“…Esta llamada guerra cultural, donde la política medra y los grupos minoritarios son instrumentos, nos está llevando por un camino donde la libertad del pensamiento está en peligro, así como la verdad histórica…”
Jorge Puigbó
La palabra siempre ha sido peligrosa para muchos y cuando alguien la plasmó en un pergamino o en un papiro adquirió dos atributos: se tornó trascendente y permanente. En muchas oportunidades a través de la Historia hubo que esconderla, rodeándola de un halo de misterio para protegerla, solo los iniciados, o privilegiados, tenían acceso a ella. Innumerables han sido las persecuciones contra escritores y libros en diferentes lugares de la tierra, siempre por razones ideológicas y de control social. Las hogueras de la sinrazón históricamente ardieron alimentadas por la quema de textos y a pesar de ello han subsistido las ideas. En estos tiempos renacen los ataques, ya no se usa el fuego, pero las formas novedosas que han surgido pueden ser mucho más efectivas por su grado de extensión y acatamiento. Un excelente texto del 01/08/2022 de la escritora Karina Sainz Borgo, publicado en ETHIC.ES y titulado “La Guerra Cultural Existe…en Twitter”, nos servirá en este artículo al aportar elementos que nos ayudan a entender los hechos descritos. Dice la escritora: “…Las palabras no bastan para modificar una realidad, pero sí para construir una versión interesada de ella. Precisamente, es la receta clásica de populismos y totalitarismos, donde se vacían las palabras de un contenido y se rellenan de otro para que sea más eficaz su efecto segregador…”.
Existe el fenómeno desde hace decenas de años, las culpables han sido las ideologías, prematuramente declaradas muertas por algunos y las cuales sin embargo continuaron sus enfrentamientos y distanciamientos provocando que, la polarización alcanzara a la cultura en general. Esta llamada guerra cultural, donde la política medra y los grupos minoritarios son instrumentos, nos está llevando por un camino donde la libertad del pensamiento está en peligro, así como la verdad Histórica. Las ideologías se enfrentan y la trampa de la llamada corrección política tendida por algunos, condujo a la cultura de la cancelación, hasta el punto, de querer lograr cambiar los hechos históricos, el lenguaje de los libros, hasta el contenido de las palabras. Se han creado grupos, especies de cultos fundamentalistas, los cuales no aceptan ningún tipo de oposición, ni siquiera son proclives al debate aun cuando sus ideas se aparten totalmente de la objetividad. Son totalmente intolerantes hasta el punto de no aceptar que las sociedades han progresado positivamente en muchos aspectos, sobre todo en lo que se refiere a la disminución del racismo extremo e igualdad. El que no esté de acuerdo con ellos no solo está equivocado, sino que se aparta del dogma y de la “moral”. Sainz Borgo nos dice: “…En una sociedad hiperconectada crece la percepción de la confrontación a favor o en contra de casi cualquier cosa: veganos contra carnívoros, negacionistas versus epidemiólogos, hombres contra mujeres, feministas de izquierdas frente a feministas de derechas o –en el combate más reciente– progresistas contra neorrancios, el epíteto con el que una parte de la izquierda acusa de conservadora a la otra. Son los apocalípticos y los integrados de Umberto Eco, pero sesenta años después… La disidencia está proscrita al pensamiento dominante. Cualquier opinión distinta en materia de discriminación racial, igualdad de género, derechos de los homosexuales y colectivos LGTBI o la revisión del discurso colonialista es ahora objeto de cancelación. Lo que comenzó con la corrección política ha acabado en un programa ideológico y profundamente autoritario que cristaliza en el término guerra cultural…”
Decir que esta actitud es algo particular de estos tiempos es mentir, en el pasado la Humanidad transitó por pasajes similares, quizá la diferencia se deba a la intensidad de las redes sociales y a los temas en los cuales se fundamenta. Leí que la expresión políticamente correcto se usó en un juicio de la Corte Suprema de los EE. UU. en el año 1793, cuando un juez la utilizó, eso puede ser verdad, pero su uso real comienza, parece ser, a principios del siglo veinte en los círculos leninistas para distinguir aquellos que comulgaban con las doctrinas del partido. Posteriormente a partir de los años ochenta del siglo pasado se desarrolla su uso en las universidades de los Estados Unidos. Ya para el año 2.000 nos encontramos con un personaje creado por Philip Roth en su libro “La Mancha Humana” llamado Coleman Silk un brillante profesor universitario que por utilizar una palabra de doble sentido es cuestionado por sus alumnos y arruinado académicamente, es cancelado. Esta novela pudiera considerarse un parteaguas al introducir y denunciar el contubernio entre los progresistas que aupaban la corrección política a rajatablas y el puritanismo conservador americano. Darío Villanueva, ex director de la Real Academia Española (RAE) la definió en una oportunidad: “La corrección política, una nueva forma de censura, ha llegado para quedarse… una censura perversa, para la que no estábamos preparados, pues no la ejerce el Estado, el Gobierno, el Partido o la Iglesia, sino estamentos difusos de lo que denominamos sociedad civil».
La cultura de la cancelación nos ha demostrado que sigue impertérrita aplicando su censura a pesar de miles de voces que claman en su contra. Solo por mencionar algunos de los más recientes y emblemáticos ejemplos: las novelas de Ian Fleming sobre James Bond serán reeditadas con la eliminación de términos que pudieren ser ofensivos por su contenido racial y se pondrán advertencias; Charlie y la Fábrica de Chocolate, o James y el Melocotón Gigante, libros infantiles escritos por Roald Dahl fueron revisados y su texto cambiado por los editores para adaptarlos a la “nueva sensibilidad” y hacerlos correctos políticamente, afortunadamente, se lograron mantener los textos; Scott Adams es el creador de “Dilbert” una tira cómica de gran aceptación y éxito en los Estados Unidos, su error fue haber publicado en “YouTube” unas expresiones que fueron consideradas racistas, más de cien diarios en EEUU la cancelaron, pero eso sí, respetando la libertad de expresión y usando el “The Washington Post” la excusa de que él se había apartado de la línea política del medio, increíble. JK Rowling, Harry Potter, es una de las grandes afectadas por lo que ella denomina un tema tóxico y así lo denunció públicamente.
Muchas editoriales se suman a este movimiento y los grandes bloques de comunicación execran a todo aquel que se aparte de sus lineamientos. Es una situación, por decir lo menos, contradictoria, una claudicación que pone en tela de juicio la imparcialidad y, lo más grave, se corrompe la verdad, la cual se deja a un lado o se ajusta a un compromiso político, reformandola para las generaciones venideras a quienes se les niega el derecho a conocer ideas diferentes y no sólo las que exprese e imponga un sensor con aires de Inquisición, tratando de limitar a una lista de libros corregidos la lectura. Son nuevos tiempos que se perciben borrascosos, en los cuales un nuevo oscurantismo persigue, censura y condena al escritor.
Jorge Puigbó