#OPINIÓN Amores entre alacranes #23Mar

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Muchos comentaristas sobre la actualidad venezolana recurren a la palabra “mafia” para describir la evolución del régimen imperante. Lo que algunos parecen olvidar es que una de las características fundamentales de las mafias son las sangrientas luchas internas por repartirse el botín, territorios o por agravios personales.

Hace más de veinte años, en una charla de las célebres Perspectivas Económicas” de VenAmCham, el prestigioso periodista Fausto Masó pronunció una de las frases más lapidarias sobre lo que pretenciosamente se denominaba “revolución” chavista. Dijo: “El peor problema que tiene Chávez es que está rodeado de la gente menos de fiar de toda Venezuela”.

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Esa premisa ha debido ser el punto de partida para todos los análisis sobre la realidad política del país.

Siempre hemos sostenido que el final de este proceso será tan sórdido como fue su inicio, porque el árbol que nace torcido jamás se endereza.

Desde el principio ha sido penosamente evidente la escasez de talento humano en el elenco gobernante. De allí que por casi un cuarto de siglo hayan vivido en permanente rotación de los mismos personajes en los cargos superiores, sin salir casi nunca de una pequeña rosca de militares y civiles cuyo actuar se ha caracterizado por lo burdo, chabacano, torpe, inepto, ignorante y profundamente corrupto.

Quizás el único operador político experimentado que hayan tenido fuese el difunto José Vicente Rangel, a quién ahora pretende sustituir uno de sus discípulos.

Nadie puede saber cómo hubiese actuado el desaparecido mandatario con los retos de los últimos diez años, aquel a quien el genial Paco Vera caracterizó en su día como un “Teniente Coronel, con mentalidad de Sargento y edad emocional de un niño de siete años”.

Algunos creyeron en los alardes de solidaridad entre las cábalas militares y civiles oportunistas que forman las pandillas que le reemplazaron en dominar al país durante la última década (con alguna materia gris cubana), pero al hacerlo dejan de lado el comportamiento histórico de mafias y guardias pretorianas, y el hecho de que el amor entre alacranes y serpientes es muy efímero.

Ahora, cuando las sanciones comienzan a picar y las nóminas del régimen a evaporarse, es cuando comienza el espectáculo.

Tristemente, el camino de retorno a la democracia se presiente tortuoso, y a la gran mayoría de venezolanos decentes y sensatos no les quedará otra que observar desde las gradas, mientras aquellas fieras se caen a dentelladas y zarpazos, porque el espectáculo que apenas ahora comienza, de épico o de heroico, no tendrá nada.

Antonio A. Herrera-Vaillant

[email protected]

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