(Juicios, encuestas e interrogantes en la política norteamericana)
El año que viene coinciden las elecciones presidenciales venezolanas con las de Estados Unidos, como ha ocurrido sólo cinco veces en nuestras contrastantes vidas constitucionales, rigurosamente regular la de allá, accidentada la de aquí. La primera fue en 1948, ratificado Truman, vicepresidente sucesor de Roosevelt y electo Gallegos. La última fue en 2012, con las reelecciones de Obama y Chávez. Casualmente, esos dos presidentes venezolanos no pudieron cumplir sus mandatos. A Gallegos un golpe militar lo derrocaría en noviembre y Chávez no podría asumir porque se lo llevó el cáncer que ya tenía desde el año anterior. Venezuela no suele ser tema en la política norteamericana y menos en la electoral, aunque nuestra inflamada autoestima nos haga pensar lo contrario de cuando en cuando, salvo para buscar votos en circunscripciones específicas como el Sur de la Florida, con fuerte incidencia cubana y ahora residencia de numerosos venezolanos, mayoritariamente no votantes registrados todavía. La alusión de característica demagogia imperialista de Donald Trump excepcional y dirigida a cierto extremismo nacionalista local, ha excitado la imaginación de nuestro nacionalismo extremista de signo contrario.
Tratemos de comprender qué pasa allá. Hoy veremos un aspecto y de seguro volveremos al tema entero varias veces en estos meses.
En Estados Unidos los expresidentes que han buscado volver al poder tras perderlo pueden contarse con los dedos de una mano. Solo el demócrata Grover Cleveland lo logró en 1892. El último en intentarlo fue el republicano Theodore Roosevelt, infructuosamente, en 1912 tras dividir su partido. Es decir que hará ciento doce años que nadie se atreve, así que en eso también es excepcional Mr. Trump, excepcionalidad menor si se la compara con la más que bicentenaria de ser el primer expresidente imputado por delito federal, en juicio que comenzó en Miami el pasado martes 13, cabalística fecha.
Llama la atención que siendo el expresidente, según todas las encuestas, el puntero por amplísima ventaja para obtener la nominación de su partido Republicano, ya se hayan presentado al menos otros once. Trump ha dicho que llegará hasta el final que nada lo hará retirarse de la contienda.
¿Por qué? Una razón la ha explicitado el analista de CNN y autor de varios libros de política y novela Michael Smerconish: porque sabían que Trump sería imputado, aunque ahora casi todos hagan protestas de solidaridad con él y censuren la “politización de la justicia”, salvo los exgobernadores de Nueva Jersey Chris Christie y Arkansas Asa Hutchison e implícitamente su Vicepresidente Mike Pence quien tras cuatro años de lealtad, cayó en desgracia con el magnate por no haber coreado su versión de “elección amañada” y por presidir aquella sesión de Congreso del 6 de enero de 2021 convocada para proclamar el resultado electoral e interrumpida por la violencia.
Cierto es que no es sorpresa el juicio a Trump por las cajas de documentos clasificados encontrados en su residencia. Tampoco es el primero. Este mismo año fue condenado en Nueva York a indemnizar a una columnista con cinco millones de dólares por abuso sexual y difamación y ha sido imputado por pagar ilegalmente a una estrella porno y declararlo falsamente al fisco. Está pendiente si será imputado por provocar los disturbios contra el Capitolio arriba mencionados y acaso el más serio de todos, el juicio en Georgia por intento de fraude electoral en 2020, del cual ha trascendido una llamada a la autoridad electoral de ese estado, el republicano Brad Raffensperger quien se negó, para que “consiguiera 11.780 votos”.
La popularidad de Trump en las bases republicanas contrasta con la incomodidad que genera en el liderazgo del partido y sobre todo, con las diferencias entre su conducta y valores tradicionales del Republicanismo como la ley y el orden o la familia. Pero allí sólo encontramos una muestra de las múltiples divisiones en la sociedad estadounidense actual que el polémico aspirante no inventó, pero sabe inflamar y manipular.
En un panorama más amplio, las encuestas dicen que la mayoría piensa que ni Trump ni Biden deberían ser candidatos, pero lo son. Y un sondeo de mayo de The Washington Post y la cadena ABC, por primera vez visualiza como posible que el desánimo con el actual mandatario sería mayor que el rechazo al expresidente y aspirante a la revancha. En el campo Republicano, como vemos, proliferan los nombres, no así en el Demócrata, donde el Presidente parece tener asegurada la candidatura ante otros dos aspirantes, el abogado ambientalista Robert Kennedy Jr y desde la izquierda la escritora y activista Marianne Williamson.
El tema es tan complejo como interesante.
Ramón Guillermo Aveledo