La esquizofrenia resalta en el consejo que el presidente Lula le dio a su compinche venezolano: “Reconstruyan su narrativa. Deben construir para mostrar su propia narrativa”. Así que el problema no es la realidad sino el cuento que se echa sobre ella. Posición esquizoide que niega la realidad para construir en el discurso otra diferente. Sustituir la verdad por argucias que tratan de encubrirla demagógicamente en este caso. Mayor cinismo del convicto brasileño sólo hubiera sido superado por quien ya no está aquí: por el Comandante Eterno, pues a su ilegítimo sustituto con todo y su mandato basado en la violencia y la arbitrariedad, la mollera no le da para tanto.
Lo que evidencia las falencias democráticas de un país es su falta de institucionalidad. Esto no es algo teórico propio de congresos y reuniones de expertos, no, es algo que atañe al ciudadano en su cotidianidad. No se trata de algo etéreo de difícil percepción por las personas, sino algo que se palpa con certeza en la vida y que causa las mayores desdichas propias del desamparo al no tener adonde recurrir para la protección de sus derechos.
Según información confiable que nos ha llegado: “Venezuela se ubicó en el puesto 182 de 183 países evaluados por el Índice de Calidad Institucional 2023 que elabora cada año la Red Liberal de América Latina”. Se agrega en la nota que “Estos países parecen estar atrapados sin salida en el pozo de la mala calidad institucional”.
¿Cómo se refleja la falta de institucionalidad en la vida ciudadana?
El Poder Judicial es el órgano que debe resolver los conflictos de la ciudadanía. Al sustituirse la institucionalidad por la arbitrariedad, los tribunales no funcionan, como actualmente sucede en el país, para precisar la verdad de lo sucedido y resolver el asunto conforme a las leyes vigentes, sino que la incertidumbre es la carta del día pues la decisión de los jueces va a estar atrapada por los designios oficialistas. Pero pasemos de la individualidad de los problemas de la gente y pensemos en el trágico destino de nuestra economía pues la falta de seguridad jurídica, propia de un régimen de débil o inexistente institucionalidad, trae como consecuencia que las inversiones extranjeras huyan o no se acerquen al país, lo cual redunda en su ruina, como ha sucedido.
Si pasamos revista por la estructura estatal la falta de institucionalidad resalta: el Banco Central no es autónomo en sus funciones, algo consustancial con su eficiente desarrollo, característica que fue perdiendo poco a poco, desde que El Ausente, al inicio de su mandato le pidió solo “un milloncito, por favor” y luego lo remató haciendo que el ingente caudal de divisas provenientes de PDVSA pasara directamente a ser más que administrado, dilapidado por el Ejecutivo Nacional, sin un institucional y autónomo Banco Central la economía irá dando bandazos hasta su colapso, lo que sucedió en el país; en el árbitro fundamental, en el Consejo Nacional Electoral, nadie cree precisamente por los fraudes en los cuales ha incurrido, propios de su falta de institucionalidad; el órgano legislativo, la Asamblea Nacional, debido a que fue producto de unas elecciones inconstitucionales carece de la legitimidad propia que le daría su base institucional; y la guinda de la ausencia de institucionalidad se la pone el Ejecutivo Nacional con un Presidente que ocupa el cargo a través de elecciones ilegales y que es mantenido en el poder por las bayonetas de una Fuerza Armada que desconoce la institucionalidad con impudicia.
Lula, en sus falaces palabras dice que “Venezuela enfrenta problemas con la democracia”, bien dicho apreciado convicto, sin embargo para que algo enfrente problemas es necesario en primer lugar que exista y en nuestro país no es que falle espacios de la democracia, sino que esta es inexistente con sus cuadros más altos del oficialismo, desde el Presidente de la República hacia abajo, sometidos a juicio de la Corte Penal Internacional por la perpetración de delitos de lesa humanidad.
Afortunadamente para la Democracia latinoamericana los presidentes Boric y La Calle le salieron al paso a esta lavada de cara que intentó Lula Da Silva y fueron contundentes al denunciar la terrible situación que vive el pueblo venezolano. Su respuesta no deja margen para dudas, hablaron de nuestro drama humanitario y el régimen de torturas que impera en nuestro país. Como bien dice Fernando Mires, no se trata de ideologías, de políticos de izquierda o derecha, se trata de decencia y Boric y La Calle son políticos decentes. Queda así pues Lula como un hombre indecente y pusilánime.
Jorge Rosell y Jorge Euclides Ramírez