#OPINIÓN Resurrección nacional #12Abr

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“…Seguir analizando es perder tiempo, la acción llama a buscar soluciones…”

Jorge Puigbó

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Revisando archivos para extraer de ellos lo que pudiere ser importante, me encuentro un alertador artículo del padre Ugalde publicado el 15 julio del 2013, “Tiempo de Cosecha”, y releyéndolo me produjo diferentes emociones, algunas encontradas y decidí analizarlo nuevamente a la luz de los años transcurridos. El artículo tiene casi diez años de publicado, ya el presidente Chávez estaba muerto desde el 5 de marzo del 2013, cinco meses antes y en el texto se expresaba: “…Ahora no hay más alternativa que sincerarnos con nuestra realidad, por dolorosa que sea. Ver de frente los hechos de corrupción multimillonaria, la improductividad y pérdida en toda empresa estatizada, la violencia y el cultivado enfrentamiento entre venezolanos: son buenos los que están conmigo y malos y vendidos al imperio los que piensan distinto…”, asomarse a la puerta de un rancho, o a una de las miles de haciendas invadidas, a los portones de PDVSA o de cualquier fábrica, era suficiente para darse cuenta de la veracidad de estas palabras. La cuestión fundamental que se desprende entonces es, por qué pasados tantos años todavía seguimos diciendo lo mismo, o es que ese mensaje no ha calado en el pueblo, o éste sigue rechazando la verdad aferrado a una esperanza inútil. Esto es lo verdaderamente esencial porque, al fin y al cabo, es el pueblo con el voto quien decide y no los líderes.  

Diez años se cumplían con el caudillo muerto, su mensaje revolucionario y prometedor convenció a la mayoría del país y lo siguieron, leemos en el artículo: “¡Con qué ilusión y esperanza la mayoría del país confió en Chávez y su proyecto! Para muchos él encarnaba el repudio de todos los males políticos y sociales de Venezuela y la redención y reivindicación de las humillaciones y negaciones acumuladas a lo largo de los siglos. Luego, Fidel encandiló a Chávez, que como un adolescente se enamoró a ciegas de Cuba y su modelo fracasado. Y empezó la siembra. Han pasado 14 años –3 períodos de gobierno de los de antes – con fabulosos ingresos petroleros nunca vistos…”, lo incomprensible es que, ahora debemos sumarle diez años más a esa desdichada situación descrita en ese momento por el padre Ugalde, nos hemos deteriorado a niveles insoportables y la rectificación de las políticas se ven todavía muy lejanas. Discrepamos en pensar que la corrupción del pensamiento “virgen” de Chávez se debió a Fidel Castro, solo hay que leer y oír sus claros mensajes para entender su oscura ideología basada en un batiburrillo de principios, la mayoría contradictorios, dominados en el fondo por un pensamiento mágico que la amalgama. Chávez, el golpista, el que cometió los delitos por los cuales luego fue perdonado no iba a cambiar, él mismo se jactaba del tiempo que iba a estar en el poder, inocentes aquellos que creyeron poder cambiarlo. De este párrafo se desprende, por otra parte, y sin duda alguna, una característica del pueblo venezolano: frente a las vicisitudes opta por soñar y buscar fervientemente un líder, un mesías que solucione cualquier situación y seguimos igual. Sabemos que desde el inicio el movimiento revolucionario, ni tenía las intenciones y menos la capacidad de sembrar absolutamente nada, ellos se fijaron un período largo, 30 años, para desaparecer todo lo logrado por la democracia y por el capitalismo, ellos lo dijeron claramente y una mayoría no quiso oírlos y menos criticar las actuaciones que se fueron sucediendo, lo hicieron porque esperaban que los resultados coincidieran con las ideologías que guardaban en un rincón de sus corazones. Ahora solo queda el arrepentimiento el cual no ayuda en lo absoluto a las personas que está pasando hambre o caminan por otros países buscando un refugio, solo es un consuelo personal.    

Al lado del artículo mencionado puse el texto del último discurso de Carlos Andrés Pérez del 20 de mayo de 1993 ya despojado de su presidencia, otro documento surgido de mi revisión en los archivos y que conmueve al leer: “…Debo confesar que pese a toda mi experiencia y al conocimiento de la dramática historia política de Venezuela, jamás pensé que las pasiones personales o políticas pudieran desbordarse de manera semejante y que ya Venezuela podía mirar hacia atrás sin el temor a los incesantes desvaríos de la violencia tan comunes en nuestro proceso histórico…Ha cambiado poco nuestra idiosincrasia. Nuestra manera cruel de combatir sin cuartel. Ha revivido con fuerza indudable un espíritu inquisitorial y destructor que no conoce límites a la aniquilación, sea moral o política. Reconozco con inmenso dolor esta realidad y no solo porque yo sea el objetivo de los mayores enconos, a quien se le declara la guerra y se le quiere conducir al patíbulo, sino porque este es un síntoma y un signo de extrema gravedad, de algo que no desaparecerá de la escena política porque simplemente se cobre una víctima propiciatoria. Esta situación seguirá afectando, de manera dramática, al país en los próximos años…”. En los últimos tiempos la figura del expresidente ha cobrado una dimensión que nadie hubiera podido suponer, ¿Se debe acaso, al arrepentimiento de quienes contribuyeron a su condena? Sus palabras resuenan en la conciencia de muchos frente al desastre que hunde a la patria.

Volvemos al padre Ugalde, a su texto de diez años atrás: “…Ahora es tiempo de cosecha de lo sembrado y, con estupor y amargura la gente va viendo que los campos están estériles, los graneros vacíos y la fuente de dólares con poca agua para las promesas. ¿Por qué la cosecha es tan escuálida? ¿A dónde se fueron los recursos y en qué tierra se sembraron los sueños?”. Son muchos años los transcurridos desde que se publicó el texto y no solo no hay cosecha, ni la habrá, hasta que exista un discurso coincidente en los venezolanos, que contenga íntegramente un cambio total hacia un sistema político-económico que nos garantice prosperidad y se aparte de experimentos sociales y de sistemas ruinosos. Los sentimientos de justicia, equidad y solidaridad no son exclusivos ni de la derecha, ni de la izquierda, quienes, entre ellos, se pelean para ver quién es más eficiente mientras el pueblo sufre los resultados. Recordamos al escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza en un escrito titulado “Nuestros Intelectuales y el Mito Revolucionario” en el cual afirma: “…Son las deformaciones propias de una ideología que divide al mundo en progresistas y reaccionarios de igual manera que los escolásticos lo dividían entre creyentes y herejes.” … “y los intelectuales tienden a pensar, por influencia de su propia manipulación de ideas, fábulas poéticas o narrativas, que se puede rehacer el mundo a partir de un proyecto de sociedad teórica” … “¿Por qué aquel país es rico y los nuestros son pobres? ¿Quién tiene la culpa? A los pueblos, como a los individuos, no les gusta asumir la responsabilidad de sus propios fracasos…” Seguir analizando es perder tiempo, la acción llama a buscar soluciones.

Jorge Puigbó

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