Fue el célebre economista del siglo pasado John Maynard Keynes quien fue uno de los primeros en percatarse de que el celebérrimo científico Isaac Newton (1642-1727) era un hombre obsesionado por las llamadas ciencias ocultas, la alquimia y la magia, y que no era, en tal sentido, una persona enteramente gobernada por la diosa Razón como hasta ahora se ha creído.
Keynes adquirió en 1936 en una subasta de Shoteb’s una serie de cartas olvidadas del sabio inglés. Para su mayúscula sorpresa constata las inclinaciones mágicas y profundamente teológicas del descubridor de la fuerza de gravedad. Lo invisible era su obsesión. Newton era un mago y también un científico, un hombre en extremo neurótico, de difícil personalidad, carácter temeroso, pero dotado de unas tremendas habilidades experimentales.
Creía Newton, por ejemplo, en la “leyenda del espejo”, quimera que obsesiona, dice el mexicano Octavio Paz, a las mentes más lúcidas de los siglos XVI y XVII, René Descartes y Marin Mersenne, entre otros filósofos de la modernidad temprana. Los espejos acababan de ser inventados y se pensó que detrás de ellos existía otra realidad independiente con sus leyes propias. Alcanzar alguna conexión con este mundo aparte era una aspiración de muchas personas. Otras de sus curiosas y extrañas búsquedas fueron la piedra filosofal y que trataba seriamente interpretar las profecías bíblicas.
Era Newton un hombre a caballo entre la supersticiosa Edad Media y la modernidad temprana. Un mago que se interesaba en la alquimia y que era paradójicamente capaz de escribir ese portento del conocimiento que es su Philosophiae naturalis Principia Matemática en 1687.
Esa desproporcionada incomprensión de Newton por parte de nosotros, hombres del tercer milenio, se debe a que cometemos un gigantesco anacronismo (Lucien Febvre) con este sabio inglés, y que no comprendemos el mundo en que le toca vivir a este europeo premoderno. A principios del período moderno se pensaba que había fuerzas espirituales en todas partes, todo el tiempo. También hay varias fuerzas invisibles, como el viento, la electricidad, el magnetismo.
Vivió Newton en un mundo heteróclito e insólito, un mundo encantado, como diría el sociólogo germano Max Weber, y más recientemente Morris Berman (El reencantamiento del mundo, 1987). El orbe podía estar gobernado aun por fuerzas inexplicables y secretas. Predijo Newton el fin del mundo en 2060 basándose en una curiosa interpretación de un pasaje bíblico, el Libro de Daniel. Según él, 1260 años pasarían entre la fundación (800 d.C.) del Sacro Imperio Romano Germánico por Carlomagno y el fin de los tiempos.
Se interesó en un texto hermético atribuido al mítico Hermes Trimegisto, el “tres veces grande” de la tradición egipcia y griega, llamado Tabla Esmeraldina o Tabula Smaragdina, escrito que indicaba la manera de llegar a la “piedra filosofal” y la producción artificial de oro, y consecuencialmente el logro de la muy ambicionada eternidad.
La célebre Universidad de Cambridge, alma mater de Newton fundada en 1209, no escapaba a tal hechizo. No hay física sin trastienda metafísica, dice mi Maestro germanovenezolano Ignacio Burk: Mitos y misterios acompañan la ciencia romántica de Goethe, o la estrafalaria física del éter o flogisto domina hasta que llega Albert Einstein y la manda al basurero de la historia, en la extinta Unión Soviética un biólogo llamado Lysenko negó la veracidad de las leyes de Mendel.
Es necesario destacar que el sabio inglés recibió una gran influencia del neoplatonismo renacentista, pues en la universidad donde se formó existía la escuela de los platónicos de Cambridge. Newton, que tuvo a More de profesor, tomó prestada su idea del espacio y el tiempo como “órganos sensibles de Dios” y la acabó transformando en espacio y tiempo absolutos, como correspondía a atributos divinos. El neoplatonismo fue el verdadero responsable del gran cambio en nuestra comprensión del Universo que se ha atribuido completamente a Copérnico, Galileo y Kepler, lo cual no es -argumenta Arthur Lovejoy- enteramente cierto.
El hermetismo renacentista comenzó a declinar cuando, en 1614, un hugonote refugiado en la corte de Jacobo I, el erudito helenista Isaac Casaubon, probó que el Corpus hermeticum, redactado por Hermes Trimegisto, pertenecía a los primeros siglos de la era cristiana. El triunfo del pensamiento de Descartes y los avances de la física y la astronomía newtoniana precipitaron la ruina del hermetismo.
Esa fascinación de Newton por lo oculto lo llevó empero a descubrir la fuerza de gravedad, base indiscutible de la ciencia moderna que fue completada por Einstein. Esta cara desconocida del sabio inglés no se enseña en nuestros liceos y universidades. Sería muy útil y atractivo para nuestros estudiantes conocerla, lo cual haría de las terribles Leyes de Newton una cosa más agradable y digerible, pues lo oculto siempre ha resultado ser una humana ambición entenderlo.
Pero los docentes de física consideran que la historia y la filosofía son pérdida de tiempo. Desconocen nuestros físicos del tercer milenio que la orgullosa ciencia que cultivan fue en sus principios una filosofía natural. La alienación por la ciencia mal entendida, afirma nuestro sabio Ignacio Burk, origina una grotesca confusión social. La física mal entendida conduce a una forma de alienación.
Luis Eduardo Cortés Riera