Descalzos, semidesnudos y con los ojos vendados, gran cantidad de hombres de mediana edad se quejan mientras avanzan penosamente por calles empedradas ardientes.
Trozos de nopal yacen incrustados en sus brazos y piernas, y cadenas de 30 kilos (70 libras) de peso cuelgan de sus cuellos y resuenan alrededor de sus tobillos mientras multitudes los miran pasar.
Para estos hombres no se trata de una forma de tortura, sino más bien una apreciada tradición que se ha llevado a cabo durante más de 100 años en el poblado mexicano de Atlixco. En esta localidad, el Viernes Santo de cada año más de 100 hombres efectúan el recorrido conocido como la Procesión de los Engrillados.
En México, donde casi el 80% de los habitantes son católicos, los participantes creen que es una forma de dar gracias o de hacer penitencia por sus pecados.
“Es un poco de agradecimiento de lo que me ha dado Dios y un poco de arrepentimiento de todo lo malo que he hecho, para ser una mejor persona cada día”, dijo Martín Cazares, de 42 años, que ha participado en la marcha durante dos décadas. “Me va a ayudar a reflexionar”.
Cazares traía cadenas sobre el pecho desnudo, una tela roja envuelta alrededor de los ojos y una corona de espinas encima de la cabeza. Aguardaba su turno pacientemente, mientras los organizadores del evento arrojaban pequeños trozos espinosos de nopal a sus piernas, y a los de los otros participantes, donde se les enterraban en la piel.
Los organizadores dicen que el origen de la tradición se remonta a un hombre del que se dijo se valió de brujería para ganarse el corazón de una mujer. Acudió a un cementerio y le cortó el dedo al cadáver de un individuo con el fin de hacer un amuleto para obtener el amor de ella, según dice la historia.
Pero consumido por el sentimiento de culpa, decidió hacer penitencia cargando pesadas cadenas y avanzando penosamente por Atlixco cada viernes antes de la Pascua. A lo largo el último siglo la tradición ha crecido gradualmente.
Hombres empapados en sudor caminan casi 2 kilómetros (más de una milla) a través del poblado de construcciones multicolores e iglesias coloniales, ubicado a dos horas de distancia de la Ciudad de México.
Cientos de espectadores observan a un costado de la calle mientras voluntarios abanican con trozos de cartón a los hombres encadenados e insertan trozos de lima en sus bocas, lo único que se les permite beber durante su caminata. A algunos de los hombres les escurre sangre de las pantorrillas, y los voluntarios recogen trozos de nopales que se cayeron y los vuelven a incrustar sobre sus cuerpos.
“Las espinas son muy dolorosas, y (es) muy cansado”, declaró Cazares. “El calor te sofoca, el cansancio es demasiado con las espinas, y el sol te quema, quema los pies».
A pesar de ello, Cazares dijo que participa cada año sin falta.
Leticia Bautista, de 58 años, que ha vivido en Atlixco toda su vida, dijo que recuerda haber visto horrorizada a su tío participar en la marcha durante tres años cuando ella era una niña pequeña.
“Yo pienso que Dios te perdona con el simple hecho de arrepentirte», señaló. «No tienes que hacer cosas tan graves».
Otros como Alicia Garcés, coordinadora de la procesión, hacen caso omiso de las críticas de que es algo morboso.
Siente que el evento es una tradición que vale la pena conservar, aunque le preocupa que la participación ha disminuido en los últimos años. Eso ha coincidido con un retroceso del catolicismo en todo México, un país con una de las mayores cantidades de católicos en el mundo.
Desde 1990, el número de mexicanos que se identifican como católicos ha caído de poco más del 90% a 78%, según el censo de 2020.
La pandemia de COVID-19 también le asestó un duro golpe a la Procesión de los Engrillados, y Garcés estaba esperanzada de que el evento de este año reavivaría el interés.
“Para la gente del pueblo también es muy importante que hoy, después de tres años de una pandemia, volvamos a salir a las calles a vivir esta pasión”, manifestó.