Inmersos como estamos en una crisis múltiple donde lo económico y lo político se entrecruzan con fuerza generando tensiones que nos colocan en fronteras peligrosas entre la paz y la violencia es menester visualizar salidas democráticas para salir airosos de este laberinto de incertidumbres donde reina el Minotauro de la inestabilidad.
Tenemos así que frente a todas estas interrogantes que sitian la plaza del “Qué Hacer” las únicas respuestas posibles obligatoriamente debemos ubicarlas dentro de la legalidad constitucional y es allí donde nos toca colocar las piezas de este ajedrez político dentro del cual cada movimiento táctico debe corresponderse con una estrategia de victoria, neutralizando las angustias que producen los tiempos de espera.
Dentro de este marco donde las emociones estiran la paciencia y cordura hasta niveles dolorosos debemos tener claro que la confrontación además de explícita tiene una conexión sentimental que toca el área de las valoraciones morales. Ello implica que debemos concebir la actual coyuntura como una lucha espiritual dentro de la cual nuestras principales armas son la ley, la paz y el civismo humanista, mientras que hacemos frente a rivales con balas e instituciones dominadas por el miedo y prerrogativas económicas sin límites.
No es fácil entender estas verdades porque los instintos primarios convocados por la indignación y la rabia quieren empujarnos hacia salidas signadas por la violencia. No es fácil asumir con valentía el rol de ciudadanos pacíficos para enfrentar la furia desatada de adversarios apertrechados con todo el Poder, pero si queremos una victoria donde gane todo el país, la paz, la ley, el amor patrio, es el único camino que podemos transitar.
Y es que en resumidas cuentas, esta lucha es básicamente un enfrentamiento entre el amor y el odio. Con la violencia nos hacemos más débiles, con el amor triunfaremos y sanaremos a la república.
Este sentimiento democrático anclado en la paz debemos actualizarlo en estos tiempos cuando las aspiraciones grupales y personales han desplazado a los propósitos genésicos que alentaron a los partidos políticos venezolanos antes de 1958.
Una vez le hice esta pregunta a Luis José Oropeza: En los primeros quince años de de la Democracia que nace en 1958 los partidos no eran percibidos ni se auto percibían como maquinarias electorales…cuando esto sucede y mutan de la intermediación cívica al clientelismo con fines proselitistas es que pareciera ocurrir la implosión sistémica ¿Es válido este razonamiento?
Esto me respondió: ”Efectivamente los partidos son, fundamentalmente, intermediarios de una integración pluralizada de una sociedad. Cuándo en Venezuela se comienza a rutinizar con privilegios proselitistas a los militantes y a recompensar con favores oficiales las ayudas recibidas en momentos electorales entonces nos encontramos con una perversión que desemboca en los episodios que configuraron el escenario para el acceso del chavismo al poder… Pero no obstante que los partidos atraviesan una hora menguada yo estoy esperanzado en que ellos tengan una recuperación importante que le permita a Venezuela retomar el camino original de la Democracia promovida por una generación de insignes venezolanos dentro de los cuales destacó con virtudes múltiples y productivas Rómulo Betancourt.
Jorge Euclides Ramírez