Las tentaciones comienzan desde el principio. En efecto, el Libro del Génesis (Gn 2, 7-9; 3, 1-7) nos relata que, apenas el ser humano acababa de ser creado por Dios, el Maligno osa plantearle una tentación contraria a las órdenes que Dios le había dado.
Dios le había dicho: “No comerán del árbol del conocimiento del bien y del mal, ni lo tocarán, porque de lo contrario habrán de morir”. El Demonio, como siempre, contradice a Dios diciéndole a la mujer: “No morirán. Bien sabe Dios que el día que coman de los frutos de ese árbol serán como Dios, que conoce el bien del mal”. Como vemos, la primera parte de la tentación es de incredulidad en la palabra de Dios. La segunda parte es de orgullo y soberbia: “serán como Dios”. Estas dos primeras fases de la tentación abren camino a la parte final, que fue de desobediencia a Dios. Y eso precisamente es el pecado.
El hombre y la mujer no resistieron el engaño de estar por encima o a la par de Dios. Pero… ¿nos damos cuenta que la tentación del Paraíso Terrenal sigue sucediendo hoy, y que los hombres y mujeres de hoy seguimos cayendo? ¿Nos damos cuenta que hoy queremos seguir decidiendo sobre lo que es bueno y lo que es malo, sin considerar para nada a Dios? El Demonio, como en el Paraíso, sigue presentando la tentación como algo llamativo, apetitoso y “aparentemente” bueno. En efecto, nos dice la Escritura: “La mujer vio que era bueno, agradable a la vista, y provocativo para alcanzar sabiduría”.
Ahora bien, ¿nos damos cuenta que hoy seguimos tratando de “ser como dioses” al buscar una supuesta sabiduría y poderes ocultos a través del espiritismo, del control mental, de todas las formas de esoterismo oriental, de la adivinación, la astrología, la brujería, la santería, y hasta del satanismo abierto y declarado?
Entonces, ante las tentaciones -que siempre estarán presentes- nos quedan dos opciones: seguir nuestro propio camino… o seguir en fe el camino que Dios nos presenta.
Sin embargo, la victoria que el Demonio había obtenido en el Paraíso la revierte Jesucristo en el Desierto, propinándole una total derrota, al oponerse a las tres tentaciones que el Demonio le propone: de poder, de triunfo y de avaricia. (cf. Mt 4, 1-11)
Y así debe ser nuestra actitud ante las tentaciones: derrotar al Maligno con la gracia que Jesucristo nos obtuvo. Sabemos por enseñanza de la Sagrada Escritura que nunca seremos tentados por encima de nuestras fuerzas, lo que equivale a decir que ante cualquier tentación tenemos todas las gracias necesarias para vencerla.
Y si caemos, ¡qué gran consuelo el poder arrepentirnos y confesar nuestro pecado al Sacerdote! ¿Qué más podemos pedir?
Cómo luchar contra las tentaciones
http://www.homilia.org/preguntash/tentacionLucha.htm
Isabel Vidal de Tenreiro