“…sir Antony Beevor, como respuesta a una de las preguntas del periodista acerca de cómo veía el futuro del mundo, hoy afectado por una peligrosa guerra, respondió: “Digamos que creo en el pesimismo preventivo”. Prudente y aleccionadora frase, deberíamos meditar su contenido…”
Jorge Puigbó
Existen frases que nunca pasarán desapercibidas, ni dejarán de influir en nosotros por lo contundentes: “a los contemporáneos no nos es dado conocer quiénes serán los monstruos del mañana, por más empeño que pongamos», el gran escritor Stefan Zweig la escribió en su libro “El mundo de Ayer. Memorias de un europeo” y constituye una afirmación irrebatible. A pesar de ello, siempre han existido personas que se dedican a especular sobre el futuro que nos aguarda, simplemente extrapolando conocimientos actuales y proyectándolos especulativamente en el tiempo, muchos escritores de ciencia ficción como Julio Verne, H.G. Wells, Arthur Clark, Isaac Asimov lo han hecho, asimismo ciertos escritores que rayan en lo mágico y esotérico, unos más y unos menos, han contribuido con sus predicciones, o profecías, a crear un ambiente de expectativas e incertidumbres en muchas personas. El Hombre es un ser conducido y confundido por sus emociones. La frontera de lo real y lo imaginario están más cerca de lo que creemos, los separa, probablemente, lo irracional y lo irrazonable.
Qué ha cambiado para que el ser humano se encuentre en una situación de permanente zozobra y con niveles altos de estrés, se nos ocurren varias respuestas, pero las más importantes serían: la rapidez de los cambios tecnológicos que afectan en mayor proporción a las generaciones que no nacieron en la era digital; la inmediatez con la cual nos llega la información de los cambios sociales y políticos, acelerados y profundos; los nuevos descubrimientos e ideas que ponen en entredicho nuestra ideología y conocimiento, causandonos inestabilidad emocional; todo ello motorizado por una red informativa, la Internet, invadida y guiada por fenómenos como la posverdad y la manipulación, lo cual, cada día que transcurre, afecta y controla más profundamente nuestra vida. Apoyarnos en la historia, buscar hechos y afirmaciones donde el intelecto pueda encontrar un asidero mental para evitar, o paliar, el continuo desafío a la certidumbre, cada día se hace más necesario, más urgente. Ya no encontramos definiciones que no hayan sido cuestionadas y nos permitan sentir una cierta estabilidad emocional, hasta el lenguaje se quiere cambiar por grupos de presión minoritarios.
Uso una frase del filósofo Heráclito en mi avatar “no hay nada permanente, excepto el cambio”, es un pensamiento comprobable por cuanto los humanos a través de nuestras vidas lo podemos percibir, cambian las estaciones y el tiempo, cambian las personas, todo se deteriora, se construyen nuevas cosas y se destruyen otras, se solucionan problemas y se crean otros, todas estas circunstancias indudablemente son percibidas de forma negativa o positiva, la cuestión entonces se reduce en aceptar que la sumatoria de eventos positivos a través de los tiempos ha sido indudablemente beneficiosa para nuestra especie, el resultado debe darnos esperanzas en el ser humano. La secuencia acelerada y el establecimiento de cambios no asimilables en su totalidad pudiera traer el nada apetecible caos, alguien tendrá que buscar la forma para que el hombre pueda absorberlos, comprenderlos y asimilarlos. La cuestión, como podemos ver, se plantea por la velocidad con la cual llegan y se implantan cambios en la sociedad y el resentimiento de las personas al no poder asumir y adaptarse a nuevas técnicas e ideas, así como también por las modificaciones que se producen en el campo laboral, la introducción creciente de robots inteligentes que afectan el futuro de los trabajos. Frente a esta situación percibida por muchos como una avalancha difícil de controlar, encontramos, leyendo una entrevista efectuada por el diario ABC, el 16/11/2022, al historiador militar inglés sir Antony Beevor, una respuesta al periodista acerca de cómo veía el futuro del mundo hoy afectado por una peligrosa guerra: “Digamos que creo en el pesimismo preventivo”. Prudente y aleccionadora frase, deberíamos meditar su contenido.
En estos días han surgido importantes noticias e informaciones de uno de los tantos aspectos que afectan rotundamente al mundo de la información, al de la política y como consecuencia a nuestras vidas: la inteligencia artificial, la cual ahora se incorporará a los buscadores, los mismos que normalmente utilizamos para navegar en las redes sociales de la Internet y buscar información. Para muchos de nosotros los que ya tenemos una edad respetable el solo pensar que, a través de programas denominados “chatbots”, una máquina hable y pueda contestarnos, estableciendo una conversación con un nivel alto de lógica y contenido, nos suena a la realización de un sueño coloreado de magia y llevado a la realidad por la inventiva humana en su eterna aspiración a conseguir medios que le faciliten su sobrevivencia y su crecimiento, pero como en todo quehacer del hombre siempre se abren interrogantes. Durante muchos años importantes científicos, pensadores y expertos en la materia como Max Tegmark, Hiroshi Ishiguro, Stephen Hawking o Elon Musk, en diversas ocasiones y por diferentes medios se han referido a la Inteligencia Artificial en diferentes tonos, pero todos han señalado su preocupación por lo acelerado de su implantación en el mundo sin tener totalmente claras sus consecuencias y los mecanismos para controlarla totalmente, atreviéndose a señalar que en menos de veinte años se constituirá en una verdadera calamidad. Un ejemplo reciente de lo que puede suceder ocurrió en días pasados y le costó a la empresa Google la suma de 100.000 millones de dólares al desplomarse en 7% el valor sus acciones en la bolsa por un error tonto de Bard su anunciado chatbot, con el cual pretendía competir con ChatGPT. El programa en su demostración se equivocó en una respuesta.
La I.A., por sus siglas, todavía está en pañales, le falta que los humanos la desarrollen y le proporcionen conocimientos y capacidad de razonamiento y es allí donde reside uno de aspectos más controversiales: hasta qué punto el programador o “instructor”, o” profesor” por llamarlo de una forma entendible, podrá ser capaz de suministrar información sin que esta sea afectada por intereses, cargas ideológicas, emociones, giros cognitivos, etcétera, manipulando así al usuario. Es una materia compleja por cuanto afectaría muchos campos del conocimiento humano, hemos escrito sobre el tema y volveremos a escribir por lo complejo. Nos preocupa altamente lo ético, la libertad de pensar, de escoger y poder recibir diferentes opiniones de diferentes tópicos y que no se transforme en un instrumento más del pensamiento único manejado por un “Gran Hermano” que ejerza su vigilancia de una forma sutil y totalitaria a través del ojo de la Internet.
Jorge Puigbó