El tiempo, inexorable en su gravitar sobre los eventos y sucesos del mundo, rara vez otorga siglos de vigencia a una circunstancia humana, sea de sentido abstracto o conceptual, tenga concreción práctica, llámese, evento, suceso, institución, cofradía, tradición, categoría o cualquier otro nominal que defina y califique un hecho.
Hay excepciones obviamente, y en particular llama mi atención por su negativa a desaparecer, una invención griega, que hoy con un quinto de recorrido en el siglo XXI se mantiene viva y dada su lenta pérdida de vigor y consiguiente aplicación constante, es buen tema para el análisis.
Los griegos, una cima cultural-espiritual como nunca antes ni después se ha logrado; descubrieron muy pronto, entre tantas cosas importantes a las que dieron cuerpo teórico iluminando su comprensión y entendimiento, que no estaba al alcance de todo individuo la posibilidad de una realización plena e integral de su ser, y a objeto de estimular a tan numeroso grupo de individuos les dieron apoyo creando una herramienta sustitutiva de autorrealización: La PERSONALIDAD; un sucedáneo, que por otra parte –si hay la voluntad del trabajo interno– es una vía para descubrir a quien lo asumiera, su ente esencial.
La personalidad es una máscara, una muleta para dar apoyo de realización a quien no puede, no es capaz quien sabe por cuantas decenas de circunstancias, vicios, taras, caprichos o carencias temperamentales, etc, de regir y gerenciar su vida y existir desde la pura y nítida esencia del ser.
Tan útil y extraordinaria ha sido esta herramienta sustitutiva, que dos mil años después de su creación continúa campante, pulidita y funcional prestando servicios plenos sin restricciones. No obstante hubo un lapso entre el sexto y noveno decenio del pasado siglo cuando perdió fuerzas y parecía poder minar su vigencia en forma definitiva y dar paso a quebrar lanzas en pro del ser esencial, liberado de muletas, pecho desnudo afrontando el torbellino de existir, pero resultó solo un rapto ilusorio. a inmensa mayoría se mantuvo fiel a la “margarina”, si bien ciertos contingentes del grupo, tienen clara idea del juego de la máscara titular y el impacto que su falso brillo produce en la masa coprofágica.
En un cuadernillo de hace por lo menos 70 años, con mis primeros escarceos poéticos, hay una breve alusión al tema en un trozo titulado “Nombres”. Va de copia:
Parece extraño
a muy pocos les gusta llamarte Pedro,
Ramón, Hernández, o Peraza simplemente.
Te saludan, charlan y de pronto:
–Profesor…–Licenciado…
–Capitán…—Doctor…
¿Por qué?
No es acaso suficiente,
Pedro, Ramón, Hernández,
o Peraza, simplemente…
Que un ser humano autoconsciente, poseedor de razón y libre arbitrio deba ser etiquetado como artista, doctor, geólogo, PHD-Paleontólogo…Dios del cielo, que estupidez. Además, la etiqueta siempre chat a definirte cabalmente, te restringe y limita.
Veamos un ejemplo con la etiqueta ARTISTA…Acaso crees posible que ese nombre pueda cubrir la multiplicidad creativa del filósofo, pintor, arquitecto, ingeniero, científico e inventor llamado Leonardo Da Vinci.
Llenará esa definición la ciclópea obra del pintor de la Capilla Sixtina, creador del David, del Moisés, de la Piedad; constructor de la Cúpula de la catedral de San Pedro, poeta y arquitecto.
Caben por completo en esa simple definición los Cruz Diez, Soto, Jacobo Borges…
Incluso los que solo se dedicaron a una sola actividad creativa: El lienzo (Velasquez – Van Gogh): El pentagrama: (Mozart, Beethoven, Brahms, Chopin), puede definirse a creadores de semejante talla y significación en la historia cultural del mundo con una simple palabra.
Velásquez no pintaba personas, motivos o paisajes. Muestra situaciones humanas, te dice hasta las más pequeñas trivialidades de una época. Retrata el alma del cortesano y sus complejas contradicciones de lealtad, hipocresía y cinismo.
Y el inmenso y casi sobrehumano holandés medio loco, acaso pintaba?…
Van Gogh mostraba un retrato de la naturaleza y te hacía sentir la alegría colorida de un campo, el aroma de sus flores, las angustias emocionales de quien contempla embelesado la belleza de un campo de girasoles; o la enloquecida sorpresa de saberse poblado por demonios.
Qué decir del extraterrestre de Salzburgo. A los ocho años de edad tocaba el órgano, el clavecín y el violín. A los diez años había compuesto una ópera bufa ( La Finta Semplice) y una ópera alemana (Bastian y Bastiana). En menos del breve existir de 36 años compuso más de 700 obras musicales entre las que cuentan 42 sinfonías, más de 36 conciertos para solistas y orquestas; 23 dedicados al piano; cinco al violín; conciertos para fagot, clarinete, flauta, trompa y pare de contar, además de requiems, sonatas, música de cámara para toda clase de combinaciones instrumentales: tercetos, cuartetos y quintetos de cuerdas…Agregue cuantos etcéteras se le ocurran y piense cómo reducir tal vorágine de talentos musicales en la estrecha envoltura de una personalidad.
Podemos citar un buen número de grandes creadores, hombres de ciencia, filósofos. Limitemos los ejemplos y honrando debilidades de melómano, dedicamos unas líneas más a esta arista del tema, con el sordo de Bohn, aún tan incomprendido –aunque sea difícil de creer— en sus motivaciones creadoras, abriendo nuevos horizontes expresivos al arte regido por Euterpe. Nombramos ahora al sublime Brahms, creando armonías a raudales con su música sinfónica, sus monumentales conciertos y el océano de su música de cámara…Concluimos el corto resumen con el atormentado polaco. Chopin no escribía notas en el pentagrama. Puntuaba y anotaba dolores, penas profundas, nostalgia, lágrimas.
Vale preguntar entonces si un vocablo tan simple como la palabra “artista” puede definir el sentir, las motivaciones, el furor creativo, la pacífica armonía del logro realizado a costa del trabajo infatigable, constante, la persistencia inagotable…”El vulgo debe creer que ser genio es fácil” (Miguel Angel dixit).
Aunque pensar sea ejercicio cada vez menos practicado, además de estar calificado de actividad anti-patriótica afín al terrorismo, creo valioso intentar comprender las diferencias de forjar un alma y alimentar el espíritu desde la rocosa fortaleza del ser esencial, o realizar tarea similar sostenido por desvalorizados títulos y tesis mal copiadas, o plagiadas por terceros a tarifa regida por el número de páginas, sin importar que fuesen alimentadas por el tío-Google, o cualquier otro pariente on-line.
Pedro J. Lozada