#OPINIÓN El lenguaje estridente como muralla para el entendimiento #12Feb

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“No me habían insultado de esa manera desde mi infancia, cuando estudiaba en la escuela”. Así respondió Paul  Blair, Primer Ministro de Inglaterra, a una andanada verbal de Hugo Chávez quien alardeaba de ser espinito del llano para denostar de presidentes, cancilleres, primeros ministros y cualquier figura de máximo nivel protocolar que osara  cuestionar sus posiciones desatinadas y pintorescas con la cual deleitaba a sus seguidores en Venezuela, quienes  con este vodevil  cotidiano se sentían vengados `por las carencias padecidas, creadas por un populismo autóctono donde todos los partidos eran de centroizquierda y la sociedad dependía de un Estado Capitalista que debía subsidiar el clientelismo como estrategia cervical del proselitismo político.

Instaló el extinto presidente Hugo Chávez Frías un lenguaje coloquial para manejar asuntos de Estado que en las películas de Cantinflas y de Luis Sandrini causaban hilaridad pero que en su caso se convirtió en un relajamiento mortal de las formalidades que deben usarse para mantener relaciones respetuosas y productivas entre los diferentes actores de los escenarios públicos. No hubo manera de contener la vocinglería  como lenguaje natural de las elites políticas venezolanas y todos entramos por el túnel donde la palabra perdió su racionalidad para simplemente expresar emociones mediante proclamas y consignas vulgares no exentas de contenidos escatológicos.

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Por este camino donde el grito de la calle era respondido por la amenaza y la burla desde el  poder, el lenguaje se vació de contenido, perdió su calidad simbólica según tesis de Lacan, para engrosar el anillo  de lo real indescriptible  en los enlaces del nudo Borroneo, esa percepción del mundo nacida de lo atávico, de lo inconsciente, de lo abisal, realidad  donde la palabra no es idea sino bandera, no es argumento sino cuchillo o bofetada

Entonces al perder el lenguaje su capacidad dialéctica quedamos atrapados en el simplismo maniqueísta  de los leales y los traidores, de los puros y los dañados, de los demócratas y los alacranes, de los indoblegables y los convivientes, entre los buenos y los malos donde cualquier digresión a este esquema quiritario es  sancionada con la sospecha o el desprecio.

Tuvo su esplendor este uso del lenguaje en los tiempos del salinismo y la máxima presión, pero no  obstante la oposición haber cerrado este capítulo de manera formal, la jerga de confrontación quedó intacta y ello actualmente se ha convertido en una muralla insalvable que impide avanzar en los procesos de acuerdo que se dan a varios niveles entre el gobierno y sectores políticos y sociales que buscan avanzar en la búsqueda de soluciones racionales a la crisis integral que padece el país.

Ejemplo lamentable de esta distorsión comunicacional la tenemos con las recientes visitas hechas al país por el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos Volker Turk y una delegación de la  OIT para prestar auxilio técnico al diálogo de la comisión tripartita reunida en Margarita para tratar la crisis laboral en Venezuela.

El doctor Volker Turk fue contundente, firme y preciso en expresar los daños que la crisis política y económica ha causado al país. Habló de siete millones de personas en condición vulnerable que requieren con urgencia ayuda humanitaria, eso por si solo derrumba el andamiaje del discurso oficialista sobre la recuperación económica. Agregó además que recibió testimonio directo de las torturas que se aplican a presos políticos y pidió al gobierno la liberación de todos ellos. No obstante este pronunciamiento duro y categórico no fue valorado por la oposición y las vanguardias políticas en general como positivo, antes bien se repitió que la visita “era más de lo mismo” y que había un manto de impunidad internacional sobre las actuaciones del régimen. Simplemente porque lo expresado por el  Alto  Comisionado fue en códigos técnicos, con la obligada ponderación diplomática que debe usar un funcionario de la ONU que fue recibido por el Presidente de la República, a quien le debe respeto por razones institucionales y también para preservar los mecanismos de colaboración mediante la cual  su oficina en Venezuela pueda continuar realizando su trabajo.

Igual sucedió con la reunión de la Comisión Tripartita en el Estado Nuevo Esparta. Gracias a un proceso lento, gradual y consistente las centrales obreras y Fedecámaras lograron sacar los incumplimiento del gobierno en materia laboral del ambiente radicalizado de la descalificación mutua para buscar soluciones sobre una mesa de negociación  sustentada por el reconocimiento mutuo y la  evaluación del problema con base a posibilidades y limitaciones financieras. Esto de por sí es un gran éxito porque coloca al gobierno frente a la realidad del drama que él mismo ha creado, sin los burladeros argumentales que le proporciona  el  mar de leva emotivo   de   la recurrencia de conflictos sin marco de soluciones viables.

Sentaron al gobierno para que asumiera su responsabilidad, vino la OIT para validar el encuentro y recordar las indicaciones formuladas por la Comisión de Encuesta que visitó a Venezuela en el 2019. Pero este  triunfo del diálogo que coloca al régimen en el paredón de las verdades terminó con sabor a fracaso porque a última hora se exigió un aumento salarial  que no estaba en agenda pero que fue impuesto por movilizaciones de calle que legitimadas por la pobreza reclamaban una respuesta urgente que con todo y su justicia no estaba planteada. Total ni Fedecámaras ni las Centrales obreras pudieron exponer como un éxito los avances en su política de acuerdos con el régimen, dejando también en zona oscura la participación  solidaria de la OIT en dicha reunión, con todo y que también en lenguaje diplomático fue dura, fulminante e implacable respecto a la insolvencia del gobierno en materia laboral.

¿Qué hacer? Es difícil encontrar una respuesta asertiva. Yo hice una pregunta al respecto en lugar donde pensé obtendría una respuesta y una de las mentes más brillantes y preclaras involucradas en estos escenarios me respondió con una consigna, alentadora, pero consigna al fin. El cómo reposicionar al lenguaje como conducto para los indispensables  e impostergables acuerdos entre venezolanos no es tarea que se  pueda acometer en solitario, debe ser una tarea colectiva donde es esencial que  el liderazgo político, obrero y empresarial   ponga en letras la solución a esta trampa que nos mantiene cautivos dentro de un lenguaje  que se amuralla en las emociones y dejó de ser puente para la comunicación.

Dios con nosotros.

Jorge Euclides Ramírez

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