A mi madre… Carmencita Teresa alias Carminella Holmes.
«Busca lo que hay…
no lo que quisieras que hubiere»
«Todas las guerras son inútiles
y solo sirven para sembrar dolor y miseria».
«Una vez descartado lo imposible, lo que queda,
por improbable que parezca, debe ser la verdad.»
«Puedes tomar solo dos caminos en tu vida: Uno,
el que tú elijas para ti; el otro, el que un tercero te elija》
«La vida es infinitamente más extraña que cualquier cosa,
que la mente del hombre pueda inventar》
Sherlock Holmes
(Sir. Arthur Conan Doyle)
«No salió de una madre ni supo de mayores.
Idéntico es el caso de Adán y de Quijano.
Está hecho de azar. Inmediato o cercano
lo rigen los vaivenes de variables lectores. […]
Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna》
Jorge Luis Borges
La detective del polvo
A eso de las 8:00 a.m. mamá nos había despachado en orden de edad. Despachar para un sargento, como mamá significaba mucho más que sólo cumplir con el deber, era supervisar que la tropa de sus genes hechos carne, llegaran a feliz término. Por supuesto, lo intentó, con un fervor cuasi enfermizo, pero como la mayoría de las madres, hizo lo imposible, pero no lo logró. Mientras papá iba por los hojaldres de requesón, mamá despachaba desayuno a los universitarios y a mí me preparaba para el mundo escolar por venir sin porvenir que es el mundo laico del patio donde crecimos los Baby Boomer caraqueños.
A Carmen le tenía sin cuidado las resultas, pero la cosa cambiaba radical con los procesos. El diablo para Mamaíta estaba en el proceso no cumplido. El órgano que regulaba las reglas vitales de la Sargento Saunders como la apodábamos, era la nariz (verbo y gracia, higiene) y por supuesto la escala de alarma, casi como una escala Richter para seísmos, era el tufo, una colonia pachulí era en “la escala de tufos” un IX (9) de XII (12) máximos. Vómitos, defeques, manos sin lavar, polvos, sucios, desordenes y fauna asociada perturbadora, en la escala era menos diez (-X); podría ser una falta, retar a su nariz, con su respectiva consecuencia a veces severa, pero jamás pasada por alto.
Mamá tenía una sensibilidad extrema a los olores al punto que su carácter termino estando asociado a esa cualidad no precisamente beneficiosa. Cualquier sospecha de polvo mal parado, sucio a first sight, u olor de chico de escuela hediondo a lápiz, prendían la alarma a la detective de sucesos odoríferos, la filósofa autoinstruida y agente doctorada en Hogar y Honoris Causa, Carminella Holmes. Está representada en este momento por “causa de honor” la cualidad que conduce al cumplimiento de los deberes respecto de la sociedad y de sí mismo, escribió Zio Luis Américo Faillace Russo, a causa de la entrega de su doctorado Honoris Causa en la UCV.
Mamá fue enemigo acérrimo de las pestilencias repugnantes, y a su entender las colonias baratas eran tufos, no hace falta extenderse en su pavor por los hedores y las alimañas. Las roedoras eran su némesis y nada había que hacer con eso si una ratona descuidada pasaba antes sus ojos en pánico y ella literalmente brincaba sobre los muebles y gritaba cual penada en el patíbulo.
Nosotros amábamos a Mamá como una diosa y ella era una diosa para nosotros. Pero mamá era una diva en todo sentido. Desde organizar un almuerzo social hasta servir de asesora certificada de la revista Selecciones de Reader Digest para sus amigas cercanas. Su eficiencia abarcaba todas las responsabilidades de la buena ama de casa. La perfecta ama de casa, la Sra. Cifuentes, era una niña de pecho ante Carmencita del Toboso como la decía su hermana menor Rosita, quien odiaba su nombre sin diminutivo “Rosa” porque tía Rosita decía con rabia en la lengua que sonaba a mujer de mancebía, o sea, a una mujer súper-puta de burdel.
Luego que papá llegaba, el último en desayunar por orden de tamaño sería yo. Tardé años en entender, por qué el proceso superaba los resultados. Pero hoy cuando lo recuerdo me doy cuenta que Mamá veía con claridad ciertas realidades que a nosotros nos resultaba columbrada. Sabía que debía disfrutarse el mordisco con calma y no atragantarse sin cuartel cuando le metía al bendito croissant sin pena ni gloria. Era un indicativo de mesura. De proporcionalidad cierta y en gran parte de urbanidad y buenos modales. Y solo era un mero detalle inadvertido por la mayoría de las amas de casa de segunda categoría.
Toda esa parafernalia de acción perfectamente bien pensada, hacían de mamá un detector de mentiras y anomalías familiares. Una mirada de medusa y mamá policía te dejaba hecho piedra. Y de piedra a polvo es solo cuestión de cernir, algunos dirían de discernir. Yo soy uno de esos. Un alguno entre el polvo del mañana y el discernir de hoy. Para mamá fue al revés, era el discernir del ayer y las cenizas del hoy. Pero como ya saben las lecciones del mundo del polvo; Ella sigue siendo la reina de las pesquisas desde el polvo de sus memorias.
Del agente del polvo: Caso Lienzos
El día que me puse al corriente que para cada uso doméstico los enseres para limpieza, en especial los lienzos de aseo debían tener destino específico dependiendo del área de acción, y salve dios que uno no hiciera lo indicado en el Manual ISO 9000 de Carmen de unas 100 mil pautas inéditas de recordación, todas ellas perfectamente bien pensadas y practicadas hasta el vértigo.
La agente era en ese sentido un carrusel de imaginación y sorpresas, a pesar de su advertida normativa de higiene, orden y aplicación bajo normas COVENIN-Mamá. Mamá no daba puntadas sin dedal. Y a cada acción había una enseñanza detrás del polvo que impedía. Solo para aclarar a donde llegaban sus precogniciones les adelanto que sus tres hijos llevaron a término sus clases de aseo etológico. Siempre nos enseñó que la higiene, la presencia y los modales iban de la mano con el orden de las cosas. Todas las acciones para que funcionen debían tener un orden preestablecido, pero debían llevarse a cabo espontáneamente. Parecía un contrasentido, pero de ninguna forma lo fue. Y a las pruebas me remito con mis hermanos y yo. Charlie el primogénito acopió la norma, siendo un ilustrado arquitecto de lecturas múltiples, pero en orden jerárquico. Un lector compulsivo, tal vez toda la enseñanza tenía sus notas negativas por aquello de que lo perfecto es enemigo de lo bueno, y eso, de alguna forma impensada, mamá lo intuyó sin mucho que meterle cabeza al asunto.
Nelson o el Almirante, terminó líder de unidad, mandando más que un dinamo y el orden en él tuvo un agrio desencanto, sin embargo, la sagacidad lograda de los preceptos de mamá de dónde convenía dirigir prioridades, las ganó, si se quiere, con una destreza extraordinaria. A este caso de desambiguación, Carmencita logró que uno de sus vástagos fuera hábil en el campo crematístico, acaso por pura precognición, apelando al pensamiento de Sherlock Holmes.
«La habilidad es buena y el genio espléndido, pero los contactos adecuados son más valiosos que cualquiera de los dos”. Puede que tú mismo no seas luminoso, pero eres conductor de luz”. Ese es mi seductor Almirante, enérgico por fuera, y lúcido por dentro. Y como efecto colateral non santo, el milico mal humor.
En mi caso personal, soy el más afín a mi madre. Desde su partida, hará menos de un año, sus enseñanzas desde la polvareda, se intensificaron. Cada mañana, desde su santuario donde yace en cenizas, continúa clases de higiene y urbanidad. Todas las alboradas recuerdo que me preparó sin saber para ser su guardián de cabecera. Ni ella ni yo jamás hubiéramos adivinado donde íbamos a aterrizar. Ella menos supo, pero si intuyó en su manual inventariado, en su afán de cambiar su cosmos de hogar y sus métodos reglados, el universo fuera podía irse largo al carajo. Así que la detective sembró varias cosas esenciales en el quehacer del guerrero del polvo. Lo que me condujo a ser un híbrido de científico y escritor entusiasta. Amén de biólogo marino e higienista ambiental.
Solo para ilustrar desde el aserrín una de sus múltiples enseñanzas, siempre nos animó a quitarnos de encima el polvo de todo aquello que quite lustre y modos al espíritu que brilla con luz propia, la misma claridad que nace y muere, sin estar al tanto, en el polvo de nuestra vida, o cuando no se pierden las buenas costumbres, como Zio Américo trazando una raya en la arena de la playa, o como las siestas de papá Peppino o de la Zía Nona con su academia de lienzos, y la mejor de las costumbres, (esa que escribió el gran Borges al referirse a Sherlock), la costumbre de morirse…
Notas del Autor
En Estados Unidos se emitió una serie radiofónica sobre Sherlock Holmes llamada The New Adventures of Sherlock Holmes (Las nuevas aventuras de Sherlock Holmes), que duró durante nueve temporadas. Se emitió desde el 2 de octubre de 1939 al 14 de junio de 1950.
Museo de Sherlock Holmes En Londres existe un museo dedicado a recrear el apartamento que se describe en la obra de Doyle. Está ubicado en el 221 de la calle Baker Street, exactamente la misma dirección que se menciona en las famosas novelas. En él se puede visitar el estudio, la recámara, inclusive el baño en el que supuestamente pasaban sus días Sherlock Holmes y el Dr. Watson. Hay también recreaciones con maniquíes de algunas escenas de las novelas.
La amplia bibliografía de Sherlock en la que se relatan las aventuras de Sherlock Holmes y su compañero Watson, conocida en su conjunto como «canon holmesiano», consta de cuatro novelas (49) y cincuenta y seis relatos (56) recogidos en varios tomos: