Tener agua directa a casa pasó de ser algo normal a un privilegio inalcanzable, una lucha diaria para millones de venezolanos que no se dan abasto entre tantos problemas. No se trata simplemente de enfrentar escasez temporal o interrupciones ocasionales en el suministro, sino de una crisis profunda y prolongada que nos afecta a todos. Las dificultades a las que nos enfrentamos son cada vez más deshumanizantes y nos sumergen en una terrible realidad. Es un mal al que somos sometidos como consecuencia del populismo, la corrupción y la mala administración.
En casi 90% de los hogares venezolanos no llega agua de forma continua, asegura el Monitor de Servicios Públicos. Asimismo, acorde con el Diagnóstico Comunitario de HumVenezuela publicado en 2022, la población más afectada está constituida por 15,9 millones de personas, vecinos, venezolanos, quienes reportaron semanas y hasta meses sin recibir agua corriente y por lo tanto, debían recurrir a fuentes alternativas de abastecimiento no seguras como pilas públicas, manantiales, ríos, caños y camiones cisternas. Incluso, hay sectores del país que tienen años sin recibir una sola gota por tubería.
No podemos ignorar el impacto que esta crisis tiene en la vida diaria. El tiempo y la energía que se podría emplear en mejorar nuestras vidas y construir un futuro mejor se consumen en una lucha constante por conseguir algo tan esencial como el agua, y es nuestra salud mental la más afectada por tantas preocupaciones y estrés, como también afecta negativamente la higiene personal, la limpieza de los hogares y la preparación de alimentos, generando condiciones propicias para el brote de enfermedades.
Lo peor de todo es que la ironía duele. Saber que como país contamos con recursos abundantes pero que se encuentran inaccesibles debido a la negligencia y el desinterés de unos pocos, genera una sensación de impotencia y frustración indescriptible. Nos preguntamos una y otra vez cómo es posible que, teniendo tanto potencial hídrico, seamos víctimas de esta falta de previsión y de la incapacidad para gestionar adecuadamente un recurso vital.
Esta crisis no puede ser ignorada ni minimizada. Nuestra lucha es la lucha de millones de venezolanos que sufrimos esta realidad desgarradora. Juntos debemos alzar la voz y exigir un cambio real y tangible. El agua es un derecho humano inalienable y su negación es una afrenta a nuestra dignidad como personas. Hoy, desde mi propia experiencia y desde el sufrimiento compartido con tantos otros, elevo mi voz. Debemos exigir todas las veces que sean posibles, una gestión adecuada de nuestros recursos hídricos, inversiones reales en infraestructura y sistemas de distribución eficientes. No podemos permitir que esta injusticia perdure. El agua es vida y merecemos vivir dignamente.