#OPINIÓN El miedo de los dictadores #19Feb

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La historia registra los sentimientos de miedo con que vivían los más terroríficos dictadores. Muchos de esos tiranos que citaremos en estas reflexiones, apelaban a las doctrinas de Thomas Hobbes, malinterpretando cada uno de esos escritos que para ellos daban pie a despertar la creencia de que los temores compartidos, esa sensación mutua de miedo, vendría siendo la génesis de las sociedades en los diferentes tiempos de la humanidad y en sus más variadas dimensiones. Imposible dejar de tener presente la configuración del Leviatán como factor demonizado de la vida en sociedad, cuya deriva a la anarquía era previsible sino se colocaban barreras a ese desplazamiento. 

Está a la consideración de todos los lectores ávidos por conocer las características de los más encarnizados o bestiales dictadores, las biografías en las que se hilvanan detalles muy curiosos que ponen al descubierto las cobardías de esos feroces gobernantes. Uno de ellos Adolfo Hitler, que fue capaz de instalar los campos de concentración en los que, planificada y fríamente, liquidaron la vida de miles de seres humanos. Pues, ese monstruo que se solazaba en ordenar apresar, torturar y matar era, a la vez, un temeroso hipocondríaco que lloriqueaba en silencio, aguijoneado por el pavor que le producía el solo pensar en padecer cáncer de garganta. A ese demonio atrapado en su inocultable egolatría, a ese sociópata contumaz le aterraba perder la voz que usaba para entonar sus mesiánicas exposiciones. 

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En declaraciones que publicó el dominical Bild am Sonntag, Deprem-Hennen indica que el dictador nazi «se alimentaba muy mal y sufría parodontosis», la facultativa saca una serie de conclusiones del análisis de estos informes, actas que durante años se creyeron perdidas. «Es muy probable que Hitler padeciera una fuerte halitosis».

Otro de esos monstruos, fue Stalin, el creador de los famosos Gulag en los que  el Departamento de Interior de la Unión Soviética confinaba a miles de disidentes, lugares en donde Stalin asesinó a miles de camaradas por la simple sospecha de que podían serles desleales a sus demencias. Pues ese implacable dictador tenía miedo de volar y muy contrario a su fervor por la aviación no le resultaba fácil treparse a un avión y por eso se inclinaba a viajar en tren. Stalin era un paranoico que temía ser envenenado, por eso contaba con un séquito que debía probar cada uno de los alimentos y el vino antes de ingerirlos. Durante la Gran Purga, a finales de la década de 1930, su paranoia empeoró todavía más. El miedo de ser asesinado mientras dormía llevó a Stalin a invertir los tiempos, dormía algo de día y trabajaba por las noches, pugnando con el agotamiento, ya que se quedaba dormido cuando estaba física y psicológicamente fatigado.

Antonio Scurati en su obra El hijo del siglo, asegura que Benito Mussolini “comprendió que el miedo puede más que la esperanza”. Ese tirano de origen italiano se apoyaba en las más pérfidas acciones para someter a un pueblo, llegó a utilizar armas prohibidas para reducir a sus adversarios. La historia le factura el empleo de armas químicas, como el gas mostaza en la guerra de Etiopía. Hasta que una muchedumbre desenfrenada colgó su cadáver y el de su amante, los empaparon de salivazos, para después apedrearlos y profanarlos. Antes de su ejecución, un temeroso y acobardado Mussolini pretendía escapar a Suiza (abandonando a su peor suerte a su mujer Rachele y a sus hijos) disfrazado de soldado alemán, luciendo capote y casco como integrante de un convoy nazi, hasta que fue descubierto. Mussolini abrigaba la esperanza de que por segunda vez fuera rescatado de la prisión, tal como lo habían hecho las fuerzas leales a su tiranía y por encargo de Hitler, en aquel hotel confundido en las nieves de las montañas de Abruzzi. Mussolini había ordenado la ejecución de quince antifascistas en la Plaza de los Quince Mártires de Milán, doce meses después, un grupo de 10 hombres arrojó sin ceremonias 18 cuerpos por la espalda. Eran los de Mussolini, los Petaccis y los 15 presuntos fascistas.

Mao Tse-Tung fue un demencial gobernante, egocéntrico cruel, sádico con un insaciable apetito sexual, nada compasivo que cerró su ciclo con la famosa Revolución Cultural Proletaria. En la sangrienta era de Mao se desencadenó, no menos de 70 millones de seres humanos que fueron abatidos, en medio de una ola de odios en los que sus fanatizados seguidores cantaban que “el este es rojo, el sol ha salido y Mao Tse-Tung ha parecido en China”. Murió acorralado por miedos que le producían los fantasmas de sus víctimas que lo acosaban.

En Venezuela, el tirano Juan Vicente Gómez sentía escalofrío cuando escuchaba a los jóvenes venezolanos que lo enfrentaban entonar el sísmico y esotérico “sacalapatalajá”. También en Venezuela, Marcos Pérez Jiménez salió corriendo al aeropuerto de Caracas el 23 de enero de 1958 para abordar el avión conocido como la Vaca Sagrada, después de escucharle a su compadre Lloverá Páez decirle “pescuezo no retoña”. Otro dictador, Hugo Chávez Frías, era de una impenitente cobardía. Quedó para la posteridad la forma como se escondió en el Cuartel de La Montaña, mientras seguía mirando por unos binóculos a los que en los alrededores del palacio de Miraflores trataban de cumplir la orden de asesinar al presidente constitucional de la Republica Carlos Andrés Pérez. Actualmente su carnal Nicolás Maduro no ha demostrado ser diferente a su mentor. Se dice que no duerme porque le cuesta cerrar los ojos atemorizado de ser asesinado. Desconfía hasta de su propia sombra, más de los espíritus de los miles de ciudadanos que por sus órdenes han sido víctimas de sus crímenes de lesa humanidad.

Antonio Ledezma

@Alcaldeledezma

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