Muchos en Norteamérica y Europa respiraron aliviados cuando Lula da Silva derrotó a Jair Bolsonaro en la reñida carrera por la presidencia del Brasil.
A Bolsonaro – amigo dilecto de Trump, y comúnmente comparado con él por los medios liberales del mundo –lo pintaron como una especie de nazi, emblemático de las doctrinas más extremas de la derecha.
Aquel imprudente dirigente se había ganado el rechazo de muchos – más allá de las tendencias políticas – por sus desatinadas declaraciones ante muchos temas de actualidad, principalmente el ecológico. Pero al final respetó a la democracia aún con asco hacia su sucesor electo.
En consecuencia, muchos vieron en Lula un mal menor – a pesar de sus antecedentes de corrupción – por su experiencia, y por una estrecha victoria y minoría legislativa que le llevaría a hacer una política de concordia y reconciliación, aún luego de los exabruptos de algunos bolsonaristas después de las elecciones.
Pero la dura realidad es todo lo contrario. El anciano Lula de hoy es la versión más resabiada y resentida de quien alguna vez posó como modelo de moderación en la izquierda latinoamericana.
Este Lula de vuelta al Palacio de Planalto aparece como vengador, profundamente amargado y con cuentas por cobrar, repotenciando ese perverso Foro de Sao Paulo, concebido por él y cohortes para recoger los anacrónicos detritos de comunismo regados por este Hemisferio luego del colapso de la URSS y su imperio.
El hilo común de todo lo que promueven Lula y sus aliados del maligno Foro es un profundo odio – y mucha envidia – por Estados Unidos y Europa Occidental. Creen que con toda una gesticulación internacional reivindican antiguos complejos de inferioridad, pero sus iniciativas tercermundistas siempre revierten contra los países que caen bajo su dominio.
Ahora – quizás también producto de una incipiente demencia senil – vemos a este Lula dando claros traspiés diplomáticos con una hipócrita “mediación” diplomática condenada al nacer: Mal puede mediar en el terrible conflicto de Ucrania quien repite la absurda propaganda del monstruoso régimen de Putin y sus vergonzantes aliados chinos. De hecho, las principales potencias de Occidente ya mandaron al flamante “mediador” a freír espárragos.
Y mientras Lula y su comparsas andan por el mundo bailando la samba de la infamia con las dictaduras más repulsivas del planeta, será el pobre pueblo brasilero – sobre todo quienes le votaron – el que luego pagará los platos rotos de todas sus quimeras, comenzando por la credibilidad y el crédito del Brasil ante el mundo civilizado.
Antonio A. Herrera-Vaillant