El 15 de julio de 1810, llegaba a La Guaira el Dr. Narciso Coll y Prat, «que por sus méritos, virtudes y sabiduría», fue preconizado para el arzobispado de Caracas. Se había embarcado en Cádiz, España con destino a su nueva diócesis. Al desembarcar desconocía por completo los cambios en el gobierno que se habían producido en la Capitanía General de Venezuela a partir del 19 de abril, pero ese escenario no le impidió cumplir sus deberes de pastor, dispuesto a defender a su Iglesia y a su rey.
Entre sus credenciales figuraba las bulas expedidas el 11 y 12 de enero de 1808, por el sumo pontífice Pío VII, ratificada el 10 de abril de ese año por el rey Fernando VII al rubricar la real ejecutoria.
Permanecerá en Venezuela ininterrumpidamente durante 6 años y medio, viviendo el período más agitado y espantoso de la Guerra de Independencia: los patriotas le reprochaban su innegable lealtad hacia la persona de Fernando VII y los realistas lo acusaban de traidor tras haber permanecido en su sede durante el período republicano «con atrevidas y halagadoras relaciones con los insurgentes».
A juicio del historiador Andrés Eloy Burgos, Coll y Prat fue uno de los más activos e influyentes personajes de la guerra y la política en el tiempo que permaneció en Venezuela, por lo que para muchos resulta sorprendente descubrir que ejercía labores de espionaje.
Se incorporará de inmediato a los avatares del arzobispado y tras la declaración de Independencia y el establecimiento de la Primera República, comenzó a tejer su red de espionaje.
Explica Andrés Eloy Burgos, que el prelado centró su atención en el Congreso instalado en 1811, y con algunos agentes realistas miembros de la Iglesia, el arzobispo Coll y Prat se dispuso a intervenir e influir activamente en las deliberaciones del Congreso.
Los papeles del prelado
El arzobispo confiesa, en documentos de su propiedad, que usó espías en el cuerpo beligerante, de los cuales ofrece una lista con nombres y cargos dentro de la organización eclesiástica, y afirma:
«Las personas, mis confidentes, insinuadas de quienes me valía en el centro mismo del Congreso para saberlo todo, como para que se mantuviese aún en él un partido sano e inalterable a favor de la religión y la Monarquía Española, que eran el Doctor Montenegro, Cura de La Candelaria (en el día difunto, con mucho dolor mío y del público), el Doctor Don Manuel Vicente Maya, cura de la Catedral; el Doctor D. Juan Nepomuceno Quintana, Catedrático de la Moral; el Presbítero Doctor D. Rafael de Escalona, hombre hábil y ejemplar; y el Doctor D. Juan Antonio Díaz Argote, Cura de La Guaira; estas digo, y otras personas si no me fueron bastantes para acelerar las maniobras intrínsecas, como yo habría deseado, si no fuese el continuo y fundado temor de vernos todos anegados en sangre, me sirvieron a lo menos después para corroborar y extender la misma opinión intrínseca, y extrínsecamente a favor del Rey, y de cuanto importaba al bien general y particular de estos países y de sus representantes la absoluta cesación de la imaginaria República Venezolana.» (Memoriales sobre la independencia de Venezuela… p. 158. Citado por Burgos).
Denodado y cauteloso
Para Coll y Prat no era imperioso asistir a los debates del Congreso para estar al corriente de todo lo que allí ocurría, o para conocer las razones que movían a los legisladores. «Sus espías se lo decían todo. Aunque lo intentó, no pudo evitar la Independencia de Venezuela. Su personal, aunque fuerte en cuanto al disimulo y la impostura, era débil numéricamente.»
Curas agentes
Manuel Vicente de Maya y Nepomuceno Quintana, ambos sacerdotes e identificados como “confidentes insinuados” del arzobispo en el seno del Congreso, estuvieron involucrados en nuevos episodios de espionaje, según investigación de Burgos.
«En una correspondencia interceptada por los patriotas en 1812 se confirmó lo que se creía sobre ellos: que eran agentes que actuaban a la sombra del arzobispo Coll y Prat. El escrito muestra parte de lo que venían haciendo los curas espías en favor de Monteverde y el vínculo que tenían con el arzobispo.»
El remitente de la comunicación -prosigue el historiador-, en la que se revelan los vínculos y las actuaciones de los curas espías, es Antonio Muñoz Tébar, secretario de Guerra republicano. Los curas Manuel Vicente Maya y Juan Nepomuceno Quintana, que habían sido espías de Coll y Prat en el Congreso, participaron en la propagación de noticias y en la agitación de los pueblos del interior de la Provincia de Caracas. Muñoz Tébar acusa la participación de estos en lo que denomina como una “perversa y criminal seducción” que se desarrollaba en secreto y que se articulaba por medio del intercambio epistolar. Para el secretario de Guerra es muy grave y censurable lo que hacen estos prelados, y en especial el arzobispo, tanto lo es que solicita expresamente su expulsión inmediata del territorio venezolano.
Agrega que las acciones de los curas en cuestión dan lugar a pensar que aparte de espiar al Congreso de 1811, también siguieron con la antigua práctica en el propio campo de batalla para favorecer a la Iglesia y al bando realista.
Como dato curioso, al fallecer Coll y Prat en Madrid, en diciembre de 1822, su secretario, el caraqueño Tomás de Jesús Quintero, ordenó que le extrajesen el corazón e instruyó a los familiares del arzobispo que lo enviasen a Venezuela, lo que se realizó años más tarde; hoy se afirma que está enterrado en el presbiterio de la catedral de Caracas.
Fuente: Andrés Eloy Burgos. La guerra invisible. Espía y espionaje en la Guerra de Independencia venezolana 1810-1821. Universidad Católica Andrés Bello, 2017.
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
IG/TW: @LuisPerozoPadua