Un campesino del caserío Guagó, perteneciente a la zona de Guarico, Distrito Morán (no existía la figura del Municipio), dio en 1975 una prueba de fortaleza humana.
Su hazaña física despertó la admiración del personal del Hospital Central “Antonio María Pineda” de Barquisimeto al sobrevivir a un accidente netamente mortal, cuando el cañón o chimenea de un “chopo”, o escopeta de fabricación ligera, se le incrustó en la región suborbital izquierda, recorrió por su cuerpo 50 centímetros y le perforó un pulmón, para alojarse en su tórax derecho. Algo así como un reto a la muerte a la que le ganó el duelo.
Un hecho increíble que incluí en mi segundo libro titulado “De lo posible a lo increíble”, impreso en mayo del año 2006, cuyos temas son reales pero difíciles de entender, cómo éste, ocurrido hace 48 años cuando me desempeñaba como reportero de sucesos del Diario El Impulso.
Increíble
El martes 15 de julio de 1975, cubriendo una nueva faceta de mi oficio en el decano de la prensa occidental, me enteré de que a eso de las 10 de la mañana un ciudadano desconocido ingresó a emergencia del hospital central “Antonio María Pineda” de Barquisimeto a un joven identificado como Marcos José Rodríguez, quien presentó una mínima herida, algo así como un punto de tinta causada por un lapicero cerca de su ojo izquierdo.
El martes 22 de julio de 1975 salió publicada la información en el Diario “El Impulso”
Los facultativos le ordenaron una radiografía de cráneo que reveló fractura del malar izquierdo y la rama ascendente izquierda del maxilar inferior. No se observaron imágenes metálicas en el cráneo.
Saturadas las lesiones en su rostro, quedó bajo vigilancia facultativa hasta que 5 días más tarde, el extraño paciente, de 20 años de edad, presentó dificultades respiratorias. Una nueva radiografía mostró la imagen opaca de un aspecto metálico dentro del tórax derecho, como el de una inyectadora.
Creyeron los galenos al principio que se trataba de un artificio en la placa radiográfica, pero tomada por segunda vez, descubrieron una figura extraña, y la opacidad daba la impresión de ese mismo cuerpo metálico.
Una junta médica determinó la operación urgente del paciente, apareciendo, precisamente en la parte posterior de su tórax derecho, un tubo férreo de 19 centímetros de largo por uno y medio de diámetro. Era el cañón, o chimenea del arma improvisada.
Junta médica
El caso, primero de esa naturaleza en el mundo de la ciencia médica, llamó la atención de todos los galenos de guardia en nuestro primer centro asistencial, quienes se congregaron en la sala de pabellón como testigos de la intervención quirúrgica practicada por su colega, doctor Daniel González.
Posteriormente surgieron diversas hipótesis en torno al recorrido del tubo dentro del cuerpo que no provocó lesiones en otros órganos vitales. Sólo el pulmón derecho fue perforado.
Marcos José Rodríguez, el campesino convertido en primicia para el decano de la prensa centro occidental en ese entonces, salvó el ojo por donde le penetró el tubo, o cañón improvisado de la “escopeta”, y 48 horas después de su intervención se recuperaba satisfactoriamente, regresando a su caserío de Guagó en Guarico, vivito y rezando. Parecía haber salido de una sala de parto donde volvió a nacer, y no de un pabellón donde hizo historia.
El recorrido del tubo que se produjo dentro de la cara, cuello y tórax, causan el deceso a cualquier cristiano en un 99 por ciento de los casos, señalaron los facultativos.
Guagó, asentamiento campesino distante a unos 50 kilómetros de Guarico, es una región productora de papa dada a conocer por este joven que le llevó la contraria a la muerte, cuando el martes 15 de julio del citado año inició su odisea.
Salió a las 7 de la mañana con un “chopo” que le fabricó un tío de nombre Felipe Peraza. Por su mente “volaban” unas cincuenta guacharacas, sin importarle el tiempo que duraría cazándolas.
Minutos después encontró las primeras presas y cuando disparó, el arma le hizo explosión sobre el ojo izquierdo perdiendo parte de su noción; no obstante logró correr unos 2 kilómetros hasta ser recogido por un campesino del caserío Peña Blanca quien lo trasladó a su casa donde horas después empezó a presentar fiebre y dificultades al respirar. Entonces fue llevado al hospital.
La herida en su rostro fue producida por los perdigones que salieron en vía contraria, y la explosión fue tal, que produjo el curioso caso del tubo o cañón.
Los galenos de la región han calificado el suceso como el primero en el mundo, y fue dado a conocer en el transcurso de esa semana a todos los medios de comunicación, porque la agencia de noticias United Press Internacional (UPI) la divulgó por todo el mundo con el debido crédito a nuestro medio.
El hecho hizo que médicos asiáticos vinieran a Barquisimeto a estudiar el extraño caso.
Aunque no se supo más nunca de él, Marcos José Rodríguez, quien hoy debería sumar 68 años de edad, puede vivir muchos más por la suerte que le deparó la vida, aunque sospechamos dejó el oficio de cazar por aquello de que, “mordido de mapanare, bejuco le para el pelo”.
“Me creo nuevo en el mundo”, dijo, cuando abandonaba el hospital.
Orlando Peñaloza