“…Existe una doctrina político militar denominada: “Teoría de la Disuasión”, está basada en que el poder acumulado frente al enemigo lo disuade de atacar, sumado ese concepto a la llamada “destrucción mutua asegurada”, MAD por las siglas en inglés, se constituyeron en la Guerra Fría en una pesadilla para la Humanidad, su recuerdo todavía pesa sobre nosotros…”
Jorge Puigbó
No hay nada para la Humanidad más peligroso que algunos de sus líderes pierda la cordura emborrachado por el poder sin límites que otorgan las armas de destrucción masiva y peor si se mezcla con sueños de grandeza nacionalista. Hoy estamos viviendo el recrudecimiento de las tensiones militares entre Rusia, Europa y los Estados Unidos, sumándose a ello las múltiples guerras que se libran alrededor del mundo, donde el apoyo de estas potencias, a unos u otros, es evidente. La sabiduría popular que, no por ello deja de serlo, expresa: “Tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”. En septiembre del 2023 se cumplirán cuarenta años de un incidente cuya gravedad fue tal que, la civilización como hoy la conocemos estuvo a punto de desaparecer, su trascendencia determinó la consagración del 26 de septiembre de 1983 como el “Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares”.
Para abundar en detalles podemos decir que hubo un hecho anterior, no de carácter nuclear, el cual nos indica el grado de tensión bélica que envolvía al mundo en esa época, y en ese año más que ninguno. Veintiséis días antes de la fecha mencionada, el primero de septiembre del año 1983 un avión Boeing 747-200 de Korea Airline, identificado como KAL 007, volaba a gran altura sobre los cielos de Asia proveniente del aeropuerto Internacional John F. Kennedy, Nueva York, Estados Unidos, con una escala en Anchorage, Alaska y destino final en Seúl, Corea. Las 269 personas a bordo se sentían tranquilas esa madrugada sin llegar a imaginar el destino que les esperaba: un caza ruso Sukhoi SU-15, procedente de la base aérea de Dolinsk-Sokol, tripulado por el mayor Genadi Osipovich los interceptó sobre la isla Sajalín y los derribó sobre el mar, todos murieron. Se dieron muchas explicaciones y a pesar de que se encontraba violando el espacio aéreo ruso por un error, el caso es que se trataba de un avión civil y, a pesar de lo oscuro de la noche, había métodos para identificarlo.
De esta forma llegamos al día indicado y a un hombre, ingeniero informático y teniente coronel del ejército ruso, a quien algún día le tendrán que reconocer la decisión que tomó como valiente y correcta por cuanto nos salvó a todos del holocausto nuclear, se llamaba Stanislav Petrov. Ese día, él se encontraba prestando servicio como comandante en el Mando Central de Sistemas de Alerta Temprana de Antimisiles, en una base cerca de Moscú. Los satélites de la Unión Soviética y los de Estados Unidos proporcionaban información en tiempo real, las veinticuatro horas del día, de cualquier movimiento extraño en las bases de lanzamiento de misiles nucleares. Repentinamente se produjo una alarma: los Estados Unidos habían iniciado un ataque sorpresa contra Rusia enviando cinco misiles con cargas nucleares. Indudablemente esta acción requería una respuesta inmediata, se tenía que iniciar un contraataque masivo en represalia. La orden fue dada para el lanzamiento de los cohetes portadores de cargas nucleares y es entonces cuando se produjo lo inesperado, el teniente coronel Petrov presiente que es un error del sistema. Advierte que son solo cinco los cohetes enviados, le pareció raro, se toma el tiempo necesario y revisa los radares convencionales, éstos no muestran el inicio de un ataque y decide desobedecer las instrucciones del alto mando sabiendo lo que le sucedería a su carrera militar. Un fallo técnico indujo el error en la información dada por el satélite OKO al confundir la luz solar reflejada en unas nubes con un lanzamiento de misiles nucleares y así aparecía en las pantallas. La actitud de Petrov le valió su degradación y retiro del ejército en 1984, murió en el 2017 en completa pobreza. Admitir la falla de los equipos era impensable, la información se supo años después. La arrogancia y el orgullo del ejército de la URSS no podía permitir se desacatara una orden directa, aun cuando se salvaron millones de vidas. Quizás hubieran preferido inmolarse en una guerra nuclear, esto nos da una idea de cómo piensan los rusos.
Este incidente que algunos llaman «Incidente del Equinoccio de Otoño«, fue el más grave de todos, y conjuntamente con la crisis de los misiles de Cuba en 1962, crearon conciencia en algunos líderes del mundo acerca de la necesidad de limitar, regular o eliminar la producción y uso de las armas nucleares, como consecuencia se definieron y establecieron las denominadas Zonas Libres de Armas Nucleares. El Tratado para la Prohibición de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe (Tratado de Tlatelolco), aprobando la primera región densamente poblada libre de armamento nuclear el 14 de febrero de 1967, entrando en vigor el 25 de abril de 1969. Treinta y tres estados lo han ratificado. El Organismo para la Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina y el Caribe (OPANAL) se encarga de controlar su cumplimiento. Además de este tratado, se han firmado otros cuatro ZLAN: Tratado de Rarotonga, en el Pacífico Sur; de Bangkok, para el Sudeste Asiático; de Pelindaba, para el continente africano y el de Asia Central; Mongolia por su parte se declaró libre de armas nucleares. Los países signatarios de estos convenios internacionales suman 116 y abarcan el 50% de la superficie del planeta. Este largo proceso iniciado por la Organización de Naciones Unidas, culminó con el “Tratado Sobre la Prohibición de las Armas Nucleares” aprobado el 7 de julio de 2017, entrando en vigencia el 22 de enero de 2021. Es un tratado multilateral que se aplica a todos los estados y que refleja las consecuencias para la humanidad del uso de este tipo de armas incluyendo sus ensayos, la prohibición es total.
La invasión de Rusia a Ucrania y sus amenazas constantes a diferentes países y la mención de armas nucleares, reafirman la paranoia que siempre han tenido los rusos por una posible invasión o ataque a su territorio y, por otro lado, la permanencia del anhelo, en la mayoría de su población, de un regreso a las glorias del pasado: el imperio ruso y la Unión Soviética. Sergey Nikolsky, filósofo de la cultura rusa, en un artículo publicado en Nueva Sociedad, dice «Siempre hemos sabido que vivimos en un país cuya historia es una cadena ininterrumpida de expansión territorial, conquista, anexión, defensa de las posesiones, pérdidas temporales y nuevas conquistas. La idea del imperio era una de las más preciadas de nuestro bagaje ideológico y esto es lo que proclamamos ante las demás naciones. Con ello sorprendemos, deleitamos o enloquecemos al resto del mundo». Más claro, difícil.
Existe una doctrina político militar denominada: “Teoría de la Disuasión”, está basada en que el poder acumulado frente al enemigo lo disuade de atacar, sumado ese concepto a la llamada “Destrucción Mutua Asegurada”, MAD por las siglas en inglés, se constituyeron en la Guerra Fría en una pesadilla para la Humanidad, su recuerdo todavía pesa sobre nosotros. Un simple error de una máquina o una decisión equivocada de un militar presionado por sus superiores, o por las circunstancias, sería una hecatombe nuclear.
Jorge Puigbó