Los policías montados estadounidenses que la cargaron de manera inhumana y horrorosa contra los inmigrantes negros haitianos y de otras nacionalidades en la frontera acuática con México, no creen en la existencia del alma, una noción religiosa que ha sido sustituida por la impersonal y aséptica noción de conducta, según establece la arrogante ciencia de la psicología anglosajona. Han instrumentalizado al ser humano y se ha mandado al basurero la noble idea de alma que tuvo en el siglo XVI fray Bartolomé de Las Casas de nuestros indígenas americanos: “Ellos sí tienen alma racional como nosotros.”
La presumida y soberbia ciencia europea del siglo XVIII creó también otra aberrante idea colonialista y eminentemente racista: establece la existencia de una raza llamada caucásica, un lugar geográfico asiático en donde no se mesclaron las razas y ella conservó allí toda su belleza helénica en estado puro. Lo caucásico se asoció con blancura de la piel, nariz dórica y cultura racional europea. Los demás pasaron a constituir El Otro.
El padre del racismo moderno, Sir Arthur Gobineau, se nutre de estas ideas para escribir su libro Ensayo sobre la desigualdad de las razas. Según tal criterio, la decadencia y el deterioro de una raza vendrá en la medida que se mescle con otras. En los Estados Unidos existió la prohibición de los matrimonios mixtos según una ley de 1924, la que fue felizmente derogada en 1967. Hogaño los matrimonios interétnicos en EEUU están en el orden del 17%, cifra que no dejará de aumentar, según el prestigioso Informe Pew.
Raza es un concepto desfasado y muy controvertido que ha sido sustituido por el de etnia, mucho más humano, pero que en Estados Unidos se sigue usando con mucha fuerza e intensidad. En este país norteño, enloquecido por la religión, según dice el escritor Harold Bloom, se continúa empleando la mítica tradición bíblica que da explicación al nacimiento de las tres razas en tiempos del Arca de Noé y sus tres hijos: Jafet, Sem y Cam. Los hijos del tercero se les llama camitas y fueron condenados a sufrir esclavitud por haberse burlado Cam de su padre Noé en estado de ebriedad. Es este desgraciado tercer lugar se hallan negros africanos e indios americanos. El orgulloso aparato de la ciencia experimental no ha podido contra la ideología y el prejuicio religioso del racismo que en el siglo XXI campea.
Haití, primera nación del orbe construida por esclavos negros
Haití fue la colonia azucarera más próspera de la orgullosa e imperial Francia hasta 1804. Este año y para sorpresa universal, los valerosos negros esclavos de esa isla, después de derrotar a las curtidas tropas enviadas por Napoleón Bonaparte para aplastarlos, declaran la creación de la primera nación negra del mundo, siguiendo el modelo francés del Siglo de las Luces: son los “Jacobinos Negros” que deslumbran al inmenso escritor cubano Alejo Carpentier. Las consignas revolucionarias de Libertad, igualdad y fraternidad comenzaron a resonar desde el Caribe para terror de los colonialistas blancos del continente americano y del orbe. La guerra de independencia en esta isla, afirma Juan Uslar Pietri, fue una cruenta y terrible guerra de castas y colores como lo fue la guerra de independencia de Venezuela: crueles en extremo por el odio acumulado en trescientos años de negros, pardos y mulatos contra el blanco esclavista. Ningunas otras naciones de Hispanoamérica tendrán semejante experiencia de odio y sangre tan gigantesca como estas dos naciones caribeñas, una guerra de colores que tanto preocupó al genio del Libertador Simón Bolívar.
Pero el occidente blanco no le perdona semejante ofensa de los esclavos negros al declararse libres. Le imponen el pago exorbitantemente alto por su libertad, lo que termina arruinando a la Nación negra del Mar Caribe hasta el presente, una reparación de guerra tan alta que nos recuerda la que impusieron los vencedores a Alemania tras la derrota de 1918.
Charlomagno Peralté y los Cacos
A comienzos del siglo pasado, en 1915, las tropas de los Estados Unidos se instalan en Haití para dar protección a sus intereses en un momento de gran revuelta en la isla, el presidente Vilbrum Guillaume Sam había sido asesinado por una turba de linchadores. Los marines declaran la ley marcial, se adueñan de bancos y aduanas e instalan un presidente títere, favorable a sus propósitos: Philippe Sudré Dartiguenave. Se redactó una nueva constitución que era favorable a los intereses de los gringos, quienes además declaran la ley marcial. El racismo de los marines campeó entonces en la isla. Los Estados Unidos no habían entrado aun en la Primera Guerra Mundial en ese entonces.
En el norte haitiano se alzarán contra la ocupación gringa una legión de arrojados y decididos hombres, a quienes se les daba el calificativo de “Cacos”. Eric Hobsbawm nos habla de los rebeldes primitivos de 1804, que son, a nuestro parecer, un antecedente de la rebeldía de los haitianos en los albores del siglo XX. Le hacen la vida imposible los “cacos” a los arrogantes y caucásicos marines durante un tiempo. Al mando de estos “bandidos” preindustriales se haya el joven Charlemagno Peralté (1886-1919), quien había nacido en la vecina República Dominicana y allí se le conoce como Carlomagno Peralta, un apellido de abolengo hispano. El linaje personal de este rebelde primitivo resume a la isla de La Española en su doble composición étnico-cultural hispánica y francesa.
Se inicia al norte de Haití una fuerte resistencia contra los marines estadounidenses por parte de los “cacos”, unos 15.000 hombres, dirigidos por Peralté, quienes asaltaron a Puerto Príncipe e intentan conformar una república independiente en el norte de la isla. Los marines capturan a Peralté, pero se les escapa. Finalmente lo asesinan gracias a la traición de uno de sus lugartenientes, Jean Batiste Conzé, quien de manera encubierta y cobarde condujo al militar gringo Hermann H. Hanneken al campamento rebelde y asesina arteramente al líder de los “cacos” de un balazo al corazón.
Con el cruel y pensado objetivo de amedrentar a los haitianos, los marines toman fotografías de Peralté amarrado y muerto a una puerta y las distribuyen ampliamente. Surtió el efecto contrario, pues una ola de protestas sacudió al país, y desde entonces este “bandido”, que muere como Cristo a la edad de 33 años, se ha convertido en una figura mitológica y legendaria en Haití. Un bandido que se ha convertido en patriota en esta martirizada nación del Caribe francófono.
Haití es una terrible realidad que reclama a las llamadas naciones civilizadas del norte, sea tomada en cuenta como una herida por ellos ocasionada desde que comete la imprudencia de erigirse en República independiente. Una herida que ellos deberán reparar prontamente, que puede cangrenarse y cangrenar a sus vecinos. Haití es un espejo que nos puede estallar en la cara si no actuamos con premura y diligencia.
Luis Eduardo Cortés Riera