La dictadura ya no puede ofrecer pan y solo le quedan circos. Vamos camino a perder CITGO, se perdió el Esequibo, se perderán Monómeros, y mucho más. China cortó el crédito hace años, y ya ni el parasitario régimen cubano se resuelve con el cascarón corrupto y vacío de lo que alguna vez fue el país más próspero de la región.
Muchos destacan las violaciones a derechos individuales, y aún otros reportan los saqueos multibillonarios acumulados en estas décadas. Pero pocos parecen comprender el daño fundamental a la futura gobernabilidad de Venezuela y a sus posibilidades de reconstrucción.
Un perspicaz patriarca caraqueño decía que en la vida las pendejadas se pagan con plata o con prestigio, o ambas a la vez, y lamentablemente Venezuela aún está pagando las consecuencias de la irresponsabilidad colectiva iniciada en 1998.
Aquí no solo se ha ejecutado un descocado experimento sobre el cuerpo viviente de la sociedad, sino que se ha agredido y repudiado (entre aplausos) a cuanto factor – nacional e internacional –podría contribuir a revertir la situación.
La reputación y credibilidad del país están arrasadas, y lo peor es que demasiados voceros opositores se limitan a hablar contra el régimen y contra otros opositores, sin ofrecer alternativas concretas y sustentables de gobernabilidad y viabilidad a futuro.
Quienes confían en una recuperación sobre las alas del petróleo omiten la imprescindible inversión mil billonaria indispensable para recuperar la vital industria ante la desconfianza global sobre el riesgo-país, la competencia de otros proyectos y las declinantes perspectivas de los hidrocarburos.
Más que la fuerza, lo principal que sostiene al régimen es que el público a todo nivel: nacional e internacional, civil y castrense, opositor y oficialista, no divisa una verdadera alternativa real, creíble y sostenible. Y reacciona pensando: ¿Cómo quedamos nosotros cuando venga un verdadero cambio?
No es suficiente acabar con la dictadura. Los problemas generados por las experiencias de las últimas décadas son extraordinarios y requieren respuestas colectivas y también excepcionales. Apremian nuevas metas concretas de futuro. Palabras e intenciones no bastarán.
En medio de todo esto vamos a unas primarias y quizás elecciones con muchos candidatos y hasta un payaso que – lejos de formular propuestas verosímiles sobre la manera de superar – no solo a la dictadura sino también al marasmo en que estamos sumidos – se dedican a desacreditarse mutuamente. En buen criollo muchos parecen los consabidos borrachitos peleando por una botella vacía.
Antonio A. Herrera-Vaillant