¿Puede decirse que esta vasta región que habla el español y el portugués es una comunidad? Desde 1991 se intenta en firme una iniciativa política para concretar esa posibilidad, alentada por las entonces jóvenes democracias española y portuguesa, recibida con entusiasmo en un subcontinente latinoamericano abierto a esas ideas. Ha tenido sus altibajos y ya terminando el pasado marzo se reunió en Santo Domingo la Cumbre Iberoamericana.
Esta cita es la vigésimo octava desde su creación en Guadalajara hace treinta y dos años. Dato curioso, en aquella el Presidente uruguayo era Luis Aberto Lacalle y en ésta su hijo, Luis Lacalle Pou. Los cuatro objetivos planteados se cumplieron en declaraciones de intención sobre medio ambiente, derechos en el mundo digital, seguridad alimentaria y financiamiento, expresadas en sendos documentos, pero la Comunidad Iberoamericana como propósito de estas reuniones, se percibe todavía como un destino lejano. En la actual coyuntura, no la tiene fácil el Secretario General Iberoamericano Andrés Allamand, cordial político chileno de notable experiencia parlamentaria y ministerial e inequívoco compromiso con la democracia en el continente.
En la Cumbre dominicana fueron más noticia las ausencias y disensos que las presencias y consensos, en una región que dista mucho de la atmósfera optimista de los tempranos noventas. Como entonces, hay gobiernos socialistas en los países europeos que están en la raíz de la identidad común, aunque no sea simétrica su influencia, pero la distancia entre Felipe González y Mario Soares con Pedro Sánchez y António Costa, se siente en la capacidad de convocatoria, a pesar que España, cerca de asumir de nuevo la presidencia de la Unión Europea este 2023, sigue siendo socio comercial importante en la región, solo aventajado por Estados Unidos y China.
De veintidós jefes de estado o de gobierno convocados, sólo quince asistieron, muy distinto del pleno original en la capital de Jalisco. Pesan las ausencias de los presidentes de México y Brasil, los gigantes del área. Ya desde hace tiempo el mexicano López Obrador viene en batalla retórica unilateral con España, a la que presenta facturas de la época colonial, capítulo cerrado en su país en 1821 tras una década de guerra. Es decir, hará doscientos dos años el venidero septiembre. No vino ni siquiera el canciller Ebrard aspirante a la “silla del águila”. Un subsecretario (viceministro) representó al país azteca.
Analistas dicen que en Brasilia, como en Lisboa, la Comunidad se percibe como demasiado “española”, adicionalmente es cierto que a Brasil no le gusta ser uno más y por magnitud y fuerza, en la región aspira a una posición de liderazgo. Lula, quien envió al canciller Vieira, priorizaba su visita a Beijing, con reunión con Xi el 28 de marzo, la cual hubo de suspender por una neumonía.
No estuvieron en Quisqueya los centroamericanos Ortega de Nicaragua ni Bukele de El Salvador, distintos entre sí aunque juntos en recibir crítica internacional con motivo de los derechos humanos y la vigencia de la legalidad. Tampoco el guatemalteco Gianmattei que ya no había atendido el año pasado la Cumbre de las Américas en Los Angeles y esta vez intervino a través de un video. Ni el panameño Cortizo que prefirió ser representado por su vicepresidente. Las excepciones istmeñas fueron el costarricense Chaves y la hondureña Xiomara Castro.
Un “falso positivo” de COVID alegó Maduro para no asistir, pero es lógico que su preocupación estuviera en atender las graves consecuencias internas de la corrupción en la estatal petrolera y una red que alcanza a figuras muy relevantes de su partido. La Presidenta Dina Boluarte de Perú que brega con un complejo cuadro nacional, no concurrió. Su representante fue la cancillera Gervasi.
Nota destacada para los observadores, incluso para la prensa de tendencia “progresista” como El País madrileño, es la diversidad de posiciones en el seno de la izquierda latinoamericana que sí estuvo presente, a pesar de la ausencia de López Obrador y Lula. Díaz Canel de Cuba y Arce de Bolivia se ubicaron en la posición más dura, defendiendo a Ortega y Maduro. Más pragmáticos Petro y Alberto Fernández. El colombiano no obstante, insistió en meterse en el tema interno peruano y en el discurso del argentino no faltaron las características críticas al FMI. Boric de Chile puso de relieve su compromiso con la democracia y los derechos humanos, con censuras directas a Ortega. La nueva “ola rosada” tiene varias tonalidades. No puede hablarse de una sola izquierda latinoamericana cuando se advierten profundas y abiertas las diferencias.
El clima y el crimen en la región, serán los temas de la próxima Cumbre a celebrase en Ecuador. No sería raro que la migración, planteada sin eco por Boric, reaparezca con fuerza en esa agenda.
Ramón Guillermo Aveledo