Santa Teresa de Jesús, la gran santa y figura de las letras de Ávila, España, decía que la imaginación era “la loca de la casa” y no le faltaba razón. Sin embargo, también hay que decir que, gracias a Dios, la tenemos, porque a muchos nos ayuda y nos salva en episodios de nuestra vida. Yo soy un caso. Me han dado tanto la imaginación y la fantasía en mi quehacer, que he llegado a decir: No tengo doctorado ni postgrado alguno, pero si una universidad lo crea, podrían darme un doctorado honoris causa en fantasía.
Los niños son maestros para imaginar y fantasear, tanto, que llegan a creer que es verdad lo que han imaginado. Estos les trae incomprensión de padres y maestros, porque se van de la conversación, o del aula, con gran facilidad, hacia los cerros de Úbeda, tal vez tras el inocente vuelo de una mosca. Mi maestra de quinto y sexto grado en la Escuela República del Perú, en San José de Costa Rica, María Teresa Obregón de Dengo, gran pedagoga, me conocía bien. Solía leernos, los sábados por la mañana, un cuento, sabía que yo me iría por los famosos cerros y entonces me decía: “Alicia, dibuje”. En el dibujo, yo retenía la historia. La ilustraba.
En la Venezuela que vivimos, la imaginación se ha vuelto instrumento de primer orden como modo de subsistir. Recibo familiares y amigos para almorzar sábados y domingos. Como es lógico, tengo que pensar en un menú para esos días, sorteando la escasez, poca variedad o alto costo de los productos alimenticios. Es un trabajo de imaginación, porque en cuanto al plato principal con proteínas asequibles, no me puedo salir de carne molida o mechada, pollo y rara vez pescado. Me las ingenio para presentar lo mismo en formas variadas. Una de las comensales asiduas, preguntada por su familia sobre qué come aquí, puesto que le gusta venir tanto, contestó convencida: “Es una comida sencilla pero creativa”.
La creatividad salva las ausencias. La imaginación colma los vacíos. La fantasía cruza el espacio. No hay nada que no se someta a estas tres potencias psíquico-espirituales. El arte, por supuesto, pero hasta la ciencia. Cuántos sabios han llegado a un descubrimiento, a un invento, dejando volar primero su imaginación o la de otros. Leonardo Da Vinci, gran artista del Renacimiento, se planteó la aviación; no llegó a inventarla, pero abrió el camino para que se concretara su invención siglos después. Con más o menos un siglo de distancia, el novelista francés Julio Verne escribió su obra “Viaje a la Luna”. En 1969 la NASA lo hizo realidad. Hay que soñar.
Sin embargo, imaginación no quiere decir verdad. Es un recurso, no un fin. La verdad sí lo es. Podemos deleitarnos en los productos de la fantasía, son un gran bien, pero un bien finito: la verdad es y para siempre. Alguno me dirá, encogiéndose de hombros, como Pilato a Cristo: “¿Y qué es la verdad?” ¡Y la tenía enfrente! Dios es la Verdad porque es el único que es. Cuando Moisés le preguntó el nombre para transmitirlo al pueblo israelita, contestó: “Soy el que soy”. Es decir, el único Ser, sustantivo y verbo. El motor inmóvil, sin principio ni fin, que creó y echó a andar el universo. Todo lo demás sólo somos criaturas suyas.
A la Verdad no se llega por la imaginación. De ésta sólo han surgido religiones politeístas. Ricas, ciertamente, en fantasía, pero falsas. Sólo las monoteístas han llegado a la Verdad a través de la razón y/o la revelación. Se han separado, se han dividido, pero conservan ese vínculo único y esperanzador. Jesucristo lo dijo clara y firmemente: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Los cristianos sinceros y practicantes no tenemos pérdida ni dudas tras este señalamiento como norte de nuestras vidas. Si me viene alguna me río: ¿Quién soy para dejar de creer lo que han creído y practicado millones de personas en 21 siglos, entre los que ha habido miles de seres excepcionales, sabios, científicos, doctos, artistas, intelectuales, mucho más inteligentes y preparados que yo? ¿Es que, siendo una pulga, me voy a creer el ombligo del mundo para tener ideas propias al respecto? ¿Voy a cambiar la Verdad? ¡Bah, pura soberbia diabólica y barata!
Debemos hacer una meditación profunda sobre la imaginación y la verdad para salvar a nuestro país y al mundo de la crisis actual. En primer lugar, revestirnos de humildad, reconocer nuestras limitaciones, pero incluso éstas pueden ponerse al servicio de la Verdad, con un poco de buena voluntad e imaginación creadora. Recordemos que la fantasía tiene alas. Se puede volar muy alto con la ayuda de Dios.
Alicia Álamo Bartolomé