Pasó la “Semana Santa” y todo el mundo cumplió con sus compromisos religiosos. Me imagino, satisfechos, por cuanto sus iglesias estuvieron muy visitadas. Las procesiones, los oficios religiosos, los actos de contrición abundaron, etc. Pero ya pasó la “Semana Santa”. Mis apreciados, necesitamos ir más allá. La forma como murió nuestro Señor es un asunto que debemos recordar siempre para no equivocar nuestra adoración. Y tratar de entender y obedecer lo que Dios dice en su santa Palabra. “Porque hay un solo Dios, y un solo intercesor entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.”1Tim.2:5
La muerte expiatoria de nuestro Señor será un tema de estudio y admiración por la eternidad. De hecho, su muerte en la cruz fue tan horrenda y dolorosa que nació un nuevo término para graficar el dolor que sintió nuestro Señor Jesucristo en su agonía: “Excruciante”. Que significa “dolor de la cruz”. Por ello no nos cansamos de escribir sobre ello. Los estudiosos informan, de trece a dieciocho centímetros de largo, afilados hasta la punta, eran los clavos que los romanos usaban en la crucifixión. Se clavaban por las muñecas y no en la palma de la mano como algunos piensan. Atravesaba el nervio mediano, el nervio mayor que sale de la mano y quedaba triturado por el clavo, por lo cual produce un dolor similar al que uno siente cuando se golpea accidentalmente el codo y se da en ese huesito (en el nervio llamado cúbito). Imaginen, tomar un par de pinzas y presionar hasta triturar ese nervio…, así era el dolor que Jesús experimentó cuando era clavado en la cruz. Al romper ese tendón y por tener sus muñecas clavadas, fue obligando a forzar todos los músculos de su espalda para poder respirar
Pero antes, fue brutalmente azotado. Lo cual no valoramos en su justa dimensión por cuanto buscamos intercesores ante el Dios Padre. El soldado romano usaba un látigo con tiras de cuero trenzado con bolas de metal entretejidas. Cuando el látigo golpeaba la carne, esas bolas provocan moretones o contusiones, las cuales se abrían con los demás golpes. El látigo también tenía pedazos de hueso afilados, los cuales cortaban la carne severamente. La espalda quedaba tan desgarrada que la espina dorsal a veces quedaba expuesta debido a los cortes tan profundos. Los latigazos iban desde los hombros pasando por la espalda, las nalgas y las piernas. Mientras continuaba la flagelación, las laceraciones rasgaban hasta los músculos y producían jirones temblorosos de carne sangrante. Las venas de la víctima quedaban al descubierto y los mismos músculos, tendones y las entrañas quedaban abiertos y expuestos; y el dolor era tan insoportable que literalmente no existían palabras para describirlo, por lo cual se tuvo que inventar una nueva palabra: EXCRUCIANTE.
Aquel, que murió en estas condiciones es a quien rechazamos y sustituimos hasta quitarle la investidura de ser Uno con Dios Padre y Espíritu Santo. Amigos, en toda situación debemos mirar siempre a la cruz del calvario para que veamos que nada de lo que pueda pasarnos se compara con lo que sufrió nuestro Señor y solo a él debemos adoración y obediencia. “Mirad al Calvario hasta que vuestro corazón se derrita ante el admirable amor del Hijo de Dios. No dejó nada por hacer para que el hombre pudiera ser elevado y purificado. Y, ¿no lo confesaremos?” Helen White. Buena pregunta.
Hasta el próximo artículo Dios mediante.
William Amaro Gutiérrez