Muchas veces por la fuerza de la costumbre creemos que andamos solos, sin mirar hacia atrás y advertir la presencia de Dios. Nos acordamos de él sólo en momentos difíciles.
Medito sobre esto en la situación que me encuentro dentro del cuadro clínico que sobrellevo, un tanto difícil dentro de su patología, pero fácil ante la presencia de Nuestro Señor quien nos pone pruebas dificultosas preguntándonos: ¿Estás listo ya?
Esa pregunta nos pone a reflexionar sobre la frase de Pablo en la cita de una idea familiar del Antiguo Testamento: Es el tiempo de Dios. El hombre tuvo su “día,” y el Señor tiene su tiempo, su hora y su día. Nos está llamando.
Recuerdo al caletre un lindo mensaje tomado de un folleto que un domingo en su Iglesia “Las Buenas Nuevas” de la calle 30, me hizo llegar el Pastor desaparecido Idilio Da Silva, quien durante sus 48 años predicando demostró una pasión por llevar Las Buenas Nuevas a los perdidos.
Con su sabiduría cautivó mi corazón cuando un domingo me preguntó: ¿Orlando, estás listo ya?, utilizando un mensaje de Cristo con el cual aprisionó a muchos otros.
El relato es así: En la ciudad de Liverpool, Inglaterra, hace unos años, en una mañana fría y nublada, el capitán de un vapor iba por la calle hacia los muelles cuando vio a un pobre niño hambriento y mal vestido parado frente a un buen restaurant.
El capitán puso con ternura su cabeza en el hombro del pequeño y le preguntó: ¿Qué estás haciendo aquí mi hombrecito?
El niño con una mirada lastimosa le respondió: ¡Oh señor! Estaba mirando las buenas cosas que tienen adentro para comer.
–Bueno, dijo el capitán tengo solamente treinta minutos antes de que salga mi vapor, pero si pudieras vestir bien, lavarte la cara y peinarte el pelo te llevaría para conseguirte algo de comer.
El muchacho con una mirada de amor y ternura, al escuchar esas palabras amantes se arregló el cabello y dijo: ¡Estoy listo ya!
–El capitán replicó: Bueno mi hijito, Dios te bendiga, ven conmigo adentro y conseguiré tu alimento.
El muchacho comenzó a consumir y el capitán le preguntó: ¿Dónde está tu mamá?
Murió cuando yo tenía cuatro años.
¿Y tu papá?
No lo he visto desde que mamá murió.
¿Quién te cuida?
El niño con una mirada de resignación dijo: Cuando mamá estaba enferma, antes de morir me dijo que el Señor Jesús me cuidaría. Me comentó que Él murió por los pecadores y que me salvaría si yo creía en Él y lo hice.
El capitán lloroso dijo, tengo unos pocos minutos antes de que salga mi barco y me gustaría que vinieras para que me ayudaras.
El muchacho levantó sus ojos y miró a la cara del capitán diciéndole: ¡Oh mi señor, estoy listo ya!
El capitán le regaló un hermoso traje azul y halló en él un fiel siervo. Pronto aprendió a amar claramente a aquel muchacho.
Poco tiempo después de estar a bordo, el niño enfermó y le dijo al capitán que tenía fuertes dolores en su pecho y que quería acercarse a él.
El hombre lo estrechó en sus brazos y lo apretó a su corazón. El pequeño se durmió y fue llevado cuidadosamente a su camarote. Unos días después el médico le dijo al capitán: “he hecho todo lo posible por el niño, está grave y va a morir”.
Sálvelo doctor. No puedo aguantar que muera, exclamó el capitán, pero se ponía más grave.
Un día el niño lo llamó y cuando se acercó se dio cuenta que el final estaba muy cerca.
El pequeño en voz baja y débil dijo: capitán, yo le amo, usted ha sido tan bondadoso conmigo, pero quiero decirle que lo voy a dejar. Voy donde están el Señor Jesús y mamá.
Y le pregunta: ¿Quiere creer en Jesús? Encuéntreme en el Cielo capitán. El Señor le ama y murió por usted. ¿Por qué no deja que él lo salve? ¿Cuándo estará listo?
Con honda emoción y voz temblante contestó: He estado pensando en esto hijito. Voy a atender el asunto pronto.
¿Cuándo estará listo para creer en Jesús?, repreguntó el niño.
Pues no voy a demorar mucho.
Con lágrimas copiosamente cayendo por sus mejillas, aquel capitán cayó sobre sus rodillas y clamó ¡Estoy listo, listo ya! Y allí mismo, arrodillado, con un corazón quebrantado y contrito se entregó al Señor Jesucristo.
Media hora después unos tripulantes entraron al camarote y hallaron al capitán orando con los brazos del niño, ya muerto, alrededor de su cuello.
Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios: Lucas 18:27.
¡Aguarda a Jehová!; esfuérzate y aliéntate tu corazón. Salmo 27.14.
Orlando Peñaloza