#OPINIÓN La educación: Derecho y deber #13May

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“La educación no es preparación para la vida;
la educación es la vida en sí misma.”
John Dewey

Como “derecho humano y deber social fundamental” cataloga a la Educación la Constitución. Sigue así la tradición constitucional venezolana desde 1947, un año antes que la Declaración Universal. Su antecesora inmediata, la Carta de 1961, expresaba “Todos tienen derecho a la educación”. En este, como en otros asuntos de crucial interés humano, pasar del dicho constitucional al hecho social no ha sido tan fácil. Se requiere un sostenido esfuerzo de la sociedad entera, encabezado desde el Estado que ha de promoverlo, a través de una política pública con claro sentido nacional por lo democrática, integral e integradora que ha estado, por decirlo con prudencia casi extrema y présteme Stambouli su palabra, extraviada.

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Cuando “Fe y Alegría”, benemérita institución nacida en Venezuela, convoca a una Alianza por la Educación y Ugalde nos recuerda su urgencia en reciente artículo, presenta Carlos Eduardo Herrera Maldonado su libro La Educación en Venezuela: Dos Dimensiones de un Derecho, con sello editorial de la Cátedra Brewer-Carías de la UCAB y EJV. Hijo de Pablo y sobrino de Luis, dos grandes venezolanos, a punta de seriedad y empeño Carlos Eduardo, se ha ganado un lugar propio en la estima de sus conciudadanos. Fuimos compañeros cercanos de trabajo en el gobierno, entre 1979 y 1983 y tenemos común militancia en la idea humanista cristiana, pero mi comentario a su obra no viene de esa larga relación de mutua amistad, más bien brota de la radical importancia del tema que aborda con el sereno juicio del rigor de quien conoce y comprende.

Hay un derecho a educarse y un deber de educarse. Sólo formándonos más y mejor podemos contribuir más y mejor como personas a nuestra propia realización y al bien común de la sociedad. Hay un derecho a educar y un deber de educar. Por su naturaleza, este imperativo precede a toda norma jurídica y también la trasciende. El derecho a educarse es de cada persona y también el deber. El derecho a educar es de las personas individual y socialmente, empezando por las familias que tienen por tanto ese deber. En el Estado, es deber y no derecho. Obligación que la Constitución en el 102 llama “misión indeclinable”.

Y está clarísimo, en este mismo texto. Ni siquiera es necesario subir a la filosofía ni engancharnos en debates ideológicos. Misión es “Poder, facultad que se da a alguien de ir a desempañar algún cometido” e indeclinable significa “que no se puede rehusar”. O sea, un deber que por su misma esencia es subsidiario, de modo que todos, sin excepciones, discriminaciones o exclusiones, puedan ejercer lo que pauta el 103: “Toda persona tiene derecho a una educación integral de calidad, permanente, en igualdad de condiciones y oportunidades…”. Poner “la instrucción al alcance de todos” es deber de la sociedad, decían ya en 1811, los patriotas que fundaron la República y dictaron su primera constitución.

Y eso ¿cómo es? Pues volvamos al artículo precedente, con una educación “fundamentada en el respeto a todas las corrientes del pensamiento, con la finalidad de desarrollar el potencial creativo de cada ser humano y el pleno ejercicio de su personalidad en una sociedad democrática…”

La libertad de educación, sostiene Herrera Maldonado, “debería entenderse como un eje transversal de las políticas del sector, para convertirse en factor dinamizante, innovador y motivador de la actividad educativa.” Y aquí la almendra de su ensayo, así a la potestad nacional correspondería la legislación educativa básica, general y su desarrollo e instrumentación a los estados y municipios, de acuerdo a sus realidades.

El libro de Herrera Maldonado defiende la libertad como valor esencial, en la vida de todos, en la vida de cada uno y desde luego, en la educación. La defiende con fundamentos históricos, filosóficos y constitucionales. Aquel dilema entre Estado Docente y Sociedad Educadora lo advierte superado en la Sociedad del Conocimiento. La educación es tarea de todos, en todo, toda la vida.

Ramón Guillermo Aveledo

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