Una elección primaria creíble por lo abierta, transparente y bien organizada es clave para la salud de la alternativa de cambio democrático. Lo sabe el poder y como siempre, le hace seguimiento estrecho para decidir qué piedras le pone en el camino, cuándo, cómo y a través de quién. Lo sabe también el liderazgo opositor y uno confía en que la mayoría, además de entenderlo, coopere activamente para que así sea. Aquí no se vale jugar al río revuelto, máxime si eres pez y no pescador.
No es menor la tarea a cumplir por Jesús María Casal y el grupo de valientes ciudadanas y ciudadanos que han aceptado integrar la comisión nacional de primaria, a quienes como venezolano agradezco su coraje cívico. No se conformaron con ver los toros desde la barrera, ser managers de tribuna o sabios infalibles del teclado. Y es que la ciudadanía a veces se parece mucho a un deporte de riesgo. No la tienen fácil y tal vez no siempre recibirán apoyo suficiente de quienes, en principio, son los más interesados en el éxito de la empresa encomendada. Aquí espero la mayor cooperación de la dirigencia política y la mejor disposición en las expresiones de la sociedad civil de las regiones, cuyo concurso hará falta para completar procesos en las mejores condiciones posibles en todo el territorio nacional.
La Ecuación de Arrhenius no es aplicable a la comisión. No es olla a presión. No es recipiente hermético para acelerar los procesos de cocción. Lo sensato es apoyarla y dejarla hacer su trabajo que implica mucha consulta y método para diseñar planificaciones factibles y flexibles, basadas en la comprensión de nuestras condiciones que no son propiamente de laboratorio.
Mientras eso ocurre, los políticos comprometidos con la ruta democrática dentro o fuera de la Plataforma, tienen mucho qué hacer, porque la primaria es pieza clave pero no pieza única. Su incidencia real en los acontecimientos depende de que forme parte de una estrategia mayor, cuyo objetivo es el cambio. Cambio que nunca es ocioso recordar, será un proceso, jamás un acto o un pase de magia. La noción de proceso implica complejidad, transcurso de tiempo y una suma mayor de decisiones acertadas sobre las erróneas que también existirán porque, seamos sensatos, reconozcamos que nadie es infalible.
Partamos de la base que nos brindan todos los estudios de opinión. Aunque no homologuemos su credibilidad, reconozcamos su coincidencia. La tónica predominante en el país es la decepción hacia la política. La experiencia de estos años, junto a la percepción de ella que tienen venezolanos opositores, oficialistas y no alineados, ha llevado a la mayoría a esperar poco de la política y los políticos. Eso le da al poder una ventaja inmerecida pero tangible. Súmese que el modo como han transcurrido los acontecimientos de los últimos tiempos no puede decirse que ayude.
Los acuerdos de cooperación en los que tienen que trabajar sin pausa dirigentes políticos cuyo oficio es esencialmente competitivo, se refieren a unas líneas estratégicas compartidas y un mensaje sencillo y convincente. Para lograrlos, harían bien en aprovechar los saberes de un hombre serio, ordenado y sereno como Omar Barboza. La premisa es tan sencilla de comprender como difícil de ejecutar continuada y consistentemente: la política y la vida de las personas no son planetas diferentes. Es obvio, sin la vida la política no tiene vida.
Los temas de la política deben ser los de la vida de la gente. Ellos son la materia prima y lógicamente el reclamo de respuestas. El centro, origen y destino de la política es la persona humana. El bien de la comunidad en que vive, la realización plena de su dignidad.
Primaria para escoger una candidatura, realizada de modo que convoque a todos. Candidatura que encarne una idea de la Venezuela que queremos hacer entre todos y la exprese en un mensaje que por cercano acerque, por realista convenza, por sencillo sea accesible y que por todo eso sea esperanzador.
¿Imposible? Pues fíjese que no lo creo, aunque comprendo su dificultad. Además, recuerdo aquella consigna de los muros parisinos en 1968, “Seamos realistas, exijamos lo imposible”.
Ramón Guillermo Aveledo