Enfermedades personales, epidemias y pandemias, todo está en manos de Dios… aunque los seres humanos seamos los culpables.
Mientras dure el mundo presente, seguirá habiendo enfermedades y hasta pandemias. Todo esto es una de las consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores. Pero Jesús, con su Pasión, Muerte y Resurrección, le dio valor redentor a las enfermedades –y también a todo tipo de sufrimiento.
Es decir, el sufrimiento bien llevado, aceptado en Cristo, sirve para santificarnos y para ayudar a otros a santificarse. No es que las enfermedades sean fáciles de llevar -sobre todo algunas de ellas- pero son oportunidades para unir ese sufrimiento a los sufrimientos de Cristo y darles así valor redentor.
Y ¿qué es eso de “valor redentor”? Nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, pueden servir para nuestra propia santificación o para la santificación de otras personas, sean nuestros seres queridos o sean extraños.
Pero las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Más aún, las enfermedades peores no son las que sufre una persona, sino las que sufre toda una población.
¿Y no está la población enferma también espiritualmente? De violencia, agresividad, maledicencia, ocultismo, esoterismo, idolatría, satanismo. Sí, eso mismo: culto al demonio -para ser más precisos.
Por eso requerimos sanación. Una sanación que sólo Dios nos puede dar. Porque la sanación fundamental es la sanación interior. Y ésa es la que estamos necesitando más.
Uno de los ciegos que Jesús curó, cuando comenzó a ver, creyó en el Señor y, postrándose, Lo adoró. (Jn 9, 38)
¿No será eso lo que nos falta a nosotros: postrarnos en adoración? Porque, cuando no confiamos de verdad en Dios, Él nos deja en manos de los enemigos. Solos no podemos. Hay que ORAR. Y orar ARREPENTIDOS. Clamar a Dios. AdorarLo, es decir, reconocer que Él es Dios y nosotros sus creaturas, dependientes de Él.
Y Él ha puesto sus condiciones para actuar cuando hay enfermedades sociales: “Si mi pueblo -sobre el cual es invocado mi Nombre- se humilla: orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, Yo -entonces- los oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra”. (2 Crónicas 7, 14)
Así “no temerás los miedos de la noche, ni la peste que avanza en las tinieblas, ni la plaga que azota a pleno sol”. Porque “la desgracia no te alcanzará, ni la plaga se acercará a tu tienda; pues a los Ángeles les ha ordenado que te escolten en todos tus caminos”. (Sal 91)
Pues “si me invoca, Yo le responderé, y en la angustia estaré junto a él, lo salvaré y haré que pueda ver mi salvación” (Sal 91)
Isabel Vidal de Tenreiro
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