Hay momentos cruciales en la vida de los hombres públicos. Más allá del tiempo transcurrido en el ejercicio de un liderazgo propio o por cuenta de terceros, hay circunstancias que obligan a profundas reflexiones. Determinar con honestidad cuando se debe continuar o, por el contrario, cuando dar un paso al lado para que otros asuman la responsabilidad de dirigir, sólo es posible con una gran dosis de amor y desprendimiento. Se dice fácil, pero es muy poco frecuente en el caso de políticos. Mucho más si responden a ideologías totalitarias o si no se tienen principios sólidos y una formación básica indispensable para no confundir el bien común con las ventajas personales derivadas del poder.
Sinceramente pienso que el “socialismo del siglo XXI” en nombre del cual hemos vivido los últimos veinticuatro años ha producido el peor régimen sufrido por Venezuela en toda su historia. Primero con Hugo Chávez. Ahora con Nicolás Maduro. Las cifras que ilustran la situación real no mienten. Basta con una simple mirada alrededor de cada ciudadano para detectar la enorme frustración y el desencanto existentes. Nunca antes había sucedido en los términos actuales.
No se trata de estancamiento como generosamente sostienen algunos analistas. Es retroceso acelerado. La falta de trabajo y de oportunidades ha motivado que cerca de ocho millones de compatriotas hayan migrado hacia otras naciones y realidades que pueden ofrecerles oportunidades inexistentes. Venezuela es hoy el país peor calificado en el continente americano y uno de los peores del mundo.
Lo grave es que esta situación se da existiendo ideas, planes y programas para todas las áreas políticas, económicas y sociales. También los equipos humanos que pueden lograr la reversión hacia lo positivo de los males actuales. Por supuesto ignorados por el régimen y hasta perseguidos en algunos casos. El cambio tiene que ser radical, muy profundo.
Para lograr ese cambio hay varios caminos. Tenemos que explorarlos todos y trabajar simultáneamente en ellos. Como demócrata que somos no podemos ni debemos rechazar el camino electoral, pero no es posible limitarnos a un electoralismo agudo que generalmente es escudo de ambiciones personales o de grupos. La candidaturitis no se limita a las elecciones presidenciales. Se extiende hacia todos los niveles provocando una orfandad terrible en el grueso de la población.
Las últimas intervenciones de Maduro y de algunos de los altos voceros del régimen, así como las medidas anunciadas desde el Día del Trabajador hasta hoy, han elevado la indignación nacional como nunca antes. Más del ochenta por ciento de los compatriotas rechazan lo actual.
“MADURO VETE YA”, es la más decente de las frases que se escuchan por todas partes, también en bastantes sectores y personalidades del chavismo originario. Pero el tipo o se hace el sordo o está fatalmente sordo y ciego ante la realidad.
Oswaldo Álvarez Paz
@osalpaz
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