Venezuela es un país donde predominan las inconsistencias y contradicciones, pareciera que los venezolanos no tienen una base firme sobre la cual montar proyectos personales, grupales o institucionales de vida, porque todo está sujeto a una entropía que devora planes, sueños o simples aspiraciones cotidianas.
La más importante, por lo grave, es la inconsistencia legal de tener una Constitución muy avanzada y un gobierno autoritario que puso a su servicio al resto de poderes públicos y administra al país al estilo arbitrario de los caciques del siglo 19 venezolano. Nuestra Constitución consagra respeto máximo a los Derechos Humanos y nosotros como país estamos fuera del sistema internacional que los protege, al denunciar inmotivadamente el gobierno nacional la Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de Costa Rica. En este mismo sentido constitucionalmente se declara la independencia del Poder Judicial y la realidad nos muestra una sumisa y deleznable actitud de jueces y fiscales ante las órdenes del oficialismo. De igual forma nuestra Carta Magna garantiza el Derecho a la Propiedad y en 20 años de socialismo se destruyó el aparato productivo nacional con confiscaciones, invasiones y expropiaciones. En materia ambiental tenemos una legalidad de primer mundo y una deforestación y explotación minera criminal que pone en peligro el ecosistema planetario.
En Venezuela tenemos las reservas petroleras más grandes del planeta y el complejo refinador más importante del mundo, pero para proveernos de gasolina de pésima calidad, los conductores tienen que hacer colas de horas y hasta de días. El gas doméstico falta en las casas y se quema en los mechurrios de los campos petroleros. En la escala mundial somos de los países más privilegiados al tener más disponibilidad de agua dulce que ninguno, pero el 80 por ciento de la población sufre de su ausencia o deficiente suministro.
Sería incontable el resumen de padecimientos que sufre el pueblo venezolano por los efectos de un gobierno depredador, pero lamentablemente las inconsistencias y contradicciones no le son exclusivas sino bien compartidas con una oposición que con todo y su firmeza combativa y su reciedumbre democrática, no ha tenido una línea coherente de acción, propiciando ello un distanciamiento lamentable con capas mayoritarias de la sociedad.
Sería largo y doloroso hacer recuento detallado de estas inconsistencias, además de contrariar al rol que nos hemos asignado de elevar el ánimo democrático para lograr que las primarias se conviertan en un proceso sanador y fortificante de la voluntad de cambio, pero esta intención no puede ignorar que existen temas que deben ser tratados y explicados como parte de este proceso curativo y regenerador. Uno de ellos es el Gobierno Interino, el cual nació con base de un mandato constitucional debido a la ilegalidad de las últimas elecciones presidenciales y si en verdad no cumplió con su misión inmediata de sustituir a la actual dictadura por un sistema auténticamente democrático, sin embargo se mantuvo de manera consistente como evidencia de la ilegitimidad del régimen opresor. Este Gobierno Interino fue disuelto porque según parte de la opinión pública y de la corriente partidista había perdido justificación operativa, aun cuando estratégicamente para muchos era importante nacional e internacionalmente. Su eliminación fue argumentada con base en elementos circunstanciales, pero no medulares y ello dejó un vacío en el sentimiento de sectores considerables del mundo democrático. Sobre esta llaga hemos puesto el dedo, no con la intención de causar dolor ni fomentar polémicas insustanciales, sino simplemente para atender a la necesidad política de que en conjunto demos respuesta a un asunto que de manera inevitable será parte de la agenda de la campaña de las elecciones presidenciales de 2024.
Jorge Rosell y Jorge Euclides Ramírez