“¡Bochinche, bochinche! ¡Esta gente no sabe hacer sino bochinche!”, exclamó el Generalísimo Francisco de Miranda aquel 31 de junio de 1812, al recibir al grupo de oficiales patriotas que venían a arrestarlo.
Quienes conocen historia patria no deben sorprenderse con la condición actual de la política venezolana. Son demasiados episodios poco edificantes a lo largo de los dos últimos siglos como para asombrarse de los acontecimientos del momento, incluso de las repentinas variaciones de postura y adhesiones de ciertos voceros. Y debemos llamarles voceros porque lo de dirigente le queda grande a la mayoría.
La triste realidad es que a todo lo largo de la infeliz trayectoria del actual régimen venezolano se nota un alto grado de bochincheo entre las filas de sus oponentes; y quizás la explicación es que la oposición a un régimen tan ruin e irresponsable es tan amplia y difusa que de ella surgen expresiones de todo tipo, en buena parte contradictorias.
Oponerse a semejante aberración es fácil, lo difícil es derrotar políticamente a la dictadura. Una cosa es hacer denuncias enérgicas, vociferar indignadas frases y proferir amenazas; y otra muy distinta la habilidad de inspirar a una gran masa opositora y conducirla hacia una reconstrucción y reconciliación de una nación radicalmente dividida y oprimida por una exigua minoría.
Lech Walesa, Vaclav Havel, Nelson Mandela y otra gran lista de auténticos dirigentes democráticos triunfaron por su verdadera visión de Estado y de futuro que atrajo el amplio apoyo mayoritario de sus conciudadanos. Sus éxitos no fueron por armar pataletas, distraerse en menudencias y atacar a otros opositores de una dictadura.
Muchos que promueven una unidad opositora pactada entre ciertos voceros – tipo Puntofijo en 1958 – olvidan que los presuntos firmantes actuales no han demostrado la visión y altura de aquellos dirigentes. El problema fundamental de Juan Guaidó – producto de un pacto similar – fue que una masa desesperada por resultados no entendió el valor de su presencia simbólica en el tablero político.
En Venezuela tampoco es creíble una solución de fuerza, entre otras cosas porque existe un estado de caos y anomia política de tal grado que hay miles de generales y almirantes, pero la tropa deserta por miles, por hambre y desmotivación.
Pero donde y cuando surja un verdadero movimiento constructivo que presente a los venezolanos una vía racional y creíble hacia un futuro verdaderamente libre, de reconstrucción, reconciliación y superación, veremos que entonces – y sólo entonces – se acabará el bochinche.
Antonio A. Herrera-Vaillant