Una de las instrucciones más controversiales que nos ha dado Cristo es aquélla de poner la otra mejilla: “Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda”. (Mt 5, 38-48)
Y es controversial porque pareciera que Jesús nos está pidiendo que seamos tontos. ¿Será así? Como que no, porque cuando Jesús fue interrogado por Caifás en el juicio antes de su condena a muerte, un guardia lo abofeteó. Y Jesús más bien confrontó al guardia (Jn 18, 22-23)
Continuando con el Sermón de la Montaña, Jesús da dos consejos más parecidos al de la otra mejilla: entregar el manto además de la túnica, es decir, quedarse sin ropas; y el caminar una milla extra (ir más allá de la distancia requerida y permitida por la ley, llevando la carga de un soldado romano).
Sin entrar en detalles legales y costumbristas de aquella época, vale la pena destacar que estudiosos de las leyes, las normas y las costumbres hebreas piensan que lo de la mejilla y otros dos consejos tenían como objetivo el poder desarmar anímica y moralmente al agresor. Ni más ni menos que lo que conocemos como no-violencia, pues.
Y para nosotros hoy –porque la Palabra de Dios es para todas las personas y para todos los tiempos- significan que debemos perdonar a quien nos ha hecho daño, no podemos guardarle rencor. Tampoco podemos distraer pensamientos de venganza y –mucho menos- realizar alguna acción de venganza personal.
Pero Cristo va más lejos, porque también nos habla de amar a los enemigos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian”.
Es decir, hay que amar a los amigos y a los enemigos, a los que nos odian y nos persiguen y nos calumnian. La exigencia se pone más difícil, ¿no? Ahora bien, si Dios pide esto, será difícil, pero no imposible. Y es posible porque Él nos da todas las gracias para cumplir con lo que nos pide.
Una cosa muy interesante es la finalidad que nos da para tener ese comportamiento magnánimo con los enemigos: “hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial”.
¿Qué nos quiere decir el Señor? Que cuando tratamos bien a los enemigos, también los desarmamos, y eso puede servirles de estímulo para que sean amigos de Dios y amigos nuestros. Sólo así podremos ser -nosotros y nuestros enemigos- hijos de Dios. Todos somos creaturas de Dios, pero para ser hijos de Dios hay unas cuantas exigencias. Una de ellas parece ser el buen trato a los enemigos.
Isabel Vidal de Tenreiro
www.buenanueva.net