Carlos Franqui (1921-2010) es el autor de Retrato de Familia con Fidel. Fue director de Revolución, el periódico clandestino del Movimiento 26 de Julio y desde 1959 diario oficial cubano. El intelectual cubano también había dirigido Radio Rebelde, la emisora clandestina de los alzados contra la dictadura de Batista. En 1968, su condena a la invasión soviética a Checoeslovaquia marcó su ruptura con el régimen cubano, del cual ya se había distanciado.
A Franqui lo conocí en Caracas en los tempranos ochentas, me lo presentó Pepe Barbeito uno de sus redactores en Revolución quien aquí hizo notable labor formativa y de investigación de la comunicación en el Centro de Información y Documentación de América Latina (CIDAL), tras trabajar en Últimas Noticias. De nuevo lo encontré en Santo Domingo por 1990, en una reunión de la Solidaridad de Trabajadores Cubanos, a donde fui invitado por Eduardo García Moure y Pedro Pérez Castro, sindicalistas cubanos de largo exilio en nuestro país. Franqui murió a los ochenta y nueve años, desterrado en San Juan de Puerto Rico, era un hombre de amplia cultura, ideas claras y voz tranquila.
La portada de su libro, publicado por la casa Seix Barral de Barcelona en 1981 tiene dos fotografías, o mejor dicho, dos versiones de una misma fotografía. Corresponden a la inauguración de Radio Rebelde. En una aparece Franqui a lado del Comandante Fidel Castro, en la otra no. Había sido borrado.
Se trata de una vieja técnica en los sistemas del socialismo real. Así como se reescribe la historia, se suprime de ella a los actores que resulten incómodos a la versión oficial. Borrarlos de fotografías o pinturas es el método más sencillo. Que en realidad hayan estado allí, no importa. Al fin y al cabo, para estos sistemas la realidad es lo de menos.
En 1974, visitando en Moscú el Museo de la Revolución, pregunté a nuestra guía cómo era posible que no apareciera León Trotsky en ninguna imagen. Su primera respuesta fue que de seguro estaba por allí. A mi insistencia en que me lo mostrara, porque no lo había visto, su réplica fue más ideológica: “Es que su papel ha sido exagerado en Occidente”. Trotsky fue, como se sabe, uno de los principales organizadores de la Revolución de Octubre, Comisario de Asuntos Militares, creador del Ejército Rojo y primer Presidente del Soviet Militar Revolucionario, un papel muy difícil de exagerar. Por órdenes de Stalin, en México culminó el complot para asesinarlo en 1940. En su visita al Instituto Smolny en la entonces Leningrado, hoy San Petersburgo, José Rodríguez Iturbe hizo una pregunta similar, se le respondió “Si no está ahí, es que no estuvo ahí”.
El totalitarismo es por definición monopólico, no le basta con ser hegemónico. El control absoluto de los medios de comunicación en esos regímenes facilita la tarea de los maquilladores de la historia, sea en libros, películas, fotografías u obras de arte. La única versión existente es la oficial.
Hoy en día el panorama es otro. Si bien es cierto que las nuevas tecnologías facilitan las modificaciones e incluso las falsificaciones gracias a la Inteligencia Artificial, son tantas las vías para comunicarse que el trabajo de los borradores oficiales se pone cuesta arriba. Censurar los medios o lograr su autocensura ayuda, desde luego, pero quedan la ubicuas, infinitas redes sociales. Todo el mundo lleva en el bolsillo un celular que es cámara de fotografía, de video y grabadora. En un acto público, por más que el ingreso sea restringido estrictamente a medios oficiales, es muy difícil que no aparezca una foto o un video. Y más si los poderosos son proclives a exhibirse, “pantalleros” como se decía antes, alguno hablanchento ensoberbecido por la impunidad. Las fotos, videos o audios con ellos proliferan y regresan vengativos.
¡Qué angustia para los censores de hoy! Los que hasta ayer eran próceres y caen en desgracia, son como manchas rebeldes que no se quitan por más que le des. Editas el video y salen otros videos. Borras la foto y aparecen otras fotos. Ya no vale de nada quemar los negativos. Te cercioras de que los audios desparezcan y siguen sonando. ¡Qué stress!
Ramón Guillermo Aveledo