En estos últimos meses hemos sido testigos -con poquísimas y honrosas excepciones- de cómo lo que mueve a los políticos venezolanos es el ansia de poder y no un interés genuino en el progreso del país. Y no hablo de los representantes del régimen, quienes llevan casi veinticinco años dándonos muestras diarias de ello. Hablo, por desgracia, de la oposición. Egos inflados, infladísimos. Agendas personales, personalísimas, que nada tienen que ver con un ánimo de resolver los enormes problemas que tiene el país. Inconsistencias en los discursos, indecisiones, dos pasos pa´lante y dos pasos pa´tras… ¿Y así creen que vamos a salir de esto?… ¡Por favor!
El ansia de poder siempre ha sido un obstáculo significativo en el desarrollo de los países. Cuando los líderes y las élites buscan el poder de cualquier manera, siempre lo hacen a expensas del bienestar de sus pueblos y del desarrollo a largo plazo del país en su conjunto.
Esta búsqueda del poder a costa de lo que sea, se manifiesta de varias maneras. Entre quienes detentan el poder la vemos, por lo general, en forma de corrupción y violencia política. La corrupción, en particular, tiene un impacto devastador en el desarrollo económico y social. Aquí el chavismo ha utilizado su poder para enriquecerse, ellos mismos y sus allegados, y prácticamente todos los recursos que entraron durante la bonanza de altos precios del petróleo, desaparecieron. Pero más allá del chavismo, en Venezuela la corrupción está cada vez más presente en prácticamente todos los ámbitos. Del régimen sabemos y esperamos cualquier cosa. Pero ver a quienes supuestamente son los autodesignados a sacarnos de esto en el mismo merequetengue que la elite gobiernera, lo que se siente es una desesperanza que -por lo menos a mí- me produce una profunda decepción. Yo me he contado siempre del lado de los optimistas, pero hoy siento que hay una significativa falta de transparencia en las conductas de los actores y una tremenda ineptitud en la toma de decisiones. Verbigracia, haberle puesto fin al interinato sin considerar las consecuencias. No se trataba solamente de “salir de Guaidó”. Él mismo dijo que si el problema era él, se iba, pero que continuara el gobierno interino. Siento también que cada vez es más difícil confiar en alguien. Que el alacranato tiene cada vez más sus tenazas bien apretadas dentro de la oposición y ese pensar en que pueden mantenerse protegidos dentro de una burbuja, es una estrategia no sólo vil, sino que tampoco es duradera.
En cuanto a la violencia política -que también es un resultado directo del ansia de poder- es ejercida por quienes utilizan la fuerza para mantenerse en el mando. A ellos cada vez se les hace más fácil suprimir a la oposición y restringir la libertad de expresión y la participación ciudadana. Pero en la oposición, pareciera que muchos optaron por bajar la cabeza. ¿Cuál es el resultado? Que, con una sociedad limitada en su potencial de expresarse y participar en la toma de decisiones, lo único que se logra es ponerle límites a la innovación y el progreso en el país.
Y esto último va para la “oposición”: cuando los líderes toman decisiones importantes sin tener en cuenta las verdaderas necesidades y las preocupaciones genuinas de la población en general, terminan creando políticas y programas que no se ajustan a las prioridades reales del país. Después no se quejen de la falta de confianza en ellos ni de la falta de apoyo a sus programas gubernamentales.
En resumen, Venezuela sólo saldrá adelante cuando los líderes y las élites se centren en el bienestar de la población y trabajen en colaboración con los ciudadanos para desarrollar programas efectivos. Mientras los políticos sigan enfocados en sus ansias de poder por el poder mismo, seguiremos, como dice el tango, cuesta abajo en la rodada.
Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb