Hemos sufrido durante más de dos largas décadas las consecuencias de un régimen que transformó nuestro día a día en dolor y sufrimiento, afectando todas las áreas de nuestra vida y empañando el futuro. Nuestros jóvenes han nacido, crecido y vivido bajo la corrupción e injusticias, sin llegar a conocer otro modelo político y económico más allá del que nos han impuesto por la fuerza. Es así como llegó un nuevo 12 de febrero al país, Día de la Juventud, con un Estado venezolano que es incapaz de brindar calidad de vida, oportunidades y un futuro a las próximas generaciones.
El régimen sabe que los jóvenes son la principal fuerza de cualquier cambio en el país, y por eso los quiere en silencio, ignorantes, incapaces de denunciar las injusticias que cometen a diario. Se dieron a la tarea de echar abajo a la educación en el país, apostando a que no pudieran formarse ni aspirar a superarse. Mantienen a las escuelas y liceos en las peores condiciones posibles, han acabado con el presupuesto de las universidades y ahuyentaron a los docentes con salarios de miseria. Mientras más pobres y sumisos, mejor para el régimen.
Hoy, un joven no puede aspirar a independizarse y tener una familia. Los salarios son tan bajos que no rinden ni para hacer mercado. Para la amplia mayoría de los jóvenes en Venezuela resulta tarea imposible ser dueño de algún inmueble o un carro. Incluso, pagar el alquiler de un apartamento pequeño se siente como una aspiración pretenciosa. Lo que debería ser un paso común en la vida, como mudarse de casa de tus padres, hoy no es más que un sueño inverosímil para la mayoría.
Esta realidad tan cruda ha llevado a millones de jóvenes a buscar futuro en otras tierras, persiguiendo la estabilidad, crecer y poder cumplir sus metas. Se cansaron de pasar hambre, de la inflación, del matraqueo, de los apagones, de la falta de agua y de la falta de oportunidades. Con esto, solo pierde el país, Venezuela, y es una injusticia aun mayor para quienes tuvieron que marcharse para poder aspirar a una vida mejor.
Sin duda, ser un joven venezolano es una tarea titánica entre tantas dificultades. Ser un joven se ha convertido en sinónimo de padecer dificultades y aprender a sobrevivir a duras penas. Sumar esfuerzos democráticos también va por su futuro, por el del país, por cambiar esta realidad descorazonadora. Este 12 de febrero más que una celebración, es un recordatorio de que los jóvenes representan la esperanza de un mejor mañana. El trabajo por nuestro país continúa. Está en manos de todos reconstruir a Venezuela.
Stalin González