En estos últimos días hemos leído en los medios de comunicación las enérgicas protestas del Ministerio de Antigüedades de Egipto sobre la serie producida y narrada por Jada Pinkett Smith sobre Cleopatra, la última faraona de ese país, porque la actriz que representa a la reina, es negra. «La aparición de la protagonista con estos rasgos representa una falsificación de la historia egipcia y una flagrante falacia
histórica, sobre todo porque la serie está clasificada como documental». En otro comunicado, el secretario del Consejo Supremo de Antigüedades, Mustafa Waziri, dijo que «la reina Cleopatra tenía la piel clara y rasgos helenos«.
La verdad es que personas que detentan esos cargos deberían tener más cuidado al aseverar con tanta contundencia un hecho que hoy es imposible de comprobar. Ciertamente, Cleopatra era descendiente de la familia de Ptolomeo, un general de Alejandro Magno que estableció su satrapía en Egipto en el año 323 antes de Cristo. Pero Cleopatra nació en el año 69 antes de Cristo, es decir, 254 años después. Diez generaciones como mínimo entre ella y su antecesor, o más, si contamos que la esperanza de vida en aquella época era mucho menor. Y si bien es cierto que en la antigüedad los reyes -en particular en Egipto- se casaban entre hermanos para mantener el carácter supuestamente divino de su origen, la endogamia aumentaba el riesgo de infertilidad en las familias por la acumulación de mutaciones genéticas perjudiciales. La probabilidad de que las personas heredaran dos copias de un gen mutado, podía afectar su capacidad para tener hijos. No es descabellado pensar entonces que, si los Ptolomeos, además de casarse con sus hermanas, también lo hicieron con mujeres egipcias, Cleopatra ha debido ser muy parecida a como aparece en el documental. Históricamente se sabe que varios de esos faraones se casaron con princesas de otros reinos para fortalecer su posición política y asegurar alianzas. De la abuela de Cleopatra se sabe poco o nada. Probablemente era una concubina de la corte, no alguien de la familia. Y en última instancia… ¿cuál es el problema del gobierno egipcio en que Cleopatra haya sido negra? ¡Los egipcios a lo largo de la historia se han mezclado con muchos grupos étnicos y la mayoría de ellos son de piel oscura!
En Venezuela se estrenó recientemente -como en buena parte del mundo- la nueva versión de La Sirenita de Walt Disney. La protagonista, Halle Bailey, es de raza negra. He escuchado innumerables quejas de por qué cambiar a la pelirroja, que ahora hay incluir minorías “a juro”. Si Disney quería incluir a una minoría en su película, se hubiera quedado con la primera Ariel, porque el porcentaje de personas pelirrojas se estima en alrededor del 1-2% de la población mundial y varía según la región geográfica, siendo más comunes en países como Irlanda, Escocia y otros países del norte de Europa, como Dinamarca, donde nació el autor de cuento, Hans Christian Andersen, aunque él no dice en ninguna parte de qué color tenía el pelo la sirenita. Lo que me luce exagerado en la película no es que la protagonista sea negra, sino la variedad del reparto, algo así como “para quedar bien con todo el mundo”. Pero esos hechos “obligados” de cumplir con cuotas de inclusión no acaban con el racismo. Más bien lo profundizan.
Y esto me lleva al tercer caso: Vinicius Jr. Un futbolista brasilero, también negro, delantero del Real Madrid, quien en repetidas ocasiones ha sido insultado en los juegos, siempre por la misma razón. La última vez fue hace apenas unos días, en Valencia, donde, cuando el equipo local se enfrentó a los merengues, muchos hinchas le gritaron hasta que el árbitro tuvo que invocar el protocolo de racismo. España es un país que estuvo ocupado por los moros casi 800 años. Ejem… ¿quién puede darse el lujo de ser racista? Sin embargo, los hay, y bastantes.
Lo que tienen en común la Cleopatra de la serie, la nueva Sirenita y Vinicius Jr. es que son negros y solo por serlo, son discriminados. El racismo es un problema social que ha afectado a la humanidad durante milenios. Lo que impresiona en pleno siglo XXI es que, habiendo descifrado el genoma humano y demostrado que no hay una base genética sólida para la distinción entre las llamadas «razas» humanas, ya que la variación genética no sigue las líneas de las categorías raciales tradicionales, siga habiendo racismo. A estas alturas deberíamos estar todos al tanto de que la diversidad genética es el resultado de la historia evolutiva y migratoria de las poblaciones humanas y que el concepto de raza es social y cultural, en lugar de biológico.
Las causas del racismo son complejas y multifactoriales, pero su origen puede encontrarse en la historia de la colonización y la esclavitud, que establecieron una jerarquía racial que aún perdura en algunas sociedades. Además, la falta de educación, los prejuicios y el miedo a lo desconocido contribuyen a su perpetuación.
Sus consecuencias son igualmente graves. Las personas que son víctimas de discriminación y prejuicios sufren daños emocionales. También limitaciones en sus oportunidades educativas y laborales. A nivel social, el racismo puede conducir a la segregación y la exclusión, lo que a su vez puede generar tensiones y conflictos entre diferentes grupos.
Para combatir el racismo, es necesario crear conciencia sobre el problema y fomentar la educación y el entendimiento intercultural. También es importante establecer leyes y políticas que protejan a las personas de la discriminación y promuevan la igualdad de oportunidades. En última instancia, todos tenemos la responsabilidad de trabajar juntos para construir una sociedad más justa y equitativa para todos. Mi amigo Juan Misle comentó en un chat que le había gustado un comentario que vio en el diario deportivo español Marca: “no es suficiente no ser racistas, hay que ser antirracistas”. A mí también me gustó.
Carolina Jaimes Branger