Desde que tengo uso de razón he entendido la actividad política como una lucha que se debe ejercitar diariamente. Sea cual fuere el objetivo que se procura, la acción debe ser persistente, estando decididos y dispuestos a vencer obstáculos que se atraviesen en la ruta y asumir esa tarea asistidos de un optimismo irrenunciable.
Las ideas a defender y los pasos a dar para alcanzar las metas prefijadas, no implica dejar de lado la dignidad que, en todo evento y caso, debe presidir nuestro espíritu. El pragmatismo a la hora de convenir arreglos o pactos en ese trajinar de la política tiene que ser de una dimensión que jamás arrope y doblegue la consistencia de nuestra integridad.
Las ideas de la plena libertad, de la justicia, de los derechos humanos, del progreso de social y económico de todos los ciudadanos en un país, deben ser la cartilla común a promocionar en cualquier debate en el que se intercambien puntos de vistas a la hora de presentar programas para conducir los destinos de una nación. Esas ideas no deben estar insertas o maniatadas entre dogmas o esquemas inflexibles. Bien se sabe, por la experiencia vivida, que ni el sectarismo ni la intolerancia son buenas compañeras de viaje a la hora de proponernos realizar nuestros sueños. Un político que no sea capaz de transigir o de respetar la opinión ajena, nunca será garante del libre desarrollo del prójimo. La conciencia debe ser la linterna que alumbre los derroteros a transitar en esas incursiones políticas nunca libres de asechanzas o adversidades que someterán a prueba a quien asuma la lucha política como una disciplina.
Hay que hacer política sin temores, sin cálculos que dependen del miedo de perder prebendas o arriesgar la agenda personal de quien hace política pensando solamente en sus réditos individuales. El coraje, la dignidad y la constancia se entrelazan en la cotidianidad de un verdadero dirigente político. Quien haga política acorralado por el miedo no estará en capacidad de defender libremente sus postulados.
La formación de los ciudadanos es indispensable a la hora de imaginarnos un país soberano en todos los sentidos. Los mejores ciudadanos serán la verdadera garantía para contar con un mejor país, en donde el trabajo creador sea la piedra angular del proyecto fundamental de desarrollo humano, social e integral de los venezolanos. Una educación con calidad y equidad le darán brillo a esa piedra angular; porque solo con ciudadanos mejor formados y tallados con valores y principios muy firmes, será factible sacar adelante un país como Venezuela, ciertamente dotado de inmensos recursos minerales y distinguido por bellezas monumentales, pero que, por sí solas, no bastan para que un país corone sus ideales de desarrollo integral y diversificado.
Mitzy Capriles de Ledezma