Hace algunos años comencé a pensar, con alguna comprensible y justificable timidez, que los pueblos del estío y el verano casi permanente del occidente de Venezuela están dotados de una antigua y reconocida genialidad y talento. Un espíritu creativo excepcional, sin duda, que tiene fundamentalmente dos grandes vías de acabada y firme expresión: música y literatura. Digo timidez porque – hasta donde sabemos- aún no se ha logrado una explicación razonada del por qué este pequeño cinco o seis por ciento minúsculo de la geografía del país haya sido solar, linaje de tanto talento y de tan grande espíritu creador que no presentan, lo digo con cierto pesar, otras zonas de Venezuela. La sensibilidad venezolana estaría de tal modo incompleta si se omite esta porción larense de la geografía patria que es el espinazo de la Región Barquisimeto colonial, categoría de análisis creada por Reinaldo Rojas, que debería ser trasladada a la Venezuela republicana.
Ha sido escenario, lo que hogaño se conoce como estado Lara, de manifestaciones culturales que le dan a la entidad un ethos o personalidad muy específica y distinguible en el cuadro de la cultura nacional. Un ethos al que hemos calificado de colonial, barroco y católico, que se ha venido conformando al socaire de una geografía difícil y huraña, en donde se ha producido, afirma Francisco Tamayo, el más radiante y completo proceso de mestizaje étnico-cultural del país desde tiempos coloniales.
El sabio larense Francisco Tamayo ha valorado que en el estado Lara nace lo nacional venezolano: “inmanente matriz de Venezuela”. Por ello nos habla el profesor Tamayo en 1952 de que diversos factores geológicos, flora, fauna y etnos (que) copulan para engendrar una nueva forma, un nuevo tipo humano, un ecotipo que es síntesis y exponente de integración social. Subraya lo que llama la “concurrencia larense” como un hecho que no admite dudas, largo proceso que se ha manifestado desde las más remotas edades. Y la interpreta como una convergencia de las especies botánicas y zoológicas, a lo que agrega: “La etnología, la antropología, la sociología, la lingüística, la toponimia, todas, contribuyeron a poner de manifiesto la concurrencia larense. Barquisimeto es el crisol donde se polariza el mestizaje”, concluye Tamayo.
Estas magnificas ideas de Tamayo, que si bien exhiben un cierto determinismo de geografía y raza como herencias conceptuales del positivismo decimonónico, nos proporcionan una fructífera vía para la comprensión del tan prodigioso universo cultural larense, una formación socio cultural con sus especificidades, empleando las palabras del reconocido historiador Reinaldo Rojas. Para ello nos hemos valido de los magníficos aportes de la Escuela de Anales francesa, la historia de las mentalidades y de la cultura creada por Marc Bloch, Lucien Febvre y sus continuadores: Pierre Vilar, Michel Vovelle, Fernand Braudel, Francoise Chevalier, Federico Brito Figueroa, Reinaldo Rojas, magnificos autores a los que habría que agregar a Benedict Anderson y su magistral obra Comunidades imaginadas.
El triángulo colonial, católico y barroco
La conquista y la colonización de Venezuela en el siglo XVI comenzó en el estado Lara. En 1545 fue fundado El Tocuyo, “ciudad madre de Venezuela”, en 1552 lo será Barquisimeto, y Carora en 1569, en tierras de dominio aborigen arawaco y caquetío, conformando de tal manera el triángulo colonial, católico y barroco, cuna de la economía de Venezuela, foco de irradiación de la cultura dominante española, la lengua de Castilla y el catolicismo de la Contrarreforma del siglo XVI, de la mano de los peninsulares y criollos de tez blanca. Pocas entidades federales venezolanas han gozado de tal privilegio de tener tres ciudades del rango de las larenses. Este triángulo ha descollado desde remotos tiempos y le ha dado al estado Lara una significación cultural de primera magnitud en sus iglesias y monasterios, acentuado fervor mariano, frailunas lecciones musicales, cátedras de cosmografía y cronología, latín, griego y retórica, asi como una cultura popular magnifica que tiene como expresión máxima y acabada en la danza negroide de el Tamunangue.
Una como continuidad del trívium y el cuadrivium medieval entre nosotros, una cultura de palabras y no de cosas, dice Mariano Picón Salas. Es lo que explica nuestro grande y singular desarrollo en el derecho civil y canónigo, historia, literatura, música, y pobre en física, química o biología, esto es, en las ciencias de la naturaleza de la modernidad. Un estamento nobiliario, descendiente de los colonizadores españoles, se apropia del conocimiento que venía de la vieja Europa, como dice el colombiano Santiago Castro Gómez, lo que explica que sea desde este sector minoritario de la población, celoso de la limpieza de sangre, emerjan las cabezas mejor dotadas. Usando las palabras de Ángel Rama, fueron El Tocuyo, Barquisimeto y Carora, nuestras tres “ciudades letradas”, lugares en donde se preserva, organiza y se difunde la cultura dominante en habla castellana.
Luis Eduardo Cortés Riera