A partir de la simplificación, caricaturización y superficialidad de la comunicación social, los demagogos de todas las tendencias recurren al éxito momentáneo de expresarse cual cenutrios ante ignorantes multitudes.
Un caso concreto son las declaraciones de Donald Trump sobre Venezuela. Es difícil entender que quien no sea agente provocador de Putin, Maduro o del Foro de Sao Paulo pueda expresarse en términos tan infantiles: Salvo ante un auditorio de su mismo nivel de torpeza.
Quizás el irresponsable mentecato pensaba rescatar la tradicional condición de Venezuela como fuente confiable de energía para Occidente – siempre a cambio de divisas contantes y sonantes – posicionamiento que sucesivos gobiernos venezolanos promovieron exitosamente y por décadas.
Pero al referirse al lógico concepto en términos tan groseros lo convirtió en un párrafo más del manido libreto de Galeano, para uso de todos los zopencos de izquierda.
El propio Trump también dijo la hueca perogrullada de que “todas las opciones están sobre la mesa”, algo que tiene cualquier mandatario, pero con su tono petulante alborotó la imaginación y las esperanzas de muchos incautos, aquí y allá.
La torpeza y la fanfarronería en las expresiones políticas es con frecuencia uno de los mayores obstáculos a la resolución positiva de grandes problemas.
El fenómeno lo vivimos a diario en Venezuela desde hace más de 20 años, cuando un sector de oposición se ha pasado todo este tiempo desahogándose apenas en invectivas y filípicas altisonantes, sin siquiera haber llegado a posiciones de poder para hacerlas efectivas. Se pierde la cuenta del número de veces se amenaza con la cauta CPI ante cualquier exceso de la mafia imperante.
Ante el estancado atolladero en que se ha hundido a toda una nación, cae muy oportuno un reciente análisis de Moisés Naím en su columna “Dictadores sin salida”, donde señala sabiamente:
“Cuando la alternativa al poder absoluto es morir en la cárcel y perder el acceso a las enormes fortunas que los dictadores, sus familiares y testaferros acumularon, no debe sorprender que los tiranos se aferren al poder como sea.” Y concluye: “el mundo tiene que volver a aprender el arte y la ciencia de salir de un dictador”.
Lo más probable es que – más allá de la justificada indignación moral que profesan algunos, y la sed de venganza y retribución de otros – eventualmente será indispensable recurrir a algún tipo de justicia transicional o transaccional como salida a la actual desgracia.
No quedará otra, porque la dictadura ya sabe de sobra que perro que ladra, no muerde.
Antonio A. Herrera-Vaillant