Respetar los acuerdos aceptados y el firme compromiso de velar por el cumplimiento real en espíritu, propósito y razón de las condiciones acordadas, es vital para que logremos unas elecciones cuyos resultados queden libres de toda sospecha. Sin embargo, a juzgar por las actitudes de líderes opositores respecto a un candidato único, o al menos mayoritariamente apoyado, y por otra parte, la contumaz insistencia gubernamental de un lenguaje agresivo, grosero en muchos aspectos, abona a un clima de áspera confrontación que sazonará para colmo de adversidad, el arrollador ventajismo oficial.
El panorama visible es la personificación de la unidad opositora en más de un desconocido aspirante, en perfecto acuerdo negativo con los desgastados líderes visibles de las últimos quince años voceando cada uno el mismo discurso, tácita o abiertamente expresado: Pueblo, la unidad soy yo…Y más nadie.
Por su lado, desde Miraflores y cada uno de los factores semi-institucionales que aún quedan, el gran cacao de turno machaca la cantinela acusadora de traidores a la derecha fea y maluca, afirmando el carácter divino de su criterio basado en la única certeza absoluta existente: La verdad revolucionaria.
Este inmenso bochinche conceptual en torno a la unidad, la verdad y cuanta babiecada se le ocurre a tirios y troyanos golpea mi cerebro y lo conduce a dos líneas de pensamiento nada originales pero de cierto interés. En primer término me pregunto y supongo que a muchos electores en igual predicamento, que cantidad y calidad de “pupitre” (Eduardo Rodríguez Giolitti dixit) avala las pretensiones presidenciales de cuanto hijo de vecino se antoja que puede conducir los destinos de una nación. Incluso hay más de un “ágrafo” en el viciado campo del liderazgo político tercer-mundista, sin olvidar el hecho comprobado de los doctorados chimbos a base de tesis “copia y pega”.
Qué derroche de deshonestidad adorna ciertas feas costumbres…
Habíamos citado dos líneas de pensamiento y la última se refiere al famoso apunte del dirigente de AD Manuel Peñalver, recordando que en Venezuela “no somos suizos”.
Resulta que ser Suizo no es precisamente fácil. Al contrario, es algo duro y difícil.
En principio, es un aprendizaje iniciado hace unos cuantos siglos. Hitos claves e importantes de su historia son milenarios, como las donaciones que el emperador Oton hizo a Einsiedeln en el cantón de Schwyz — se cumplieron mil años en 1964 — entre las que se cuentan viñas productoras de vinos ininterrumpidamente desde el siglo X, cuando Suiza aún era parte del imperio carolingio. Este poder comienza a debilitarse a la par del ascenso de las grandes casas feudales, verbi gracia Habsburgo y la Casa de Saboya entre fines del siglo XI y el XIII, a mediados del cual varias comunidades de hombres libres logran fueros propios.
Schwyz, obtuvo los suyos en forma directa en 1240, del propio emperador Federico II junto a los muros de Faenza a la que sitiaba. Pronto se le unieron las comunidades de hombres libres de los valles de Uri y Unterwalden, defendiendo así su frágil independencia frente a las pretensiones de los Habsburgo. Los tres cantones fueron firmando pactos sucesivos y consolidaron la primera federación sobre los principios básicos de independencia, seguridad colectiva y el arbitraje — por parte de los ciudadanos más prudentes entre ellos — para dirimir cualquier diferendo.
El más antiguo de estos pactos data de los primeros días de agosto del 1291 y es el origen de haber escogido el día primero de ese mes como Fiesta Nacional de la Confederación; que hoy sigue inspirando su política interna y relaciones con el mundo exterior anclada en los fundamentos iniciales del pacto de los tres cantones.
Pero Suiza es un mosaico de mezclas heterogéneas más complejo que la fenecida unión de los eslavos del sur, una Yugoeslavia conformada por cinco repúblicas, dos regiones autónomas, tres alfabetos (latino, griego y cirílico) y dos religiones, una de las cuales con la subdivisión de una rígida variante ortodoxa. Actuando como pegamento del rompecabezas, el férreo y carismático liderazgo del Mariscal Josip Broz (Tito). Muere Tito y se despedaza el mosaico en una orgía de sangre.
Suiza es más compleja y sigue intacta. Hay una Suiza alemana que es mayoría y no la impone a la Suiza francesa y menos a la minoritaria Suiza italiana del Tesino, donde es minoría la confesión católica ante los protestantes, casi todos calvinistas. Existe una Suiza banquera opulenta de muy altas finanzas y hay Suizas artesanales, modestas, horticultoras de sencillas costumbres aldeanas. Brilla la Suiza de alta diplomacia, sede de múltiples organismos internacionales y está la Suiza meticulosa de finos artilugios de alta precisión y esmerada joyería horológica. Y hay otras muchas suizas entre las que no faltan de alta tecnología y la Suiza de prestigiosas universidades e instituciones de altos estudios, todas en armoniosa convivencia y en donde solo destaca la elevada cultura cívica del ciudadano suizo.
Y a qué viene todo esto, o tal como se pregunta en el imperio: Cuál es el punto? Pocas palabras bastan al buen entendedor. Pero más de uno cuestionará, no somos suizos, pero tampoco Yugoeslavos… Cierto, ni lo uno ni lo otro, pero tampoco lejos de lo contrario. Por el camino que se observa, la luz al final del túnel es muy opaca.