosiva frente a nuestros ojos y si bien veíamos preocupados como aumentaban las bolsas plásticas colgando en los arbustos y las botellas de refrescos en todos lados, hoy debemos tomar conciencia de que la contaminación por este material es más insidiosa y profunda de lo que podemos suponer debido a los alarmantes descubrimientos acerca de los microplásticos, partículas derivadas de la fragmentación del mismo, y por otro lado las microfibras plásticas, fabricadas para producir textiles, que, en la mayoría de los casos son imperceptibles para el ojo humano.
Solo hace pocos años los científicos se dieron cuenta de la presencia de partículas mínimas de plásticos en órganos de peces y luego en los mariscos, sobre todo en los bivalvos, como los mejillones y ostras, que se alimentan sorbiendo agua y filtrándola para retener las sustancias alimenticias. Un estudio amplio de la Red Internacional de Observatorios Ecológicos de Lagos Globales (GLEON), publicado el 12 de julio de este año, realizado en cuerpos de agua dulce por 79 científicos determinó que, un 93,8 % de las partículas analizadas eran microplásticos, o sea de menos de 5mm; el 4,7 % tenían entre 5 y 10 milímetros, mientras que los macroplásticos, los de más de 10 milímetros, representaban en 1,5%. En todos los lagos y embalses se encontraron.
Las microfibras también son microplásticos, se diferencian, como vimos, por su fabricación y son más finas que un cabello humano, su grosor es del orden de unas 10 micras, las mismas en muchos casos son aerotransportables y por tanto respirables por los seres humanos.
En una noticia del 25/3/22 publicada por DW leemos: “…(Los) Microplásticos se han encontrado en lugares reconocidos del planeta, como el Círculo Polar Ártico o el Everest, pero también en el estómago de tiburones o pingüinos y en heces humanas y placenta. Ahora, un estudio demuestra por primera vez que también pueden hallarse en el torrente sanguíneo de personas. Las responsables de este trabajo son las investigadoras Heather Leslie y Marja Lamoree, de la Universidad Libre de Ámsterdam (Vrije Universiteit), quienes constataron que minúsculos trozos de plástico provenientes de nuestro entorno vital pueden ser absorbidos por el torrente sanguíneo humano…”
Es más que preocupante y señala un cambio del enfoque hacia estas partículas y lo que pudieren representar para la salud humana. Hoy, “…lo que los científicos no saben es si las partículas de plástico en el pulmón alcanzarían el nivel y el tiempo de exposición necesarios como para cruzar el umbral del daño…” (Laura Parker, National Geografic).
Mientras más estudios se realizan, los resultados son más sorprendentes, la Universidad de Plymouth, en el Reino Unido, realizó una investigación comparando cuántas partículas de plástico comemos cuando cenamos mejillones y cuántas absorbemos al respirar en el comedor de la casa, el resultado no es nada halagador: se respiran más partículas que las que se comen con los mariscos, producto éstas de las ropas, tapices y en general de todas las telas del hogar. Todavía no existen estudios que determinen el daño, si lo hay, ocasionado por esta polución. Lo que sí sabemos es que, las mini partículas pueden contener substancias toxicas que pudieren afectar a los organismos vivos, además del efecto mecánico que tienen sobre los tejidos pulmonares y otros.
Hay efectos contradictorios que se producen al intentar solucionar los problemas de contaminación, la utilización de millones de botellas plásticas desechadas para la elaboración de fibras para textiles parecía una solución racional sino fuera por la creación de una nueva y grave fuente de polución, igualmente lo mismo se produce con la incorporación de desechos plásticos para unirlos a materiales de construcción. Estamos tan sorprendidos como los científicos que han descubierto recientemente todas estas serias novedades acerca de la contaminación por plástico, el abordaje a sus posibles soluciones es largo y complejo, por lo cual seguiremos escribiendo sobre el tema y solo podemos afirmar que todo esfuerzo humano para revertir el daño ocasionado y en especial la creciente dependencia del plástico, será bienvenido.