#OPINIÓN Atropellé a una niña #1Ago

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Antes de continuar con la cuarta entrega de la serie de artículos sobre el proyecto de mi biografía, quiero dejar sentados varios puntos: a) Profeso un profundo amor y respeto por los caseríos trujillanos que me vieron nacer y crecer; 2) Siento un especial orgullo por mi origen humilde; 3) A pesar de no ser particularmente inteligente, la constancia que he desarrollado a lo largo de mi vida, me ha permitido suplir esa carencia; 4) La narración de mi historia no pretende inspirar lástima, por el contrario, con ella quiero evidenciar los milagros que produjo y que puede producir la movilidad social, circunstancia que hoy no existe en Venezuela.

Para concluir esta introducción quiero confesarles otra actitud que ha caracterizado toda mi vida, la irreverencia. Es decir, luchar contra el statu quo cuando no estoy de acuerdo con él. Les cuento dos hechos que han delineado ese rumbo: el primero, cuando comencé a trabajar con mi hermano, compré un reloj Mulco, por desconocimiento me lo coloqué en la muñeca derecha. Mis amigos se burlaron de mi torpeza y yo nunca cambié ese hábito, es más, cuando he tratado de colocarme el reloj en la izquierda, lo he destrozado. El segundo caso fue cuando, me dijeron que no se podía aspirar a la reelección en Fedecámaras, yo la intenté y estuve a un tris de lograrla y si pudiera dar marcha atrás en el tiempo, hoy la volvería a intentar.

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Pero ahora, a lo que vine, con este artículo culmino la parte de mi niñez y adolescencia que se desarrolló en el Batatillo, estado Trujillo, poblado del cual me separé en abril de 1975, próximo a cumplir 16 años. Cuando comencé mi primer grado a los 6 años, inmediatamente mi padre me llevo a trabajar en la parcela a cultivar maíz. Esas labores las cumplía después de salir de la escuela, entre lunes y viernes. También, por esa misma época, uno de mis hermanos mayores, Tomás, quien tenía una empresa comercial, les planteó a mis padres la posibilidad de que yo ingresara a trabajar en su negocio, los fines de semana.

En el trabajo con mi hermano adquirí algunas prácticas que me han servido a lo largo de mi vida. Nos inculcó la vocación de servicio y el buen trato al cliente; la diplomacia en el trato con el público, así como, la honestidad en la entrega de lo prometido y sobre todo, un indoblegable espíritu para no dejarse vencer por las adversidades. Esto quedó demostrado cuando a mi hermano se le quemó el negocio y desde cero se levantó de nuevo. Con Tomás, también desarrollé la disciplina laboral y el espíritu empresarial que me han acompañado durante toda mi vida. Allí recibí el primer salario de mi vida: 3 bolívares que me eran pagados religiosamente al término de cada jornada laboral.

Al culminar el sexto grado de primaria, quedé en un interregno en cuanto a mis estudios, ya que, en el Batatillo no había liceo. Por aquella época, realicé la Primera Comunión y me quedé ayudando en la preparación de la misa. El sacerdote se empeñó en que yo debía estudiar para ser cura, pero mis padres no tenían dinero para sufragar el costo de los útiles: allí se desperdició la oportunidad de que yo le sirviera directamente a Dios. En el pueblo de Cuicas, distante unos cuantos kilómetros de nuestro Caserío, existía un liceo y un internado, regentado por el sacerdote, Luis Pardo Mancilla, con un costo mensual de 150 bolívares. Le planteé esa posibilidad a mi padre y él, con tristeza marcada en el rostro, me confió que solo ganaba 168, lo que apenas nos alcanzaba para mal comer. Pasé noches enteras llorando, quejándome amargamente de no poder estudiar, pero esa era la realidad del campo y creo que ahora ha empeorado, Pero como dice el dicho: Lo que no mata, fortalece.

Al concluir la primaria, a causa del tiempo libre se incrementaron mis actividades, a las jornadas en el conuco, se sumaron más días de labor en el negocio de mi hermano. Comencé los pininos como conductor de camiones. Como todos mis contemporáneos me ejercité en ciclismo y natación; jugué beisbol hasta los 16 años; practiqué boxeo, a escondidas de mis padres, realicé 34 peleas, de ellas todavía guardo ingratos recuerdos: 2 dientes partidos y la desviación del tabique nasal.

En nuestra vida existen unos eventos llamados parteaguas. Una de esas actividades deportivas me impulsó a salir de mi zona de confort. Regresando por la noche de una larga rodada en bicicleta, me desplazaba por la calle principal del pueblo, de repente, en mi trayectoria se atravesó una niña, sin poder evitarlo, la atropellé violentamente. Los familiares me gritaban que la había matado y ante las posibles agresiones, puse ruedas en polvorosa. La niña fue llevada al hospital y afortunadamente todo quedó en un susto, pero yo, a través de mi hermano y jefe, tuve que asumir todos los gastos de traslado y medicinas. 80 bolívares, me costó el hecho, casi un mes de trabajo, Eso redujo los 400 bolívares que tenía ahorrados. Allí decidí que mi vida debía tomar un rumbo diferente y me dispuse a venirme a Caracas. Por cierto, pasados los años tuve la oportunidad de hablar con la joven que había atropellado y le agradecí el impulso que había dado a mi vida y nos reconciliamos.

En cumplimiento de la decisión que había tomado, pedí la bendición a mis padres, antes de marcharme. Mi llorosa madre me despidió como quien despide a un muerto, no era para menos, en un país donde las comunicaciones telefónicas eran casi inexistentes y llegar de Trujillo a Caracas, después de atravesar las 480 fatídicas curvas de San Pablo, tomaba más de 12 horas, lo que era toda una odisea. Me vine en un autobús de la línea Las Delicias y llegué al Terminal del Nuevo Circo, con un inmenso capital de 295 bolívares, después de pagar los 25 del pasaje. Traía una vieja y destartalada maleta, amarrada con unas cabuyas, pero llena de sueños para comerme al mundo. Ahora me tocaba buscar la casa de mi tío Regulo, quien vivía en la UD2 de Caricuao. Mi vida en la gran ciudad, comenzaré a narrarla en un nuevo artículo.

*Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE

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