A los dictadores les produce pavor escuchar hablar de elecciones libres. El voto soberano para los gobernantes autoritarios equivale a la cruz para Drácula. Por eso Nicolás Maduro no puede ocultar el escalofrío que le corre por el cuerpo, solo imaginándose sometido a un escrutinio popular en el que los ciudadanos se expresen en las urnas electorales, pero eso sí, sin trucos ni trampas ni manipulaciones preconcebidas antes de las votaciones y escrutinios.
El miedo a las elecciones libres se incrementó en las esferas dictatoriales en Venezuela desde aquella noche del 6 de diciembre de 2015, en que en se confirmó la victoria aplastante de la oposición que terminó alzándose con las dos terceras partes de los diputados de la Asamblea Nacional. Fue una esplendoroso laurel conquistado con todas las de la ley, superando todos los obstáculos que el régimen había colocado en el camino recorrido, para llegar hasta la meta electoral de ese año. A pesar de todas las trampas colocadas y activadas, no lograron evitar ese resultado asegurado con una ventaja tan abultada, como la depresión que era inevitable ocultar en el rostro de los jefes del madurismo.
Desde entonces, resolvieron no contarse en elecciones competitivas. A partir de esa fecha se desataron los operadores expertos en malas mañas electoralistas para tramar fraudes, como el urdido en las ilegítimas elecciones presidenciales de mayo de 2018, o los montajes oscuros adelantados para aparentar elecciones de constituyentistas o diputados a las Asambleas que se dieron a su real saber y entender. Saben que solo en procesos arreglados les es posible sacar alguna ventaja, pero no así si se cuentan, pelo a pelo, en procesos supervisados y sometidos a reglas claras del juego. Por eso, es que no escatiman nada a la hora de impedir que la ciudadanía se manifieste libre de apremios en consultas o sufragios populares. Por eso meten preso a los disidentes, o los avientan al destierro, o simplemente los inhabilitan como ha ocurrido recientemente, otra vez, con María Corina Machado.
Como toda dictadura, se encierran en el caparazón que los protege, aislándose de controles jurídicos internacionales pensando que pueden proseguir perpetrando sus fechorías con toda impudicia e impunidad. Es por esa razón que los voceros de la dictadura venezolana gritan “que no permitirán la presencia de observadores internacionales en sus elecciones revolucionarias”. Los abogados suelen decir “a confesión de parte relevo de pruebas”.
Eso es lo que se comenta en los pasillos del Parlamento Europeo, en donde más de 490 diputados, el pasado jueves, reprobaron las arbitrariedades de Maduro, aplicando inhabilitaciones a diestra y siniestra. Para la cofradía dictatorial esa resolución de los Europarlamentarios es un golpe certero a la línea de flotación de su aparataje fraudulento. Por eso reaccionan con iracundia. Arremeten contra La Unión Europea, jugando posición adelantada y amenazando con no dejar que representantes de ese ente asistan a Venezuela con el rol de observadores internacionales de las eventuales elecciones presidenciales previstas para 20224.
El miedo es libre, y eso es lo que desborda a esos personajes que le huyen a las elecciones libres por las que seguiremos luchando todos los venezolanos, dispuestos a persistir en la idea de lograr la liberación de nuestro país.