Venezuela es percibida como el país más corrupto de América Latina. Parlamentarios calculan que el daño patrimonial asciende a 450 mil millones de dólares.
El chavismo ha dejado una estela de pudrición en dos décadas de revolución bolivariana.
Después del ojo afuera no valen santa lucías. Ya van en proceso unas doscientas personas por la trama de corrupción que mantiene en su más profunda crisis financiera a PDVSA, y los que faltan, pues ya se especula que los viajes inesperados se están produciendo a millón.
El colega periodista Víctor Matos en su cincuentenaria columna “Noche de Ronda” en Diario “La Nación” de San Cristóbal, estado Táchira, agrega al comentario que el diputado y atildado jurisconsulto Hermann Escarrá estima que unos 23 mil millones de dólares han sido saqueados de nuestra principal industria mientras el Fiscal General de la República, Tarek William Saab, dice que a lo mejor es mucho más.
“Así como están las cosas, ¿qué gobierno puede funcionar si sus propios funcionarios se han convertido en los autores del latrocinio más grande nunca visto en la historia nacional?”, subraya Matos en su espacio.
¿Cuál es el desarrollo de la corrupción en Venezuela?
El contrabando fue un problema constante en la Colonia. Las políticas restrictivas del gobierno central y su control de precios propulsaron la exportación e importación de productos ilegítimamente. Esto provocó la pérdida de impuestos para el gobierno y la proliferación de nuevos niveles de corrupción.
¿Cuál es el problema de la corrupción?
La corrupción se puede definir como todo abuso del poder público con el objeto de obtener gratificaciones de índole privado o beneficios políticos. Entre los factores de carácter jurídico que favorecen las prácticas de ella destacan la falta de una regulación específica en la materia.
¿Cuáles son las consecuencias de la corrupción?
Ser parte del acto de corrupción, de cualquier tipo que se trate, implica por tanto una trasgresión a las instituciones del Estado y a la convivencia social la cual deteriora en el largo plazo la confiabilidad de las personas en las instituciones y en las mismas personas que cuentan con el poder público.
Dice José Carlos Ugaz Sánchez Moreno, un jurista peruano, ex procurador ad hoc de la Nación en el caso de corrupción peruano Fujimori-Montesinos, que la mayor o menor incidencia de la corrupción en un país, tiene que ver con la existencia o inexistencia de instituciones fuertes, libertades como la de expresión y opinión y el acceso a la información pública.
A ello se debe que países con debilidad institucional, regímenes autoritarios o precario estado de derecho y escasa vigencia de derechos fundamentales, padezcan muy altos niveles de corrupción.
Salvo contadas excepciones, esta ha sido la característica de Venezuela, democracias débiles y precarias marcadas por golpes de Estado y regímenes militares, escasa institucionalidad, mucha opacidad en los procesos de toma de decisiones, exclusión de vastos sectores de la población, etc, apunta.
“Por todo ello, nadie puede decir que la corrupción en Venezuela es un problema nuevo. Ha estado presente desde siempre. Lo nuevo, sin embargo, es la dimensión que ha cobrado durante el período autoritario iniciado por Hugo Chávez Frías, y continuado por Nicolás Maduro, y las gravísimas consecuencias que ello importa para el pueblo de Venezuela”.
En Venezuela se ha pasado de un problema de corrupción administrativa extendida y de una captura del Estado entendida en sentido clásico (grupos de poder económico influyendo en las decisiones del Estado para su propio beneficio) a lo que hoy se conoce como gran corrupción, señala entre otras cosas.
La crisis humanitaria que está viviendo Venezuela, como toda gran crisis es multicausal. Hace veinte años, inició un proceso de debilitamiento institucional y degradación social que ha culminado en la tragedia que asola a nuestro país y sus ciudadanos en la actualidad.
Pese a la riqueza derivada del petróleo y aun cuando por muchos años el régimen gozó de la simpatía de la mayoría de la población, al populismo se fue sumando una perniciosa variable que hoy aparece como una de las causas fundamentales de su desgracia: la corrupción.
Los grandes números de Petróleos de Venezuela parecen un “yin yang” financiero, de lo claro a lo oscuro, de lo transparente a la opacidad. Durante las últimas dos décadas la empresa estatal dilapidó sus recursos en corrupción e irregularidades casi al mismo ritmo que los ganaba.
Según Transparencia Venezuela, PDVSA tuvo la suerte de recibir ingresos extraordinarios durante 10 de los 20 años que ha estado en manos del chavismo, pero también tuvo la tragedia de que esos recursos no hayan evitado una drástica caída en la producción petrolera, en la capacidad de refinación y en otros factores clave.
Los precios petroleros subían, pero la compañía cada día tenía menos producción, menos activos y más deudas. Con los altos ingresos, las capacidades de otros tiempos salieron por la ventana y el manejo que se dio a los petrodólares provenientes de la industria evidenció irregularidades, corrupción, sobreprecio y malversación.
En medio de todo este mapa de corrupción, de descomposición moral, se mantiene en tenebroso silencio la respuesta esperada por la masa trabajadora de los diferentes entes públicos en cuanto a la fijación de un salario digno para poder solventar sus gastos de alimentación, salud, vestido y educación.
Y lo peor de todo este triste panorama, es que son los de la misma causa, los de la idéntica lucha revolucionaria, a su manera, quienes están involucrados en este robo sin paralelo, lo que ha obligado, según el señalamiento de la prensa internacional, a que se emprenda una purga para dar con los que se han aprovechado de la cosa pública creyendo que estaban amparados por siempre mientras sumaban y multiplicaban sus tesoros mal habidos por los cuales tendrán que explicar si es que no han empezado a huir como las ratas cuando intuyen que el barco se hunde.
Y por más que se diga que toda revolución empieza por tragarse a sus propios hijos, está, la bonita y bolivariana ha tardado mucho, un cuarto de siglo en reaccionar frente al flagelo que además de estar castigada por las sanciones internacionales, ahora padece del escándalo de corrupción como jamás lo habíamos creído que existiera.
Un país con tantas necesidades, pero bendito por tantos recursos, está siendo víctima de sus propios hijos que ofrecieron transparencia y la mejor voluntad de sacar adelante un legado socialista que ni empezó bien, anduvo peor y que ahora se cae a cada momento, significando que no resiste una seria investigación contra la moral y las buenas costumbres, terminamos leyendo en la columna del apreciado Víctor Matos.
Nos irrita escuchar, entre tantas fanfarronerías al presidente Nicolás Maduro, cuando declara que ningún gobierno del mundo combate la corrupción como el suyo.
Su conclusión contrasta con los indicadores de Transparencia Internacional que sitúan a Venezuela como el país más corrupto de América Latina.
Mercedes de Freitas, directora de la organización en Caracas, deduce que se instaló un modelo con los “elementos de una cleptocracia”, en el país.
Orlando Peñaloza